Artículo publicado en Contrahegemonía Web

Por José Cabrero

Durante años, la rabia acumulada por los sectores medios y bajos de la sociedad fue creciendo y acumulándose producto de sucesivos gobiernos que, mientras se inflamaban con discursos a favor de las necesidades populares, provocaron el hundimiento social de estos mismos sectores que supuestamente defendía, mientras beneficiaba ostensiblemente a los empresarios y terratenientes. 

Javier Milei, un personaje marginal de los ambientes académicos de la ultraderecha liberal sostenida por el capital financiero internacional, logró en unos pocos años pasar de ser un comentarista en la TV a ser Presidente de la Nación con una amplia mayoría de los votos emitidos. Su método: lograr canalizar la bronca del doble discurso progresista. Lo hizo mostrándose como el más enojado con ese doble discurso y construyendo una explicación simple, casi elemental, que logró dar una respuesta a la población empobrecida, ya casi desesperada y sin herramientas para poder desentrañar las complejidades de una realidad hostil y agresiva para con su vida cotidiana. 

Una realidad que se complejizó tremendamente con el encierro de los dos años de Pandemia frente al cual los sectores más afectados no pudieron construir un andamiaje de resistencia. Pero a esto ayudó mucho el propio gobierno progresista, que declarando hacer sacrificios para enfrentar la pandemia y exigiéndoselos a la sociedad de conjunto, terminó exponiendo una impúdica fiesta de cumpleaños del Presidente con su familia mientras millones de pobres en sus modestas viviendas le pasaban su comida por la ventana a los padres o a los hijos… o morían aislados sin poder abrazar a su familia, ni despedir sus cuerpos. Esa misma impudicia del poder supuestamente progresista culminó con el escándalo de un Ministro de Salud obligado a renunciar por haber sido denunciado por uno de sus favorecidos con una vacunación que salteaba las severas normas de aplicación. Las señales de corrupción profunda no fueron solo estas (empezando por los bolsos de López y terminando con el champaña de Inzaurralde) pero si fueron aprovechadas por la oposición de derecha para instalar socialmente que la corrupción kirchnerista fue la principal causa del hundimiento social y todas sus consecuencias.

Apoyándose en esta bronca creciente y justificada, Milei – siguiendo la mejor escuela del chivo social expiatorio – identificó al conjunto de los funcionarios del régimen democrático como los principales responsables del desastre económico y los calificó como “La Casta”. Pasó a ser el primer político de un sector de la burguesía (especialmente al capital financiero y el extractivismo en su conjunto) que atacó al régimen democrático burgués de una manera feroz, insultante, despreciativa y virulenta sin temor a ser considerado un enemigo terrorista, sin miedo a perder alguna legalidad por esos ataques. Contó con la ayuda de las grandes empresas de difusión que lo instalaron en la vida de millones de personas mediante las pantallas de la TV primero, y mediante el manejo de las plataformas digitales después. Pero no hubiera sido lo mismo si su discurso no hubiera sido el de un personaje desencajado de bronca contra “La Casta”, generadora de todos los males que sufren los pobres y sectores medios. De esta manera le robó a la izquierda marxista esa denuncia pública del carácter visiblemente elitista del régimen democrático burgués y la utilizó en un sentido inverso: para promover la libertad más absoluta posible para el capital y el lucro empresario contra la dictadura del Estado, cuyas regulaciones impedirían el funcionamiento de la economía. 

No fue una maniobra electoral como el “Salariazo” y la “Revolución Productiva” de Menem. Es una perspectiva político-programática consciente y necesaria para el “Dios Mercado”, porque para este sector del capitalismo el Estado burgués se ha conformado como un obstáculo respecto del grado de concentración de capital que busca. En esta época de decadencia capitalista con consecuencias catastróficas planetarias, la concentración de capital ha llegado a niveles de las peores suposiciones teóricas de Carlos Marx. Las gigantescas corporaciones como Black Rock, Elon Mask o Microsoft (que reúnen capitales superiores a centenares de países) ya teorizan sobre la posibilidad de gobernar el mundo desde sus empresas y por fuera y por encima de los Estados/Nación.

Esta combinación propagandística lograda por Milei, se encontró con una izquierda huérfana de propuestas para hacerle frente. Por lo tanto inerte. Especialmente al FITU le cabe la principal responsabilidad por su dimensión y posibilidades de llegar a la clase trabajadora y sectores empobrecidos. Pero han sido muy pocos los sectores de la izquierda (y muy marginales) que vienen alertando consecuentemente con esta falencia propia: la izquierda (marxista o anarquista) carece de un programa de gobierno que oriente su política. La política de la izquierda en general, pero del FITU en particular, ha quedado totalmente fragmentada, desvinculando la teoría del programa y las tareas. De tal manera hay más de un compañero o compañera que postula: la izquierda no tiene vocación de poder sino de oposición sindical. Es que desde hace muchos años sus consignas centrales le escapan a las propuestas anticapitalistas que encadenen un conjunto de tareas estratégicas que afecten el lucro y la ganancia de la gran burguesía, así como a la corrupción y las prebendas de la casta política que controla el régimen burgués en sus tres poderes. 

A esto se agrega que a adquirido una mirada condescendiente con conceptos como democracia, libertad, voto, desvinculadas de su referencia de clase, que los ha terminado vaciando de contenido. Es decir, sin precisar insistentemente que son herramientas que se aplican al servicio de la clase social dominante bajo el capitalismo en esta “democracia que supimos conseguir”. Lamentablemente, las principales fuerzas de izquierda esquivan en sus publicaciones y agitación que la libertad y democracia de la casta política (que efectivamente existe) al servicio de la clase burguesa, significa dictadura del capital contra la clase trabajadora y el pueblo y libertad completa para que la clase burguesa haga lo que mejor sabe hacer: explotar el trabajo ajeno y lucrar con sus productos. De tal manera, esta democracia que rige el funcionamiento del régimen es, cuando menos, una democracia cargada de elementos que la inhiben para que las mayorías populares puedan expresarse libremente y puedan – sobre todo – decidir el curso político del Estado. Así – por tomar solo un par de ejemplos – mientras los voceros de la burguesía confunden el poder de las empresas de comunicación con libertad de expresión, o al acto de votar con el poder de participar para decidir el curso político del país, desde la izquierda la campaña para PROPONER un régimen de poder y un sistema alternativo y contrapuesto a este se realiza con sordina…o directamente no se realiza (dejamos para otra nota pensar en los porqué). 

Uno de sus últimos peores ejemplos de esta forma de hacer política se expresa en la foto de la bancada parlamentaria autopercibida trotskista: con un cartelito en cada mano proponía como consigna central decirle “no al plan de ajuste motosierra de Milei”, como si esa fuera la consigna revolucionaria que pudiera ayudar a comprender un rumbo – ¿hacia donde propone ir la revolución anticapitalista? – de confrontación con el tsunami antipopular de Milei. Pero así planteada, esa consigna no sólo no da señales de otra tarea que no sea resistir (algo que inevitablemente deberán realizar los afectados en defensa propia para poder sobrevivir, con mayor o menor fuerza y suerte) sino que además es la propuesta de un arco político amplísimo que incluye a los sectores progresistas que fueron los que le hicieron “el juego a la derecha” durante años y años generando las condiciones necesarias para que el pueblo se hartara del cacareo del “gobierno popular” mientras se hundía en el pantano de la miseria.

Frente a esto hay una tarea urgente para las organizaciones de la izquierda: establecer un vínculo estrecho entre las consignas defensivas que se imponen por el mismo carácter de la lucha en el terreno mismo con las propuestas que desnuden el carácter de clase del régimen democrático al servicio de la gran burguesía y de todo su andamiaje ideológico. En tal caso democratizar la democracia implica señalar que – TOTALMENTE AL REVÉS DE LO QUE PROPONE MILEI – la democracia de los sectores populares implica coartar la libertad del capital para realizar su lucro sin medida ni control, lo cual significa invertir criterios impuestos por el capital sobre el funcionamiento del Estado: NO SOLO elección directa y mandato revocable de los jueces, de los comisarios, de los directores de hospitales, de los directores de escuela, de los funcionarios de todos los sectores del Estado (en todas sus instancias), SINO TAMBIÉN, asambleas y comisiones de control democrática y social (de usuarios y trabajadores) de los servicios públicos y de las empresas del Estado y DE TODAS LAS EMPRESAS PRIVADAS, DEL TAMAÑO Y DE LA PROPIEDAD QUE SEAN. 

Esta base de organización social, la esencia del tipo de cimientos que la sociedad debería darse para iniciar una profunda transformación con sentido inverso a la propuesta por el Ley Ómnibus y el DNU de Milei, sería lo necesario de comenzar a desarrollarla en todos los ámbitos de la producción y administración del país. Porque no sólo se trata de decirle NO, se trata de PROPONERLE A LOS TRABAJADORES Y AL PUEBLO un camino concreto, tangible, material: que las asambleas de trabajadores y sectores de los territorios pongan manos a la obra y se propongan el debate y elaboración de las normas y la organización que la sociedad debería adoptar en cada lugar para que funcione efectivamente al servicio de las mayorías y no al servicio de la casta administrativa, la burocracia política y los grandes capitalistas. Esto significaría proponer una orientación definida, clara, precisa, para el objetivo de una transformación anticapitalista que desnude el carácter fraudulento del planteo del “anarcocapitalismo” de Milei y sus promotores. 

Para que las riquezas de la producción y el comercio sean distribuidas según la proporción de esfuerzo personal que cada habitante aporta a esa producción y a ese esfuerzo social. 

Para que la libertad del individuo se pueda realizar materialmente como resultado de la distribución social necesaria de la producción.

¡NINGUNA LIBERTAD PARA LA ESPECULACIÓN, EL LUCRO Y LA USURA DE LA CLASE EMPRESARIA! 

¡TOTAL LIBERTAD PARA LA SOLIDARIDAD, LA ORGANIZACIÓN Y EL CONTROL DEMOCRÁTICO DE LA SOCIEDAD POR PARTE DE LOS TRABAJADORES Y EL PUEBLO!