Continuamos publicando artículos que permitan debatir sobre los resultados de las PASO y el escenario que se abre a partir de ellos. En ese caso una nota publicada por Contrahegemonía web, en la que Sergio Zeta reflexiona sobre la figura de Milei, el por qué de su «victoria» electoral en el marco de una crisis política general y la necesidad de construir alternativas reales desde abajo.

Artículo publicado por Contrahegemonía web

Por Sergio Zeta

La primera sensación el domingo por la noche -por lo menos en algunos de los microclimas compartimentados desde omnipresentes algoritmos- fue el estupor, mezcla de sorpresa, angustia e incredulidad. Fue evidente que ni el ultraderechista Javier Milei esperaba el aluvión de votos que lo ubicó como el candidato más votado.

Una vez más las encuestadoras no pegaron una. Quizás en vez de la falible “intención de voto” debieran medir la más certera “intención de castigo”, expresión del hartazgo hacia quienes -gobierno tras gobierno-, sólo mejoran sus propias vidas mientras agrandan las fortunas de sus mandantes empresariales. Podrían haber advertido entonces el hartazgo, la apatía y la bronca que fluyeron hacia lo que creyeron mejor lo expresaría, el 30% de votos que recibió Milei o el 37% de electores que no asistieron a las urnas o votaron en blanco o nulo.

El voto del domingo no fue un cheque en blanco al ganador ni constituye -por el momento- una adhesión a su ideario reaccionario, sino un masivo rechazo a un sistema de Partidos y a una democracia “representativa” que ya no representa a casi nadie. Las PASO expresaron el hartazgo con una democracia en la que los enemigos devinieron en adversarios con quienes llegar a “consensos” cuyo resultado es que nada cambie. Mientras el pueblo -precarizado y angustiado- siente, en los bolsillos y sobre todo en el corazón, que no hay adversarios sino enemigos, que habitan en los pasillos del poder. Enemigos que nunca se nombran, hasta que apareció quien los nombró como “casta” (cuidándose bien de que la “casta” empresarial, que opera en bambalinas, no sea percibida manejando los hilos). Nacieron entonces las esperanzas en el “loco” -de malos modales y enemigo del diálogo- que promete hacer “mierda” a la “casta” política.

Resultan en extremo peligrosos, sin embargo, los verdaderos objetivos de “La Libertad (de los mercados) Avanza”, de destruir la “aberración” de la justicia social, la “atrocidad” de los derechos populares, o sepultar lo conquistado por el feminismo. En lo concreto, amenaza con terminar con el derecho al aborto, la educación sexual integral (ESI), el derecho a la protesta, los juicios a los genocidas, los convenios de trabajo, las jubilaciones, la salud y educación públicas. Nada de esto conmoverá a la “casta”, que seguirá vivita y coleando.

Otro grave peligro, es que la votación aliente a quienes se crean legitimados para pasar a la acción, como quienes vandalizaron placas conmemorativas de los desaparecidos en el colegio Carlos Pellegrini o amenazan con atacar a quienes defiendan sus derechos. Habrá que salir a la calle, como enseñan con su lucha las Madres y Abuelas -que sembraron esa consciencia generación tras generación- para defender los derechos y para que el temor, nuevamente cambie de bando.

Milei se ubica en las antípodas del 2001

Milei festejó los resultados cantando “que se vayan todos, que no quede ni uno sólo”, intentando apropiarse del canto de la rebelión popular de fines del 2001. Resulta indignante, tratándose de una gesta popular en las antípodas de la ultraderecha reaccionaria. Supone poder escamotear las diferencias, porque a diferencia de entonces, esta vez no hubo canales colectivos que encaminen el enojo y los deseos de cambio. Y porque durante la década kirchnerista se invisibilizó la enorme productividad de la rebelión del 2001 para mostrarla como mera crisis, expropiando la nueva politicidad que emanaba de ella, como propiedad privada de su gobierno.

En el 2001 se sintetizaron años de luchas contra el neoliberalismo y de organización popular, así como un marco latinoamericano que conmovió con el levantamiento zapatista en Chiapas, la guerra en defensa del agua en Bolivia, las ocupaciones de tierra del MST en Brasil, entre otras gestas. En cambio, estas elecciones se dieron tras seis años (los cuatro de Alberto Fernández y los últimos dos de Mauricio Macri) en que gran parte de las organizaciones sociales y sindicales alineadas con el kirchnerismo se ocuparon de evitar cualquier lucha para garantizar la gobernabilidad, mientras Latinoamérica se colmaba de expectativas defraudadas por la llamada “segunda ola progresista”, achicando los márgenes de la acción colectiva.

Si lo más notorio del 2001 fueron los centenares o miles de asambleas populares que en barrios y plazas decidían todo, el proceso actual restringe el protagonismo al “león” Milei, su hermana y sus cuatro perros, al son de la melodía que le robó a La Renga.

La degradación de la rebelión del 2001 que pretende Milei no puede invisibilizar la importancia que tuvo el protagonismo popular -cuyas consecuencias aún se sienten-, y la necesidad de un debate colectivo sobre sus fortalezas y debilidades, que la reivindique como parte de las gestas populares a recuperar.

Fuerte golpe a Juntos por el Cambio y a Unión por la Patria, en una campaña sin promesas

Ambas coaliciones sufrieron un fuerte golpe. En JxC se impuso Patricia Bullrich, lejos de los guarismos que esperaba, alcanzando junto con los votos de Horacio Rodríguez Larreta un total de 6,7 millones de votos, frente a los 8 millones del 2019. Por su parte el oficialismo perdió la mitad de su electorado, conservando sólo 6,5 millones de los 12 millones de votos que obtuvo en el 2019.

Fue una campaña sin promesas (salvo que consideremos las que se le hicieron al FMI). Lejos quedaron los augurios de poder comer o curarse gracias a la democracia, o las promesas de salariazos y revoluciones productivas, aunque no se pensara en cumplir. Ni siquiera aparecieron los festivos globos amarillos. Los elementos simbólicos más presentes fueron las motosierras y la dinamita, acordes a una campaña electoral legitimadora de la presencia de la muerte en la Argentina que viene.

No nos referimos sólo a lo más evidente, como el asesinato -a manos de una fuerza policial cebada de odio hacia jóvenes, morochos, piqueteros o “zurdos”- de Facundo Molares. O a Morena, la niña de 11 años que perdió su joven vida por un celular, a manos de motochorros que la sociedad reproduce incansablemente, condenando a miles de jóvenes a la pobreza, a la desintegración familiar y comunitaria, a la desidia o complicidad institucional, echándolos a manos de narcos con quienes creen remediar una vida sin perspectivas. Sin dudas merecen un castigo, pero eso no evitará que siga habiendo Morenas, dolorosamente demasiadas. Y más jóvenes “motochorros”, ya condenados antes de delinquir.

Nos referimos a la muerte maquillada como gran destino nacional, de una Argentina proveedora de granos, minerales, litio y combustibles fósiles para las empresas transnacionales de los Estados Unidos o China que, en su disputa por el dominio mundial, condenan a muerte al planeta entero -como las temperaturas extremas, los deshielos, huracanes o las sequías ya acercan-, mientras en el país se sacrifican bosques, humedales o cuencas hídricas, se envenenan suelos y alimentos con glifosato y millones de personas devienen en población sobrante. Un destino nacional que necesita de la represión y la muerte para imponerse. El premio anhelado: dólares que -más allá de la épica con la que desde el gobierno muestran cada billete conseguido- rápidamente volverán a las manos de siempre, a través de los pagos al FMI y fondos buitres, remesas de ganancias, pago de importaciones -en gran parte desde subsidiarias locales a sus propias casas matrices- y fuga de divisas de los empresarios locales.

No resulta extraño que el peronismo haya tenido la peor elección de su historia. Se hubiera esperado que, tras la derrota del domingo, tomaría medidas que revirtieran en parte la situación popular, para conservar alguna expectativa hacia octubre. Pero develando el verdadero objeto de sus amores, el gobierno devaluó un 22% la moneda -disparando los precios, el hambre y la miseria- para satisfacer al FMI.

Por su parte, el kirchnerismo parece llegado a su final como alternativa que habilite alguna mejora popular, aunque perviva como un sector minoritario del peronismo, gracias al recuerdo de tiempos mejores. La relativa buena votación obtenida por Juan Grabois, que alcanzó el 5,5% de los votos, canalizando parte de los votos kirchneristas a los que el “sapo” de Massa se le hizo intragable, lo colocan en una situación dilemática. Si cumple con apoyar ahora a Massa, cuya política fue vital para empujar a millones a los brazos de Milei, difícilmente pueda aportar a la construcción de una alternativa popular a lo existente, como sin dudas sus militantes y adherentes pretenden. Y es más que dudoso aporte a la derrota electoral de Milei. Más de fondo, se plantea un interrogante ¿es posible acumular poder político y voluntad de cambio en el seno de un gobierno antipopular, así sea el resto supuestamente peor?

Las razones de fondo para un devenir inesperado

Que la disyuntiva para el ballotage de noviembre esté planteada muy probablemente en términos de derecha o ultraderecha -así lleguen a ser Milei y Massa los contrincantes- obedece a causas profundas que exceden a nuestro país. Al capital ya no le alcanza con imponer su dominación a través de las formas con que el neoliberalismo controló al pueblo trabajador, mediante su fragmentación y sometiéndolo a la competencia globalizada. Desde la crisis mundial del 2008, el capital necesita instaurar métodos cada vez más autoritarios. Como escribió el intelectual franco italiano Mauricio Lazzarato en su libro “El capital odia a todo el mundo”, desde la crisis mundial del 2008 y el estancamiento de la economía real, “requieren que la imbricación de política y economía vire hacia la guerra… Sin la guerra civil y el fascismo, no hay reconversión de dispositivos económicos, jurídicos, estatales y gubernamentales”.

Las PASO que acaban de finalizar son una muestra cabal de estos señalamientos de Lazzarato. Ninguno de los partidos y coaliciones defensoras del capital se libraron, en menor o mayor medida, de adquirir estas características que presentan al autoritarismo como muestra de firmeza de un buen gobierno, colaborando a sembrar un campo fértil para el crecimiento de las ideas de Milei.

No se trata solo de Milei. Gane quien gane será imprescindible la más amplia unidad popular contra los ataques a derechos y libertades, como contra los intentos por acabar con los más elementales derechos democráticos. No podemos olvidar que no fue Milei sino los gobiernos peronistas de Salta y radicales de Mendoza y Jujuy los que sancionaron legislaciones que eliminan el derecho a la protesta. No por ello se puede guardar fidelidad a un régimen “representativo” que poco tiene de democrático y al que habrá que transformar radicalmente.

Las alternativas de izquierda

La izquierda del FITu retrocedió un poco respecto a las anteriores elecciones presidenciales, pero, por sobre todo, el retroceso es mayor si consideramos que no pudo canalizar casi nada del enorme descontento popular. El resto de las agrupaciones no superó las PASO.

Poco ayuda a superar las debilidades esconderlas mostrando algunos triunfos relativos y parciales o patear el problema hacia afuera, sin valorar si más allá de impulsar un imprescindible plan de lucha contra el ajuste, se disputaron verdaderamente imaginarios populares. Habrá que preguntarse asimismo si la disputa interna no desplazó y deterioró al dialogó con el pueblo. O si exaltar las propias virtudes (“vote a la izquierda que se planta” o “la salida es por izquierda”) en vez de las capacidades populares que el sistema busca invisibilizar -como hizo con la gran lucha jujeña y el Tercer Malón de la Paz que sigue acampando en CABA- no reafirmaron imaginarios de que el pueblo necesita un “salvador”, obturando verdaderos diálogos.

Las capacidades populares para oponer la vida a la muerte que ofrece el capitalismo patriarcal son muy grandes, como ahora en Jujuy, y antes lxs docentes y trabajadores de la salud autoconvocadxs, y antes las doñas organizando comedores populares durante la pandemia, o antes el movimiento feminista, o antes los movimientos territoriales, o antes los movimientos socio-ambientales de Chubut y Mendoza, y antes… . Apoyarse en ellas para profundizar un diálogo que no sea unidireccional entre las izquierda y sectores populares, así como abrirse a colectivos y agrupaciones que nacieron desde las luchas del pueblo, resulta vital de cara a octubre y de cara a la construcción de alternativas de transformación radical.

¿Se puede evitar una victoria de Milei en octubre?

Una receta que nunca dio resultado es la de apagar un incendio con nafta. Sin embargo, hay compañerxs que con las mejores intenciones del mundo ya convocan a votar a Massa para frenar a la derecha. Vale preguntarse, ¿es posible evitar que continúe la fuga de votos hacia la derecha reaccionaria apoyándose en uno de los responsables del malestar popular y del crecimiento de esa derecha? ¿Alguien puede suponer, sinceramente, poder entablar un diálogo con los cientos de miles de jóvenes precarizados, proponiendo votar a quienes visualizan como responsables de su situación? ¿O los estaríamos echando en brazos de lo que queremos evitar?

Resulta utópico suponer poder frenar a Milei estableciendo alguna especie de detector de maldad y malas intenciones -absolutamente subjetiva- para distinguir malos de peores. ¿Cómo convencer, por ejemplo, de la importancia de defender los derechos laborales, a un joven que nunca los tuvo?

Publicar argumentos en las redes, puede calmar ansiedades, pero de poco y nada sirve dirigirse a los ya convencidos. Necesitamos ganar las calles, reconstruir lo colectivo deteriorado, hacer reuniones, demostrar fuerza, charlar, explicar y escuchar.

Los movimientos socio-ambientales saben explicar muy bien la locura de negar el calentamiento global -como hace Milei-, que el extractivismo multiplica. Los científicos del CONICET, ganando las calles, pueden instalar a la perfección la importancia de este organismo que Milei pretende cerrar. Los movimientos feministas y colectivas feministas ya han demostrado como es posible defender derechos y popularizarlos. Son sólo unos pocos ejemplos. Abrir el diálogo con millones necesita de no culpabilizar al pueblo, no creer que haber votado a Milei transforma automáticamente a alguien en facho. La gran mayoría de sus votantes no estará de acuerdo con la implementación de sus propuestas.

Ganar las calles para la acción colectiva siempre tiene un gran poder de convencimiento. Haría bien Milei en tomar nota de lo que le sucedió a Gerardo Morales, en Jujuy, cuyo candidato obtuvo el 49,42% en las elecciones del 7 de mayo de este año, con lo que creyó podría hacer lo que quisiera. Al poco tiempo la provincia entera se rebeló -en defensa del salario, los derechos democráticos, los territorios y el agua- y su votación descendió a 23,79% en las PASO de este domingo. A esta altura de la crisis política y social nadie tiene la vaca atada.

Mientras se votaba, la vida continuaba fluyendo en nuestras tierras, pero no tuvo espacio en las elecciones ni en los medios que la invisibilizaron. Muy cerca de donde reside el poder en Argentina y donde Dios atiende, en la plaza frente a los Tribunales de Justicia en CABA, acampa el “Tercer Malón de la Paz”, que los pueblos originarios y el pueblo de a pie de Jujuy enviaron a Buenos Aires para hacer escuchar su reclamo contra la autoritaria reforma constitucional, contra el extractivismo y en defensa de los territorios, el agua y por el democrático derecho a la consulta a los pueblos. Un reclamo que nadie del poder escuchó, así como se ocupó muy bien que pocos se enteren.

Será cuestión de dejar de creer que las elecciones son la “madre de todas las batallas” para nuestras vidas y el país, para comprender que son las luchas colectivas la “madre” que incidirá en las elecciones. Quizás entonces, se nos podrá ocurrir articularnos para derrotar a Milei y al resto de las derechas y construir en la realidad la ilusión de otro país posible.

Quizás dos meses sean pocos para frenar una derrota. Pero intentarlo, seguramente nos dejará en mejores condiciones para resistir lo que viene