Por Luis Cuello

“Mi historia es la historia de incontables millones de niños cuyas familias y naciones fueron destrozadas por dinero en el nombre de Jesucristo”

Sinéad O´Connor

La muerte es inevitable en los seres vivos. Quizás para muchos, como es mi caso, juegue como una obsesión que ronda en la cabeza. Todos hemos sentido el profundo dolor que significa perder a un ser que apreciamos o que amamos. Y quizás también ahí ronda la idea de nuestra propia muerte, de nuestra propia fragilidad.

Pero hay otra dimensión, esa de seres que no conocemos personalmente, pero que son o han sido parte de nuestras vidas y se han guardado en lo profundo de lo que somos. Me ha pasado muchas veces. Nos ha pasado muchas veces. De alguien que ha marcado momentos. A algunos, quizás a muchos le paso con Maradona. O de esos trágicos momentos que uno dice: “¡¡¡No!!!, este/a debería ser eterno”. Como una especie de súplica atea que no tiene destinatario ni receptor imaginario. Solo ese deseo. O con el deseo de que, quienes aun estén vivos y medio jodidos, lo estén eternamente. Me pasó muchas veces: con Soriano, con el Flaco Spinetta, con Fontanarrosa, con Kierlovsky y tantos otros. Y algo de nosotros se muere con ellos, en ese deseo de guardarlos para siempre.

Y eso me pasó en estos días con Sinéad, con Sinéad O´Connor. Y sin saberlo, compartí esa sensación con Pedro, mi hijo menor, que en algún comentario tirado así al pasar, me comentó que había llorado cuando se enteró de su muerte. Lo mismo que me pasó a mí.  

Debo decir que, y que esto no suene a pedantería porque poco tiene que ver conmigo, yo no fui a ella, sino que, por alguna rara razón, ella vino a mí. No recuerdo ni el año ni la circunstancia ni quien, alguien en algún momento me regaló el disco «Am I Not Your Girl?» (¿No soy tu chica?) allá por los 90.  Pero a quien sea se lo agradezco.

Era para mí una absoluta e ilustre desconocida. Pero escucharlo fue un verdadero impacto. Un grato descubrimiento tal, que me quedé prendido, escuchando esa voz casi hipnótica cantando viejas canciones entre jazzeadas y melódicas, con una orquestación monumental. En esa época poder conocer y saber algo sobre alguien así, costaba trabajo por cierto. No había posibilidad de googlear nada y solo pude enterarme que era irlandesa.

Pero se convirtió en un disco de cabecera. En esa  época, como una cosa de locos, por actividades políticas viajaba a Capital ida y vuelta dos veces por semana. No había internet, ni celulares ni nada de la parafernalia tecnológica actual.  Sin embargo, me había hecho de lo más “avanzado” al respecto en esas épocas: un equipo Aiwa que permitía truchar y grabar de disco compacto a cassette de manera bastante automática y un “walkman” con ecualizador para escucharlo. Así, en esos aburridos viajes, Sinéad me acompañó junto con Charly, con Patricio Rey y otros. Además. Justo es decirlo hasta acompañó mas de una vez algún encuentro romántico.

Algunos meses después compré «Madre Universal». Otro ritmo, otra cosa pero tan vibrante, brillante y atrapante. Como el tema Fuego en Babilonia o las dulces canciones de cuna en esa voz subyugante.

Después metido en otros mundos, en otros tiempos, ya escuchando viejos CDs y sin mucha información hasta mucho después, no volví a escuchar nada nuevo de ella. No creo que ella me haya extrañado, cosa que lamenté por cierto, pero esos temas siempre volvían a mí con renovado placer.

El tiempo pasó en medio de peleas políticas desgastantes, de derrotas, de angustias, de rupturas emocionales de todo tipo. La música y el arte, y sobre todo el cine mirado en VHS, servían para mitigar en cierta manera esas cosas. Estoy hablando de los 90, de la caída del Muro, del menemato y del post menemato.

Poco sabía (o por lo menos no lo recuerdo) de esa chica irlandesa, pequeña, de facciones bellísimas, de ojos profundos y tristes, que se había rapado casi en un acto de rebeldía hacia las discográficas que la querían “bella” y vendible, que querían obligarla a usar pelo largo y minifaldas. Y ahí estaba ella, pelada saltando a la fama con Nothing Compares 2 U, una canción de Prince (al que yo en esa época tampoco conocía) en una interpretación magistral. Que había cantado una bella versión de Mother en el célebre recital de The Wall en Berlín con Roger Waters y que andaba de gira con Peter Gabriel, a quien abandonó en Chile. Eso sí lo lamenté. En el maravilloso recital de Gabriel en Rosario estaba Celeste Carballo, que no desentonó, pero claro, no “era» Sinéad.

Quizás las fechas y secuencias se me mezclen. Tiempo después me enteré que mi ignorancia era tan suprema que no sabía que ese disco regalado que tanto me fascinaba y que salió a la luz en noviembre del 92 fue denostado, ninguneado, boicoteado y ella repudiada por el oscurantismo católico y el establishment. Y que la razón fue que poco de un mes antes, en el pico de su estrellato juvenil después de haber ganado tres premios MTV, en medio de uno de los programas más importantes de la TV yanqui, Saturday Night Live, cambió su repertorio y cantó a capela la canción “War” de Bob Marley, un alegato contra la guerra y el racismo. Había pedido una decena de velas en el estudio y una sola cámara -para que no pudieran borrar su imagen con algún cambio de plano-. Voz vibrante, los ojos fijos en la cámara; al terminar la canción sacó una foto del papa Juan Pablo II y la rompió en pedacitos. “La lucha es contra el verdadero enemigo” dijo. El silencio fue sepulcral.

Pocos días después participó en un recital homenaje a Bob Dylan en el Madison Square Garden, donde miles de buitres reaccionarios la abuchearon. De pie firme, esa pequeña-gran mujer, con su 1,63 de altura, descalza como era su costumbre, enfundada en un saco celeste que contrastaba con el escenario oscuro, respondió mirando cara a cara a sus depredadores y, mientras la banda intento comenzar a tocar, ella los hizo callar dos veces. Y canto nuevamente a capela War, casi como un grito de guerra, como una ratificación de su acto inicial: la denuncia a las guerras, a la marginalidad y sobre todo a los abusos sexuales en la Iglesia Católica. Abusos que ella misma soportó en el correccional donde la mandaron a los 15 años. Todo un adelanto a las denuncias que masivamente se hicieron años después por las atrocidades de la Iglesia en Irlanda y en el mundo.

Parecía el fin de su carrera. Le suspendieron conciertos, entrevistas. Muchos pensaron, y desearon, haberla hundido por tal sacrilegio. La ofensiva sobre ella fue brutal. Sin retroceder un centímetro en sus convicciones se abrió camino, dificultoso y doloroso camino, que tuvo sus secuelas. Las cosas ya no serían como antes. La prensa contribuyó a boicotearla y su carrera cayó en un abismo del que nunca se pudo levantar.

Ya en el 90 participa del recital de Anmesty Internacional (participaría en el 92 en otros más) en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, donde lee una dedicatoria a las mujeres presas políticas y pide un minuto de silencio por los que murieron en ese estadio mientras fue campo de tortura y detención en los primeros días de la dictadura pinochetista. En 1993 regresa a Dublín donde graba el tema You Made Me The Thief Of Your Heart, de la película “En el nombre del padre”, junto con la banda irlandesa U2 que la vuelve a colocar en escena. En el año 94 graba Universal Mother y recién el 2000 vuelve con un nuevo disco, hermosísimo disco donde rescata viejas canciones irlandesas. Después vendrían seis discos más.

Como ella mismo dijo: “Yo nunca quise ser una estrella de rock, siempre quise decir las cosas que me laten en el pecho. Quise poner mi voz en canciones de protesta”. En un mundo distinto, donde las estrellas de la música no se comprometían con los temas sociales, quizás fue la heredera de los Bobs Dylan o Joan Báez. O, desde otro lado, la hermana poeta de las Patiis Smiths.

Esta irlandesa, a la cual en 2003 le diagnosticaron un trastorno bipolar, una enfermedad mental, nunca calló su denuncia por los abusos de la Iglesia Católica, por las desigualdades, el hambre; nunca renunció a su feminismo y a la reivindicación de su condición de mujer, ni dejó de denunciar los negocios de las empresas discográficas y productores y la utilización, sobre todo, de las jóvenes mujeres. Ahí está su carta pública a Miley Cyrus: “Al negocio de la música no le importas una mierda, ni tú, ni ninguno de nosotros. Te prostituirán por todo lo que vales y te harán creer que es lo que TÚ querías… y cuando acabes en rehabilitación por haberte prostituido, ‘ellos’ estarán tomando el sol en sus yates, que compraron vendiendo tu cuerpo, y tú te encontrarás muy sola”.

Incluso legó a rechazar contratos apetecibles para actuar en Israel, sumándose a la campaña que levanta el boicot cultural contra el estado sionista por sus masacres contra el pueblo palestino.

Sinéad, que en los últimos años había adherido al islamismo, murió el 26 de julio a los 56 años. Quizás su último acto de dolor desgarrante fue el suicidio de su cuarto hijo, Shane, el menor de 17 años hace poco más de un año. Quizás el último golpe que le dio la vida.

Esta noche volveré a escuchar “¿No soy tu chica?”.

Y buscaré las canciones que nunca escuché.

 Quizás nuevamente se me caiga una lágrima.

Y quizás sueñe con el cielo en el que no creo, en el que está con Lucy en medio de diamantes.

Y soñaré que escucharé nuevas y nuevas canciones.

Eterna Sinéad.