“ (…) es un secreto esa mujer / ¿por qué grita? / mirá las margaritas / la mujer / espejitos / pajaritas / que no cantan / ¿por qué grita? / que no vuelan / ¿por qué grita? / que no estorban / la mujer / y esa mujer / ¿y estaba loca mujer?
Ya no grita
(¿te acordás de esa mujer?)”

¿Por qué grita esa mujer? – Susana Thénon

Por Elizabeth Moretti

El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional Contra la Violencia hacia las Mujeres. En honor a las Hermanas Mirabal, tres mujeres dominicanas, luchadoras sociales y políticas, secuestradas, torturadas y asesinadas por la dictadura de Trujillo en 1960; la fecha convoca cada año a cientos de miles de mujeres que, en Latinoamérica y el mundo, marchan por el cese de la violencia contra sus cuerpos y sus personas y por todos los derechos y reivindicaciones aún pendientes.

Las Hermanas Mirabal

Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, hoy erigidas en heroínas nacionales en su país, República Dominicana, eran, con diferentes grados de participación y compromiso, militantes antidictatoriales. Minerva, junto con su esposo, era fundadora del Movimiento Revolucionario 14 de Junio. María Teresa y Patria también participaban o adherían a la lucha contra la dictadura de Trujillo, régimen que se cuenta entre los más sangrientos de América Latina, con un cálculo de 50 mil muertos en los 31 años que manejó el estado.

Después de haber sido encarceladas varias veces, de haber estado en “la 40” -el centro de detención donde varios de los fundadores y partícipes del 14 de Julio pasarían sus últimos días- y de haber sufrido torturas y vejaciones. Minerva y María Teresa son puestas en libertad; mientras que sus esposos son mantenidos en prisión, como rehenes a manos del estado.

Así es que, en una de las muchas visitas que las hermanas realizan a sus compañeros, acompañadas de su tercera hermana, Patria, son emboscadas por agentes del SIM (Servicio de Inteligencia Militar, creado por el propio Trujillo); que las llevan a una casa donde otros agentes las esperaban para torturarlas y posteriormente darles muerte estrangulándolas y golpeándolas hasta morir. Después son cargadas en su propio auto para pretender simular un accidente de tráfico.

Lejos de significar una victoria política para el régimen, este brutal asesinato constituyó la gota de sangre que rebasó el vaso. El rechazo internacional fue tal que el gobierno de Trujillo perdió incluso el apoyo de los Estados Unidos, quien colaboró en el asesinato del dictador en 1961.

Al mismo tiempo, dentro de República Dominicana, a su familia le fue imposible mantener el poder luego de la muerte de Trujillo; lo que abrió un proceso que llevaría, dos años después, a la celebración de elecciones libres.

El presidente electo de ellas sólo duró poco menos de siete meses en la presidencia, antes de ser derrocado por un nuevo golpe militar; pero esa es otra historia.

El legado de las Hermanas Mirabal es levantado en toda América Latina, no solo en defensa del género femenino contra la violencia machista; sino como reivindicación de su calidad de luchadoras sociales, comprometidas con el destino de su país; capaces de jugarse la vida por sus convicciones, de soportar la tortura sin entregar a sus compañeros, de organizar la resistencia clandestina contra un régimen opresivo y genocida. De la misma forma que las decenas de miles de luchadores y luchadoras sociales y políticas que, a lo largo de este continente tan maltratado, saqueado y desangrado; se han levantado en defensa propia y de los suyos, por un mundo más justo.

Una llamada para luchar contra todas las violencias

Más de 60 años después de que las Mirabal fueran brutalmente asesinadas por el estado dominicano, las calles y plazas de Latinoamérica se vistieron de violeta (contra la violencia) y verde (por el derecho al aborto) y se poblaron por las cientos de miles de mujeres que salieron a reclamar la eliminación de la violencia y de las desigualdades.

Según un informe del Mapa Latinoamericano de Femicidios (MLF), durante el primer semestre de 2023, al menos 1.945 mujeres, adolescentes y niñas fueron víctimas de femicidios en los 15 países de Latinoamérica y el Caribe de los que se tiene datos. Esto significó un aumento del 12,5% en relación al mismo periodo del año anterior.

Sólo en Argentina, la Casa del Encuentro registra 223 femicidios, 3 trans/travesticidios y 18 femicidios vinculados de varones adultos y niños, para el mismo período.

Pero no solo eso. Durante el segundo trimestre de 2023, la brecha salarial entre hombres y mujeres fue, en Argentina, del 26,6%, calculando en salarios promedios que ya de por sí están muy por debajo de cubrir la canasta básica familiar ($ 161.252 para los hombres y $ 116.584 para las mujeres). Al mismo tiempo, las cifras de desocupación y subocupación también golpean en mayor medida a mujeres que a hombres.

El movimiento de mujeres y disidencias sexuales en nuestro país supo ser uno de los más activos, consiguiendo la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo y la Educación Sexual Integral en las escuelas, derechos por los que se peleó durante décadas.

En la actualidad, si bien se mantiene cierto nivel de movilización callejera en las fechas significativas, dicho movimiento está replegado y también fragmentado. Y gran parte de él ha quedado atrapado en su apoyo a un gobierno que empeoró significativamente las condiciones concretas de los sectores populares; condiciones que las mujeres sufren con mucha mayor crudeza.

Hoy nos encontramos ante la realidad de un futuro gobierno abiertamente contrario a cualquier reivindicación popular, cuyos representantes amenazaron con someter a referéndum el derecho ya conseguido del aborto legal y llegaron a comparar las identidades sexuales disidentes con “tener piojos”. El llamado, entonces, suena más fuerte que nunca para quienes, desde abajo, nos organizamos y resistimos las violencias cotidianas. No sólo la violencia machista encarnada en el femicida solitario o el violador amparado por su círculo íntimo (muchas veces protegidos por la justicia); sino y sobre todo, la violencia ejercida desde las instancias del mismo estado. La violencia de la represión y la persecución a luchadoras; del hambre y la falta de alternativas cada vez más palpables en los barrios periféricos de las grandes ciudades. La violencia de la quita de presupuesto a la salud y la educación públicas, lugares desde los que, en la peores condiciones casi siempre, muchas veces se resiste colectivamente los embates. La violencia de la persecución a los pueblos originarios y la destrucción de los territorios para dar paso al extractivismo.

¿Sabrá el movimiento de mujeres sostener sus reivindicaciones, al tiempo que estar al lado de los reclamos obreros, los pueblos originarios, las luchas ambientales y los sectores populares, en la necesaria resistencia por venir? Apostamos por ello.