Artículo publicado en Contrahegemonía Web

Por Sergio Zeta

El triunfo de Milei reveló las corrientes subterráneas de una Argentina inédita. Ya nada será igual, aunque se repitan trágicamente buena parte de los actores, conocidos muchos de ellos desde la triste década del ’90, desde el repudiable gobierno macrista e, incluso, del gobierno que acaba de finalizar. Se avizora un futuro nefasto, de profundización de la miseria, la opresión y la precarización de la vida de las mayorías populares. Solo el pueblo organizado, en unidad y recreando las experiencias de luchas acumuladas, puede impedirlo.

Sorprendió que mucho de lo que parecía una realidad incuestionable, resultara un espejismo. Como si los algoritmos y microclimas -habituales en las redes- se hubieran lanzado sobre la realidad, transformándola en una inmensa “fake news”. Como la suposición de que, aún deteriorada, la “grieta” continuaba escindiendo al país entre un peronismo que mal que mal, seguía siendo bastión de un Estado “presente” en la garantización de derechos y una derecha adoradora de un mercado inmisericorde. Por lo pronto, para millones, lo verdaderamente inmisericorde pasó a ser un Estado cuya presencia ya no garantizaba derechos esenciales para la vida como el trabajo, la vivienda, la seguridad, la salud y la educación, pero se asegura de que aquellos que “se la vienen llevando con pala” no pierdan ninguno de los privilegios que obtienen gracias a los y las que “agarramos la pala” cada día de nuestras vidas.

Los resultados electorales constataron que, como siempre, perduraba el porcentaje habitual de gorilas antiperonistas y, asimismo, que los núcleos fachos – nostálgicos de la dictadura- perdieron el sano miedo que tenían, atreviéndose ahora a asomar sus repugnantes cabezas. También pusieron en evidencia la bronca de muchos “machos” que resienten la pérdida de los privilegios que le confiere el patriarcado. “Machos” a quienes les gustan las mujeres cuando callan, porque están como ausentes… Pero, sobre todo, y es lo que inclinó la balanza, se hicieron visibles millones de jóvenes de las barriadas populares para quienes palabras como “derechos”, “garantías”, “solidaridad”, resonaban a huecas y desconocidas o, peor aún, a argucias para sostener privilegios a ambos lados de la “grieta”. Hay quienes los acusan de rifar su futuro. ¿Qué futuro? – respondería cualquiera de ellos que viven en un presente de exclusión y no avizoran ningún futuro que valga la dicha de ser vivido. Una realidad que se impone es que estos millones de jóvenes son un componente imprescindible para la lucha popular y para una política de transformación radical. Esto nos abre  muchos interrogantes, ¿reaccionarán prontamente cuando verifiquen que el gobierno de Milei no tocará un pelo a la “casta”, pero afectará gravemente al pueblo, multiplicando la pobreza, el hambre y el desempleo? Y, sobre todo, ¿Mientras sus padres y madres, desde la segunda mitad de la década de los ’90, crearon nuevas e imaginativas formas de organización y lucha para enfrentar los ataques neoliberales, como los movimientos de trabajadores desocupados y los piquetes, entre otras muchas creaciones, esta nueva generación qué rumbo tomará cuando, más temprano que tarde salga a luchar? ¿Sabrá construir lazos humanos y organizativos entre sí y con otros sectores populares, o primará el individualismo extremo que el capital impone? No se trata de adivinar las respuestas a estos interrogantes, sino de escuchar y volver a escuchar a partir de la complejidad y de los cambios subjetivos y culturales que construyó el capitalismo en esta etapa de tanto salvajismo, así como de evitar echar culpas que tanto gustan a “progres” de conciencia inmaculada y de asumir los desafíos que los nuevos tiempos imponen.

Junto con la “grieta”, se resquebrajaron varios supuestos e hipótesis estratégicas de quienes nos ubicamos en el ala izquierda del espectro político. Necesitamos repensarnos para no dar vueltas a la noria en las inminentes luchas populares y construcción de alternativas de los próximos tiempos. Plantearemos algunas ideas, hipótesis de trabajo para los tiempos que vienen y para la necesaria transformación de la praxis de izquierdas.

Sobre helicópteros, derechas y la condena de Sísifo

Resulta difícil no fantasear con helicópteros ante un gobierno como el de Milei. Pero, aunque ayude a sobrellevar angustias y pesares -o a confrontar con quienes sostendrán la “gobernabilidad” por sobre las necesidades y voluntad popular- resulta un tanto resbaladizo para ubicarse en la realidad. Porque más allá de cuanto perdure Milei, el crecimiento derechista no es un fenómeno meramente local ni se restringe a este personaje desequilibrado, sino responde a una necesidad profunda del capitalismo global y, como tal, necesitará de respuestas populares a corto, mediano y largo plazo.

Los dueños del capital, ya hace décadas que impusieron a sangre y fuego (recordemos a Thatcher, Reagan, Pinochet o Videla) un sistema de dominación neoliberal basado en la competencia: competencia entre países para atraer inversores y prestamistas (archivando en el arcón de la desmemoria cualquier mención sobre imperialismos o liberación nacional), competencia en el seno de una clase trabajadora fragmentada, competencia por la primacía de unos u otros derechos de sectores populares, como el de circular o protestar. Pero desde la crisis mundial del 2008 y de las rebeliones populares que desde entonces sacudieron gran parte del mundo (países árabes, África, España, Francia, Grecia, Honk Kong, Colombia, Chile, etc.) el capital necesitó redoblar su guerra contra los pueblos y profundizar sus rasgos autoritarios, promoviendo una oleada de avances derechistas en el mundo.

En Argentina, la casta política “mimosa” con el capital, viene conflictivamente realineándose en dos nuevas coaliciones: una de derecha y otra de ultraderecha que, con distintos métodos y aprovechando sus reales diferencias, intentan acorralarnos con el ardid hollywoodense del policía bueno y el policía malo en pos de similar objetivo común de reconfigurar la sociedad en crisis, acomodándola a los designios del capital internacional, ávido de apropiarse de los abundantes bienes de la naturaleza de nuestra tierra y de acabar definitivamente con las reservas éticas y combativas de nuestro pueblo, que se le ha plantado una y otra vez.

Este realineamiento se aceleró con Milei, pero no comenzó recién. No casualmente, los candidatos del peronismo desde el 2015 fueron Daniel Scioli (ahora embajador de Milei en Brasil), Alberto Fernández (cuesta recordar que cargo ocupó) y Sergio Massa (constructor de la victoria de Macri en el 2015 entre otras “virtudes”), tres personajes de la derecha neoliberal ungidos por el deteriorado progresista dedo de Cristina Kirchner quien, sin embargo, no se equivocó, sino leyó como nadie las necesidades y tendencias del capital.

En estas condiciones, suponer que una probable crisis del gobierno de Milei conduciría por sí misma a potenciar a las izquierdas -por ser, sin dudas, las más consecuentes en la lucha popular- nos condena, al igual que a Sísifo, a cargar una y otra vez la misma piedra. Salvo que desde esas luchas se despliegue una praxis integral por presentar propuestas y por tornar deseable y posible una Argentina eco-socialista y feminista, sostenida en construcciones comunitarias, en una América Latina unida y liberada. En este recorrido, si Milei se ve urgido a abordar un helicóptero, pase lo que pase después ¡a festejar con ganas!!

Resistencia popular e instituciones “democráticas”

Las elecciones evidenciaron una crisis de las estrategias desplegadas por las izquierdas, que no pudieron canalizar, siquiera en parte, el enorme descontento popular. Al mismo tiempo, expusieron algunos nudos a destrabar por las luchas populares por venir.

Mientras sectores masivos de nuestro pueblo depositaban su voto en quien confusamente enarbolaba su motosierra contra una institucionalidad política -que cumple en estos días 40 años- sentida como ajena y opresora por las mayorías, las izquierdas –desoyendo ese mensaje- intervinieron aspirando a integrarse a la misma. Convocatorias a sumar izquierda al Congreso, a ser la “tercera fuerza” o a agregar alguna diputación más revelaron la debilidad de su vocación de poder y de su confianza en cambiarlo todo de raíz. Apenas alcanzó para poner de relieve a una gran compañera y figura como la de Myriam Bregman, sin que la izquierda fuera visualizada como vehículo de transformación.

Si bien fue el progresismo el que institucionalizó la conflictividad social y la ruptura política que eclosionó en la rebelión popular del 2001 –escondiendo bajo la alfombra la profundidad política de la rebelión-, las izquierdas no supieron sustraerse a su influjo. Ni al de la añeja escisión -característica del capitalismo- entre la política y la lucha social, que restringe a la primera al momento electoral -mientras relega sujetos colectivos y realza organizaciones partidarias e individuos-, al tiempo que condena a la segunda al reclamo corporativo sin pretensiones transformadoras. El “Malón de la Paz” del pueblo jujeño en lucha, pagó con su invisibilización esta escisión promovida por los medios e instituciones “democráticas”.

La democracia llega senil a su 40 aniversario, sin conformar ya a nadie. Mientras las clases dominantes impulsan que toda su institucionalidad, con sus tres poderes, adquiera rasgos cada vez más conservadores y reaccionarios, al punto de dibujar sobre ellos el monstruoso rostro de Milei, al pueblo le resulta insuficiente para satisfacer las necesidades más mínimas. Mientras se defienden las conquistas obtenidas con la lucha popular en estas décadas y los derechos y garantías que se pretenden avasallar, habrá que ir construyendo otra institucionalidad, popular, con la que “comer, curar y educarse”, sean una realidad y no vana promesa.

La sana desconfianza en las reaccionarias instituciones de la democracia representativa puede servir como reaseguro ante la más que probable tentación de dirigir todas las luchas hacia las mismas. La debilidad del gobierno de Milei en el Congreso, en el que resulta una minoría en ambas Cámaras, afianzará esa tentación. Aprovechar esa debilidad será correcto y necesario, si no resume las estrategias de lucha y aporta a que sea el pueblo quien vaya construyendo y asumiendo en sus manos las soluciones necesarias.

La lucha contra las privatizaciones no se agota en la defensa de lo público

Frenar el frenesí privatista será una de las principales batallas que el pueblo dará. Pero la mera defensa de lo público se ha demostrado poco eficaz para librar esa batalla con éxito.

Quienes enfrentamos las privatizaciones de Menem en los ‘90 recordamos lo difícil que fue defender a las empresas públicas ante el conjunto de la población, cuya mayoría aprobaba su privatización. La razón de fondo para tal dificultad se encuentra en que el capital había ya perdido todo interés en solventar el llamado “Estado Benefactor”, rapiñando y dejando en ruinas lo público.

Tuvo que ocurrir, por ejemplo, que ocurriera la masacre ferroviaria de Once, o que Repsol vaciara YPF, o que las AFJP se quedaran con gran parte de la plata de las jubilaciones, o que la energía se cortara cuando más necesaria era, en manos de Edesur y Edenor, para constatar lo nefasto de que estuvieran en manos privadas.

A su vez, el capital alimenta la idea –que ahora lleva al paroxismo una personalidad carente de toda empatía como la de Milei- de que toda empresa debe dar ganancias o desaparecer. Y mete en la misma bolsa derechos ineludibles que se debe garantizar sin otra consideración como el acceso a la educación, la salud, el transporte, o la energía, para dar sólo algunos ejemplos. El capitalismo neoliberal, en su devenir, instala la falsa idea de que la población no es un sujeto de derechos sino apenas costos a reducir.

En los tiempos actuales -más avanzada aún la labor destructiva de lo público- resultará más difícil e ineficaz enfrentar el vendaval reaccionario libertario con el sólo recurso de exaltar sus ventajas, muchas de ellas ciertas, pero ya claramente insuficientes.

¿Cómo defender la escuela pública actual, sin al mismo tiempo cuestionar que el sistema relegue la formación -aunque la docencia haga todo posible y más aún para sostenerla- para destinarla a mera contención social y a usina de mano de obra poco calificada y precaria, proponiendo su urgente transformación, con protagonismo docente y de la comunidad? ¿Cómo defender la jubilación estatal sin exigir, al mismo tiempo, que deje de financiarse sólo desde los trabajadores ocupados para serlo desde el tesoro estatal y con mayores aportes empresariales, mientras las organizaciones de jubilados controlen el PAMI? ¿Cómo defender una salud pública en decadencia sin exigir que las prepagas y Obras Sociales sean parte de un sistema único integral de salud pública, que cubra al 100% de la población, bajo control de los profesionales y trabajadores de la salud, esos aplaudidos durante la pandemia? ¿Cómo defender a un Conicet que, siendo público, se coloca al servicio de los intereses empresariales e hizo de punta de lanza contra Andrés Carrasco por sus denuncias sobre el uso del glifosato, sin transformarlo al servicio de las necesidades populares?

Público y popular no son sinónimos, cuando alejado de cualquier control colectivo popular, lo público es utilizado por los intereses privados para su beneficio. No alcanza con lo público si al mismo tiempo no es popular y colectivo. Habrá que tomarlo en cuenta para que la inminente lucha contra las privatizaciones se articule con la lucha por someter lo público al interés y control popular.

Resistencias colectivas al miedo y al ajuste

Como prólogo al inminente shock ajustador, comenzó una ofensiva para infundir miedo. Falcon verdes, augurio de jóvenes libertarios atacando a “orcos” que resistan el ajuste, amenazas y escraches. Desde la oposición (aunque aún no se sabe bien quienes estarán en la oposición ni a qué se opondrán) se sumaron a la campaña del miedo, señalando como “fascista” a la Libertad Avanza sin señalar como enfrentarlo o convocar a pensar estrategias colectivas de cuidado y neutralización de estos avances. No será extraño tampoco que dentro de poco los medios relancen su campaña sobre la “inseguridad”.

El miedo es una herramienta eficaz de las clases dominantes para inducir a la parálisis, lograr la subordinación, se internalicen normas y desarticular sujetos colectivos. Incluso afecta a la salud, con depresiones, stress y ataques de pánico.

Resulta vital combatir estas campañas por infundir el miedo, sin dejar de redoblar recaudos ante un previsible aumento exponencial de la represión estatal, acompañada de algunas muy posibles acciones intimidatorias o violentas no estatales, pero amparadas y alentadas desde el poder. Recaudos, articulaciones antirepresivas y de DD.HH. serán imprescindibles en estos tiempos.

Combatir el temor resulta esencial, ya que nadie gana una batalla si parte de que la perderá. Esto que resulta una verdad de Perogrullo, es sin embargo desechado por organizaciones sociales y sindicales que hacen un culto de la relación de fuerzas, a la que siempre definen como desfavorable, infundiendo temor, para rehuir las peleas.

Intervenciones artísticas y culturales, responder masivamente a cualquier hecho represivo, impulsar la solidaridad ante todas las luchas, articular las peleas, será crucial. El temor se supera o controla cuando se lo encara de forma colectiva. Habrá que recuperar entonces la gran tradición asamblearia de los sectores populares. En barrios, rutas, empresas, escuelas, todo se hacía debatiendo ideas, compartiendo temores y sensaciones, decidiendo en asambleas de base. Esa gimnasia desde abajo fue conscientemente desvirtuada para encumbrar personalidades providenciales o viejas instituciones degradadas.

La dureza con la que amenaza el gobierno amerita realizar esfuerzos por la mayor articulación posible. En tiempos de imposición del individualismo descarnado, se hará necesario recuperar y profundizar en la práctica conceptos como el de la multisectorialidad –nacido desde algunos movimientos territoriales- o el de la interseccionalidad, desde la lucha feminista. En los años ’70 fue la “unidad obrera y estudiantil”, en la rebelión del 2001 fue el “piquete y cacerola, la lucha es una sola” los cantos que señalaban un rumbo hacia la unidad. Está por verse que es lo que la creatividad y lucha popular parirá en estos nuevos tiempos. Mientras tanto, impulsar cada lucha en la mayor unidad posible, sin encerrarse en la propia identidad, sin dejar a nadie afuera, sin sectarismos o subordinación.

Realineamiento de las izquierdas y de los sectores populares en la nueva resistencia

En tiempos en que, para dar cuenta de las nuevas necesidades del capital, las derechas se reorganizan, las izquierdas ya no podemos seguir como siempre.

Resulta ya una necedad suponer que sólo los Partidos de la izquierda poseen la capacidad de generar alternativas al capitalismo patriarcal y ecocida, aunque resulten una usina necesaria para ello. El pueblo ha generado múltiples organizaciones y colectivos desde las que no sólo se lucha sino se construyen alternativas superadoras en el terreno de lo ambiental, la producción alimentaria, la educación, la superación del patriarcado, la cultura, los derechos humanos, la relación con el territorio. Las identidades, valores, culturas de las izquierdas van mucho más allá ya de los partidos. Habrá que dar una batalla, por superar preconceptos, sectarismos, exclusivismos identitarios, la creencia en formas organizativas excluyentes –que nos afectan a todos y todas-, para avanzar a una articulación de las izquierdas, en todos los terrenos y en un plano de igualdad, sin auto-limitarse a lo electoral. Una articulación que se atreva a mantener y debatir de cara al pueblo las diferencias, sin convertir por ello al otro en adversario, lo que sería inédito en nuestra cultura de izquierdas.

Sólo desde una amplia articulación popular de izquierdas podría disputarse con éxito la subjetividad popular que el capital construye, de que obtener dólares es más importantes que defender el agua o la tierra, que las deudas, así sean fraudulentas e impuestas, se pagan, que el capital puede humanizarse y hacer posibles la libertad y la democracia, que el éxito empresarial se derramará al bien común y tantas otras creencias que siglos de dominación convirtieron en sentido común.

La articulación de las izquierdas no resume en sí misma la necesidad de una unidad más amplia para pelear contra el ajuste y los proyectos de Milei que, de tener éxito, arruinará nuestras vidas y transformará de forma reaccionaria al país. Pero resultará esencial para impulsarla e instalar que otro país y sociedad es posible, con un proyecto que vaya más allá de los designios del capital y de las instituciones políticas y sociales por él creados.