Sobre la temprana muerte de Hugo Montero, cofundador de la Revista Sudestada

Por Juanjo Lázzari

De todos los que hacemos Borrador Definitivo, soy el único que lo conoció. Insisto con esto, porque haberlo visto dos veces en mi vida no me confiere el status de amigo, pero tampoco me releva del dolor de su pérdida. Esta situación me empuja a escribir en primera persona esta especie de pobre homenaje.

La primera vez que lo vi fue para la Feria del Libro de San Nicolás, no recuerdo si 2002 o 2003. En ese entonces, con un grupo de amigos, publicábamos con mucho empeño una revista, Post data, y admirábamos una publicación del conurbano bonaerense, tan novel como la nuestra: Sudestada. Total que se nos ocurrió invitar a sus editores, para que nos contaran cómo era hacer una revista en los duros años de principios del 2000; y qué mejor que el marco del tradicional encuentro que año a año se realizaba en la escuela Normal de nuestra ciudad.

Aceptaron gustosos, convinimos en un horario en la mañana de ese sábado; un lugar, frente a la estación de trenes local y allí fui a esperarlos. A la hora acordada veo aparecer, desde el lado de calle Falcón, una especie de plato volador que, una vez frente a mí, resultó ser una vieja estanciera montada sobre unas enormes ruedas que la separaban como un metro del piso. Allí empecé a entender que, para llevar adelante ciertas locuras, había que tener también un grado de locura propia, y ese estado permite ciertas excentricidades.

Aquel día vinieron los tres: Walter, Ignacio y Hugo. Todos altos personajes, pero daba la impresión de ser Hugo, con esa pinta de bonachón y ese andar cachaciento, el que le daba cohesión al grupo. No se… tal vez es una imagen distorsionada de algo que pasó casi 20 años atrás y que, a luz de su desaparición, se resignifica en mi memoria de esa manera. Como sea, lo cierto es que después de las presentaciones y como si fuéramos ya viejos conocidos, nos fuimos a comer a un restaurante de la zona. Allí Hugo demostró, a decir verdad los tres demostraron, que además eran cholulos, porque insistían en sacarse fotos con Susana Romero, ex chica Olmedo, asidua concurrente al campito de la virgen, que almorzaba en el lugar.

A la tarde, en uno de los salones del colegio, fue la charla. Los tres contaron sus experiencias, y en mi memoria habrá de quedar por siempre cuando Hugo relató lo difícil que es, no sólo editar una revista, sino distribuirla. Subirse a un tren con la mochila cargada de ejemplares, bajarse en la primera parada, dejar algunos en el quiosco de la estación, volver a subirse al tren y seguir con esa rutina hasta el final del recorrido. Él decía que, para infundirse ánimo y no bajar los brazos, se cantaba a sí mismo la canción del flaco Spinetta “Darle gracias”, que en una parte de su letra dice: “Y un guerrero no detiene su marcha jamás”. Y así los vi yo aquella tarde, como guerreros, de este noble oficio periodístico, nada objetivos, nada imparciales.

La segunda vez que vi a Hugo, y la última además, fue en el mismo lugar pero ya no éramos nosotros quienes lo traíamos, sino la propia feria, para que presentaran el libro del que era coautor: “Polo el buscador”. Estaba yo atendiendo el stand de Post data en el predio de la feria, cuando siento que alguien me toca la espalda. Era él, nos dimos un abrazo como viejos amigos, charlamos un rato, me regaló el libro, que aun guardo como un tesoro, y se fue a cumplir su actividad.

En el último tiempo no estuve tan de acuerdo con la línea editorial de Sudestada, sin embargo ese no es, ni será motivo para no reconocer la calidad de su trabajo y la honestidad que, como grupo, han mantenido todos estos años. Transformando, además, lo que era un sueño de tres Quijotes en una realidad de la que viven varios más. Y todo eso, como dice Cortez, sin perder el bigote.

Su muerte es un nuevo golpe que recibimos en estos duros días que nos toca transitar, aún más doloroso porque Hugo es de los que no tienen reemplazo, su temprana partida me hizo recordar los versos de Miguel Hernández:

“Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada”.

Desde Borrador Definitivo acompañamos el dolor de su familia, colegas y amigos ante tan irreparable pérdida.