A partir del asesinato de Daniel Barrientos, chofer de la línea 620 de La Matanza por parte de dos delincuentes, se generó un clima enrarecido en muchos aspectos. Por un lado, una reacción de bronca contenida por parte de los trabajadores del transporte, que protagonizaron no sólo huelgas en solidaridad -en parte autoconvocadas- y movilizaciones. Sino también la exteriorización del hartazgo contra la política burguesa, las dirigencias sindicales y el aparato represivo complaciente con el delito; todo lo cual se expresó en la famosa «piña» a Sergio Berni, Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires.

Por otro lado, y como respuesta a lo anterior, el estado hace lo que sabe, más en un año electoral: sobreactuar una respuesta al mismo tiempo autoritaria e inútil. Enviando uniformados (ya no solo de la cuestionada policía bonaerense sino también de gendarmería y otras fuerzas) tanto a detener a los choferes autores de la agresión contra el ministro, como a requisar a los pasajeros de los colectivos de las líneas del Conurbano Bonaerense, o sea: a los y las laburantes que, en su mayoría, sufren el azote de la inseguridad.

No hace falta ser muy perspicaz para enterarse de que nada de esto podría salir bien para los sectores populares, usuarios exclusivos del transporte público. La anécdota que presentamos a continuación es solo un ejemplo (uno del que tomamos conocimiento) de los cientos de casos similares que, tenemos la seguridad, se están dando en todo el Gran Buenos Aires, como resultado esperable de estas medidas.

Alberto Sarlo, autor de la nota, es abogado, profesor de boxeo y educador popular. Lleva a cabo sus funciones en el Pabellón 4 de la Unidad Penal 23 de Florencio Varela; donde codirige, junto con los internos, un taller de filosofía, la biblioteca popular Rodolfo Walsh y la Editorial Cuenteros, Verseros y Poetas, que publica escritos de los participantes de los talleres. Además de alfabetizar y dar clases de boxeo, todo dentro del penal y del pabellón. Quien quiera conocer más sobre este trabajo, puede visitar las redes sociales de la Editorial: Cuenteros, Verseros y Poetas. Enlace original de la nota: Las milicias de San Justo.


Alberto Sarlo, Fundador de la Editorial Cartonera Cuenteros, verseros y poetas

Miguel Ángel es un amigo que pasó por el pabellón 4 durante los años 2011/2013. Nunca practicó boxeo, era vago para leer filosofía, pero se puso las pilas con la alfabetización y terminó siendo un gran, gran poeta. En un par de oportunidades se quebró ante los aplausos de sus compañeros cuando nos leía en asamblea alguna de sus obras dedicada a su pareja con la cual todavía sigue conviviendo. Miguel Ángel tiene cinco hijos y me suele escribir por privada todos los fines de año para saludarme con el afecto y la lealtad del compañero que valora haber compartido un espacio de resistencia contra la tortura como lo es el pabellón 4. Miguel Ángel cumplió su condena y salió en libertad a mediados de 2013. En 2014 se recibió de gasista matriculado y desde esa fecha hasta hoy trabaja registrado para una empresa de gas en San Justo.

El sábado a la mañana me llamó desesperado contándome que la policía bonaerense lo había bajado del micro junto con otros obreros y, que, luego de ser cacheado, los oficiales responsables de la razzia se negaron a devolverle la caja de herramientas porque la misma contenía infinidad de «objetos corto punzantes». Miguel Ángel me pedía casi con sollozos, si por favor le podía dar una mano para que no le roben sus herramientas que son muy caras (importadas me dijo) y que ni siquiera eran suyas ya que le pertenecían a la empresa en la cual trabaja.

De inmediato le pedí que me presentase ante el responsable del operativo como si yo fuese el abogado de la empresa de gas (empresa MUY IMPORTANTE de la Matanza que no denunciaré para que mi compañero no pierda su fuente laboral) y que exigiera que yo fuese atendido de inmediato. Ningún policía quería ponerse en contacto conmigo, pero luego de unos minutos de insistencia y discusiones que yo escuchaba por mi auricular, Miguel Ángel logró poner al habla a un tal subcomisario Miglieti, Micheti o Biglieti (dos veces le pedí que repitiera su cargo y nombre, pero cada vez que lo hacía era menos entendible. Vaya uno a saber si ese era su verdadero apellido y vaya uno a saber si era realmente el jefe del operativo). Elevando el tono de voz me presenté como abogado del directorio de la empresa XXXXX y manifesté que en muy pocos minutos estaría llegando con mi automóvil para dejar constancia del abuso policial para luego concurrir a la fiscalía de San Justo y labrar la respectiva denuncia (alegué tratados internacionales y jurisprudencia de Casación plenamente vigente. No hace falta aclarar que yo no tengo ningún vínculo jurídico con la empresa gasista en cuestión y que lo de mi presencia en minutos obviamente era mentira, yo estaba en La Plata y el operativo era en San Justo). El subcomisario me contestó de manera muy calma y serena que Miguel Ángel había malinterpretado la disposición de sus subalternos y que estaba haciendo «bardo al pedo». «Doctor», me dijo, con voz de jugador de truco que sabe que no todas las manos son ganadoras, «estamos atrasados con la entrega de la caja porque los de científica están corroborando si en la misma no hay restos de sustancias ilegales. Pero es una formalidad doctor. Si nos tiene paciencia se la devolvemos en un cacho». De inmediato bajé mi tono de voz para decirle que aguardaba en línea la resolución final del «cacheo». Dicho esto le pasó el celular a Miguel Ángel y me mantuve expectante hasta que la caja fue devuelta y Miguel Ángel pudo subirse a otro ómnibus para llegar algo atrasado a su trabajo.

Lo que cuento pasó a plena luz del día en la zona más urbanizada de La Matanza. Lo que cuento es una triste postal de nuestra era punitivista. Miguel Ángel tuvo la suerte de poder contar con asesoramiento jurídico en el momento preciso, de lo contrario pudo haber perdido mucho más que su caja de herramientas. Si la policía no hubiese percibido una voz burguesa por celular, habría robado una caja de herramientas muy bien pertrechada. Si Miguel Ángel en vez de llamarme hubiese cometido el error de sublevarse, levantar la voz o defender sus derechos, lo hubiesen detenido por negro, villero, plomero y, sobre todo, por tener antecedentes penales.

Es vergonzante que un gobierno que se dice nacional y popular, que se vanagloria de defender los derechos humanos y que se posiciona como la única opción electoral frente al fascismo de derecha, aplique recetas fascistas como los cacheos preventivos, para congraciarse con el punitivismo epocal.

Ya lo he escrito varias veces. El DELITO con mayúsculas no viaja en bondi. El DELITO con mayúsculas transita en autos de alta gama, precisamente porque el DELITO con mayúsculas necesita bancos y financieras para lavar toda la guita que juntan. El DELITO con mayúsculas no necesita plomeros matriculados, el DELITO fundamentalmente necesita de comisarios, fiscales y jueces que los cubran para juntar toda la merca que venden. El DELITO con mayúsculas fundamentalmente necesita invertir en mega proyectos inmobiliarios, pooles de siembra y campañas políticas con guita que entrega gente blanca de traje y corbata y que reciben empresarios y operadores políticos blancos con traje y corbata

Llenar los accesos y egresos de barrios pobres con policías no reduce el delito, todo lo contrario, al colocar en las barriadas contingentes de fuerzas violentas y corruptas como lo son la bonaerense y gendarmería aumentarán de manera directa los casos de gatillo fácil y abuso de autoridad y, de manera indirecta pero mucho más certera, fortalecerá la fusión de las fuerzas de seguridad -proveedores de zonas liberadas y armamento- con los dueños de la droga -quienes casualmente no viajan en bondi, ni viven en villas-.

Son épocas de derrota de las convicciones, son épocas en donde la línea divisoria está cada vez más corrida a la derecha.

Los cuenteros, verseros y poetas tenemos clarísimo de qué lado de la mecha nos encontramos.