Por Juanjo Lázzari

El pasado mes de noviembre se cumplieron 188 años del nacimiento en Florida, Misouri, de Samuel Langhorne Clemens, quien por este nombre es casi un desconocido, pero la cuestión cambia si nos referimos a su seudónimo literario: Mark Twain, el genial escritor de quien Hemingway dijera alguna vez “Toda la literatura moderna norteamericana comienza desde el libro de Mark Twain titulado, ‘Las aventuras de Huckleberry  Finn’”.

Pero no es mi intención escribir sobre los valores literarios, carezco yo de  autoridad alguna para eso, solo quería referirme a este hombre, nacido cuando el cometa Haley pasaba por nuestra porción del universo y fallecido cuando volvía por estos lares, casi como un homenaje sentimental al joven que fui. Es que este Twain abrió para mí una puerta que jamás se cerraría, la puerta que conducía al infinito mundo de la literatura.

Para aclarar un poco el panorama viajare en el tiempo de mis recuerdos. Eran los días en que transitaba  el quinto grado de la desaparecida escuela rural Nº 22 y por completarlo exitosamente me regalaron un libro, vieja política de premios y castigos. El primero que llegaba a mis manos y no era otro que “Las aventuras de Tom Sawyer”, ejemplar que desgraciadamente ya no tengo conmigo y que recuerdo en un formato gigante y muchas ilustraciones. El tiempo puede deformar esta imagen grabada, lo que no tiene error en el recuerdo es la avidez con que me sumergí en la lectura de esta deliciosa obra y ya no habría marcha atrás. ¿Qué hubiera pasado si el libro hubiera sido otro? No lo sé, lo real es que el fino humor de Mark me abrió aquella puerta de la que hablé antes y me hizo entender aquello que después leería, que  la diferencia entre quien lee quien no es de unos 5 mil años, porque aquel que no lee solo vivirá el tiempo que cronológicamente transite, mientras que aquel que se sumerge en la literatura, además de esos años vivirá todos los que sus lecturas le brinden.

Me pregunto cuántas historias parecidas a la mía existirán, lo cierto es que yo particularmente sentí la necesidad de desempolvar estos recuerdos y agradecerle al gran escritor de Misouri por todo lo que vino después.

Para ser justo con el bueno de Mark me gustaría resaltar que no solo tuvo la virtud de abrirme a la lectura, como a tantos otros, especulo. Sino que dejó una vasta obra y un pensamiento político que se fue radicalizando con el paso de los años, de aquel joven que apoyaba las primeras acciones imperialistas de los EE.UU., al que años después reflexionaría de la siguiente manera:

[Yo solía ser] un encendido imperialista. Quería que el águila norteamericana fuera gritando sobre el Pacífico. ¿Por qué no desplegar sus alas sobre las Filipinas?, me preguntaba… Me decía a mí mismo: aquí hay un pueblo que ha sufrido durante tres siglos. Podemos hacer que sean tan libres como nosotros, darles un gobierno y un país propios, poner una miniatura de la Constitución de los Estados Unidos flotando en el Pacífico, comenzar una flamante nueva república que ocupara su lugar entre las naciones libres del mundo. Me parecía una gran tarea a la cual nos habíamos dedicado.

Pero he pensado un poco más, desde entonces, y he leído con cuidado el Tratado de París [que puso fin a la guerra hispano-estadounidense], y he visto que no tenemos la intención de liberar, sino de subyugar al pueblo de las Filipinas. Hemos ido allí a conquistar, no a liberar.

Debería ser, creo yo, nuestro placer y deber el hacer a aquella gente libre, y dejar que traten sus cuestiones domésticas a su manera. Y por eso soy antiimperialista. Estoy en contra de que el águila ponga sus garras en cualquier otra tierra”

En 1909, un año antes de su muerte, hizo esta declaración que es la que quizás mejor define este cambio en su visión política:

“Cuando terminé [la lectura de] La Revolución Francesa de Carlyle en 1871, yo era un girondino; cada vez que lo he vuelto a leer desde entonces, lo he visto de forma diferente; he sido influenciado y he cambiado, poco a poco, por la vida y el entorno… y ahora cojo el libro una vez más, ¡y reconozco que soy un sans culott! Y no un sans culott macilento, de poco carácter, sino un Marat”.

Para finalizar este sentido homenaje, compartimos, en las voces de Juanjo Lázzari y Elizabeth Moretti, un extracto del texto “Un reportaje sensacional”, una maravillosa muestra del fino humor de Mark Twain.