En el cuentito que cuentan los economistas que salen por la tele, con trabajo y con honestidad la economía crece. Habría que aclarar aquí que siempre de lo que se habla es de trabajo barato, porque estos discursos incluyen siempre aquello de que hay que ajustarse el cinturón para que cuando todo mejore la riqueza derrame sobre todos nosotros.

Para tratar de imitar el tono de esos economistas berretas que proliferan en las pantallas y en las radios, podríamos intentar contar esto también como un cuentito: había una vez un gobierno militar y alguna gente creyó que como iban a poner mano dura contra los privilegios, como iban a mantener a los trabajadores rebeldes en caja y como iban a ser impolutos -no como esos políticos que andan pidiendo coimas por todos lados- todos íbamos a ser felices y a comer perdices.

Pero no, mejor seamos serios. Porque, aunque todavía algunos dicen que vuelvan los militares y repitan que con los militares estábamos mejor, el cuentito ya suena bastante gastado. Mejor pongamos el fracaso económico de la dictadura en cifras porque, aunque otros tantos no se animen a hablar bien de los Falcon verdes, son muchos todavía los que repiten la biblia económica de Martínez de Hoz como si fuera una vaca sagrada de la economía.


Por Miguel Espinaco para Borrador Definitivo

Inflación, desindustrialización y deuda

«No es factible pensar que puedan tener vigencia las condiciones ideales de libre contratación entre la parte obrera y la empresarial para la fijación del nivel de los salarios»

(José Alfredo Martínez de Hoz – 2 de abril de 1976)

En realidad –ya lo he escrito en una nota reciente: Mucho más que 30.000– el objetivo central de la dictadura fue llevar adelante un robo a mano armada, un asalto al salario, en principio al salario directo, pero obviamente también al indirecto que se distribuye a través de las diversas formas del un poco pomposamente llamado “estado de bienestar”.

De modo que vale afirmar que la única ley inconmovible del programa económico de Martínez de Hoz era bajar el salario para aumentar las ganancias patronales. Al fin y al cabo, aquel ministro de economía no era cualquier economista, era un tipo que había dedicado su vida a eso: vinculado al Chase Manhattan Bank, amigo personal del banquero norteamericano David Rockefeller y capo de Acindar, una empresa en la que hubo campos de concentración ya antes de 1976.

Sería injusto entonces anotar como fracaso que el salario haya bajado un 40% entre el 76 y el 83, porque eso era lo que se pretendía. El punto es que los defensores de este tipo de planes económicos, dicen si bajás el salario favorecés las inversiones y entonces al final hay más trabajo y entonces los sueldos subirán para felicidad de todos.

Tampoco puede considerarse fracaso –desde el punto de vista de ellos, obviamente- que muchos empresarios se enriquecieran a lo bestia, porque fue para eso que pusieron a sus matones a gobernar. Si uno quiere adentrarse en los ejemplos de las empresas beneficiarias del golpe militar podría mencionar a la empresa Ford –que usaba el quincho de Ford de la planta de Pacheco como centro clandestino de detención- que pudo montar su nueva fábrica de camiones usando subsidios estatales tras un acuerdo con el Brigadier Graffigna, o podría enumerar a los beneficiarios de la estatización de la deuda privada como la ya mencionada Acindar o la Compañía Naviera de los Pérez Companc, o Loma Negra de los Fortabat, Socma de Macri, Techint, Pescarmona, IBM, la Fiat y por supuesto los bancos como el Francés, el Río, el Citibank y el Supervielle. Vale no olvidarse tampoco de las petroleras beneficiarias de las “privatizaciones periféricas” de YPF -Pérez Companc, Tecpetrol de Techint, Astra, Pluspetrol, Bridas, Soldati– a las que se les transfería vía diferenciales de precios, gran parte de la rentabilidad de la petrolera estatal.

Más allá de estos “éxitos” de la Dictadura, lo que pasó estuvo lejos del cuentito de los economistas de la tele y a años luz de la promesa de aquel discurso inaugural del 2 de abril de 1976, en la que el amigo de Rockefeller decía que la idea era «afianzar la industria nacional y estimular su crecimiento en términos de cantidad, calidad, eficiencia y rentabilidad».

La verdad es que el producto bruto industrial cayó en los primeros cinco años un 20% y hubo cierre de plantas fabriles. Los sectores más antiguos como el textil fueron barridos por la competencia, pero también resultaron muy golpeados aquellos nuevos, como el metalmecánico o el electrónico, que décadas atrás presentaban un crecimiento notable[i]. Por si eso fuera poco, la construcción también cayó un 30%.

Como resultado de eso, el porcentaje de hogares pobres pasó del 2,6% en 1974 al 25,3% en 1983, la desocupación se triplicó, pasando de 3% al 9% mientras que la economía primaria –empezando por el ahora llamado “campo”– salía ganando y aumentaba un 19% su participación en el PBI.

Al final de los tiempos dictatoriales, el PBI no había crecido nada, ya que el de 1983 resultó prácticamente igual al de 1975, o sea que el ingreso per cápita había bajado.  La inversión bruta total era un 25% menor, o sea que se hacían menos nuevas máquinas y menos nuevas fábricas y menos nuevos caminos o puertos, una cuarta parte menos que al principio de la dictadura militar.

Ah bueno… pero el déficit fiscal, nos interrumpirá alguno de los economistas de la tele para tratar de encontrar algún éxito. Malas noticias: el déficit fiscal tuvo un promedio altísimo, arriba del 5% del PBI.  Y llegó a estar en el 10% en 1983.

Hoy anda por el 2,4% y fíjate vos.

Inventando la deuda externa

“Cuatrocientos veintitrés préstamos externos concertados por YPF, treinta y cuatro operaciones concertadas en forma irregular al inicio de la gestión y veinte operaciones avaladas por el Tesoro Nacional que no fueron satisfechas a su vencimiento. A ellos deben agregarse los préstamos tomados a través del resto de las Empresas del Estado y sus organismos, así como el endeudamiento del sector privado que se hizo público a través del régimen del seguro de cambio”

(fragmento de la “Sentencia completa del juicio a la deuda externa argentina”, tomado de El historiador)

A principios de los 70 no eran buenos tiempos para la economía mundial.

En agosto de 1971, el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon decretaba la inconvertibilidad del dólar al oro, lo cual marcaba el fin simbólico de los años “gloriosos” de la posguerra, que habían sido de crecimiento capitalista. A partir de 1973, con la crisis del petróleo, empezó a haber grandes excedentes financieros y había que prestárselos a alguien para que dieran ganancias. El menú de la deuda estaba entonces servido y el Fondo Monetario Internacional hacía de mozo, dispuesto a llevar dólares frescos a las dictaduras latinoamericanas.

Fue así que apareció nuestra conocida deuda externa, la cual creció de 7 mil millones que se debían en 1975 a 45 mil millones de dólares en el 83. Los números pueden sonar no tan grandes por la inflación que sufrió el dólar en tantos años, así que mejor digamos que actualizada a valores actuales estaríamos hablando de unos U$S 150 mil millones y que si ponemos las cifras en relación al PBI, veríamos que del 18% se llegó al 60% en sólo 7 años.

Ese endeudamiento se armó como casi siempre, en base a la especulación financiera permitida por un dólar que subía más despacio que la inflación.  El mecanismo ahora conocido como “bicicleta financiera” (vendo dólares, me hago de pesos que obtienen intereses inflacionarios y después vuelvo a comprar dólares que no aumentaron tanto como la inflación) ya estaba inventado, aunque no recuerdo por cierto si ya tenía ese nombre. Por aquellos tiempos se implementó también la tablita financiera que adelantaba el valor del dólar, de modo que cuando vendías, ya sabías a qué valor ibas a poder recomprar. Negocio redondo y súper seguro.

Sin embargo, la bicicleta no fue el único mecanismo. También se obligaba a las empresas públicas a endeudarse en dólares y vendérselos al banco central contra pesos devaluados, y entonces las empresas seguían debiendo dólares, lo cual se volvió crítico cuando la cosa se puso complicada. Los privados –por el contrario- se endeudaban en dólares y cuando se les complicó apareció aquello del seguro de cambio que les permitía devolver pesos devaluados, mientras que con la encarecida deuda en dólares se quedaba el Banco Central.

Y las cosas, por cierto, bien que se complicaron. Desde fines de los años 70 y principios de los 80, la Reserva Federal empezó a subir las tasas de interés que pasaron del 6% al 14% empujadas por el déficit norteamericano, así que las deudas en dólares se inflaron en forma astronómica.

De modo que en este aspecto también hubo fracaso: la baja masiva de salarios no dejó una economía saneada sino todo lo contrario: una economía endeudada.

La corrupción verde

“Colocado al borde de la disgregación, la intervención de las Fuerzas Armadas ha constituido la única alternativa posible, frente al deterioro provocado por el desgobierno, la corrupción y la complacencia”

(Jorge Rafael Videla – 30 de marzo de 1976)

Todavía hay quienes sueñan con alguna solución militar para terminar con la corrupción de los políticos. Por suerte no son muchos, pero vale la pena contestarles porque los negociados de los políticos de la democracia capitalista –a los que ahora se ha dado en llamar “casta”– dan tanto odio que a veces uno se quiere agarrarse a cualquier tabla de salvación. Por eso vale la pena recordar que la tabla de los militares no te va a salvar, más bien te va a hundir inevitablemente.

En principio todo el mecanismo fue corrupto, empezando por la fabricación de la deuda externa. Los amigos del poder hacían la bicicleta con las garantías que ofrecía la tablita, se endeudaban en dólares y después zafaban de pagar el crédito porque el Estado dirigido por los militares, se quedaba con la mayor parte de la deuda. Pero también había corrupción de la más llana.

Entre esos casos habrá que computar obviamente los negocios de las patotas represivas que forzaban a los familiares de los desaparecidos a darles bienes a cambio de alguna promesa, o los simples robos en los “operativos” justificados como “botín de guerra”.  

Pero también negocios de mucha más envergadura, como los del intendente porteño Cacciattore, cuyo proyecto de autopistas urbanas nunca se terminó pero lo mismo “se pagaron varios millones de dólares en sobreprecios, según recuerdan las crónicas, y se expropiaron varios centenares de casas, en barrios que quedaron cortados a la mitad[ii] o el parque Interama, “uno de los mayores símbolos de la corruptela y la inoperancia”[iii].

También fue un “monumento a la corrupción” la organización del mundial 78 que habilitó otro festival de dólares, ya que el Decreto 1261/77 permitía al EAM ’78 manejado por Lacoste, mantener reserva sobre sus gastos: “así fue como aún hoy se ignora la administración de los fondos que costó el Mundial del 78, estimados en unos 517 millones de dólares de la época[iv].  Digamos para comparar, que el mundial de España -que se realizó cuatro años después- costó algo más de 100 millones de dólares, menos de la cuarta parte de lo que gastó el gobierno de Videla.

Y si es por hablar de gastos reservados que habilitan todos los tejes y manejes del festival del corrupto, habrá que considerar los gastos militares: “entre 1976 y 1983 las Juntas Militares contrajeron deuda en el exterior por casi USD 7.000 millones, al valor actual del dólar, para adquirir armamento y equipamiento bélico”[v], dato que surge de los 7.114 decretos secretos firmados entre 1976 y 1983, desclasificados entre 2013 y 2015.

Así fue la economía en la dictadura, un desastre capitalista multiplicado por las libertades con que cuenta el que tiene la mano armada –“la plata o la vida”- un desatino que mal que les pese a los que pretenden recordarla con nostalgia, dejó muchas huellas que llegan hasta hoy, dejó muchas leyes de aquellos tiempos todavía siguen vigentes –como la ley de entidades financieras sin ir más lejos– y peor todavía, dejó una estela de pobreza, de corrupción y de atraso que todavía pesa en el presente argentino.


Referencias:

[i] Tomado de La economía de la dictadura 1976-1983: la instauración del modelo neoliberal

[ii] Página 12 – 30/07/2007

[iii] La Nación – 17/11/2021

[iv] Telam – 22-05-21

[v] Infobae – 31/03/2019