Por Carolina Becerro, trabajadora despedida

A siete meses de iniciado uno de los conflictos más importantes de la zona en los últimos años, que sacó a todo un pueblo a la calle, a pelear contra la patronal de ArreBeef y contra los dirigentes sindicales traidores, los trabajadores y trabajadoras despedidos siguen luchan por su reincorporación y sosteniendo solidariamente la supervivencia cotidiana. Compartimos esta crónica, de parte de una trabajadora despedida, que cuenta cómo fue todo desde adentro.


Hola. Mi nombre es Carolina Becerro y soy trabajadora de ArreBeef. Trabajé en el frigorífico desde el año 2001: estuve hasta el año 2004 como tercearizada; ese año pasé a planta hasta la fecha del 26 de febrero de 2021, cuando inició el conflicto. Empecé trabajando en el sector de Despostada, turno tarde, hasta el año 2012, cuando tuve un accidente laboral.

Hasta entonces las mujeres éramos bien tratadas, había otra política de trabajo: no había cámaras de vigilancia como hay hoy, tanto en los sectores de trabajo, como también en los vestuarios de hombres. Esto hace que los compañeros, hoy, no tengan privacidad a la hora de cambiarse, siendo que muchos se bañan cuando termina su jornada, como los de faena, donde, por la naturaleza del trabajo que realizan, terminan todos salpicados con sangre, teniendo que ducharse.

En otras cuestiones, el trato era distinto. En ese entonces también te respetaban los días de vacaciones, teniendo también la opción de trabajarlos, en caso de necesitar el dinero extra. Yo lo he hecho, por motivos de dinero he trabajado mis vacaciones. Los días de cumpleaños te llamaban y te daban una tarjeta, igual que para el día de la madre, cuando nos daban un presente. En los sectores éramos una familia entre charlas y risas, se podía hablar entre compañeras, mantenernos al tanto de los partidos de fútbol que se estuvieran jugando…

De a poco ese buen ambiente laboral fue cambiando. Hasta que llegamos a hacer “bromas” diciendo que parecíamos presos. Con el tiempo ya no solo estábamos presos, sino que éramos esclavo. Con cámaras que nos vigilaban de todos los ángulos; ya no se podía hablar con tu compañera con quien compartías la tarea. Tampoco estaba la opción de trabajar las vacaciones, y no solo eso: la mayor parte las programaban cuando les convenía a la empresa. Ya ni se acordaban de los cumpleaños y mucho menos había presente para el día de la madre. Primero fue en general, después solo las madres que trabajaban y a lo último a nadie. Y ni que hablar de la caja navideña, que cada año se achicaba, cada año eran menos cosas y de menor calidad.

En el año 2012, como dije, tuve un accidente, producto del cual me lesioné el hombro derecho, una lesión del manguito rotador. En consecuencia de ello pasé al sector Lavadero. Eso era un desastre: los lavarropas, uno peor que otro, perdían agua; las máquinas: la secadora en invierno era como tener una estufa, pero en verano nos cocinábamos de calor. Y sin hablar cuando las máquinas perdían gas: era de terror estar parada en un lugar todo mojado, sin importar el riesgo que se corría. A la empresa solo le importaba tapar el desastre cuando había alguna inspección. Además de que nos obligaban a mentir para ellos: si nos preguntaban si ahí se lavaba la ropa a todo el personal, teníamos que decir que sí, lo que era mentira porque la mayor parte de los trabajadores que lavaban sus ropas en el lugar eran encargados y administrativos, mientras que la mayoría de los obreros de despostado, cuarteo, faena y los demás sectores, tienen que llevarse la ropa sucia de sangre y lavarla en su casa.

A fines de 2018 volví a trabajar a la despostada por 2 años, para luego pasar de nuevo al lavadero hasta el 26 de febrero.

A principio  del 2020 ya el ambiente se había tornado insostenible. Era muchos “acomodados”; los encargados se creían dueños de tu vida y de la empresa, si no le caías bien “reventabas como un perro” y los amig@s tenían privilegios. Y cuando íbamos a reclamar algo, nose decían que tenían el escritorio  lleno  de currículum para entrar. Así es que, por miedo de perder el trabajo, agachábamos la cabeza y seguíamos trabajando.

Esto fue así hasta el día del conflicto, cuando finalmente la bomba de tiempo explotó. En plena pandemia no paramos de trabajar, aun con un importante número de contagiados y 2 compañero muertos. Laburábamos a full, cubriendo el lugar del compañero que se fue dando positivo o por contacto estrecho.

El estallido

Cuando arrancó el 2021, a pesar que estábamos hechos mierda, la plata lo alcanzaba para nada. Eso se sumó a que, teniendo contacto con un ex compañero que se fue a trabajar a otro frigorífico cerca, nos enteramos que cobraba el doble que nosotros y con menos horas, aunque, a diferencia de donde trabajábamos nosotros, este no es un frigorífico de exportación, sino que produce para el consumo interno. Todo esto se fue sumando, hasta que un compañero se puso al frente y empezó a escuchar los problemas de sus compas. Él se movió, se plantó en el sindicato, pidiendo que se mueva el que supuestamente nos representa como sindicato. De allí no obtuvimos ninguna respuesta, solo nos decían que pensemos en la empresa, siempre en la empresa, mientras esa se llenaba de guita a costilla de los trabajadores. Eso fue muy importante para nosotros: darnos cuenta que nadie nos defendía. Así fue que nos plantamos pidiendo una solución a la problemática. 

Todo estalló ese viernes en que Borrel (Hugo Borrel, dueño del frigorífico y titular de una firma offshore en Panamá) apareció y dijo que iba a cerrar. Fue algo nunca imaginado ver a todos los compañeros firmes, salvo los chupa medias de los encargados y de la empresa y los amigos del Secretario General del gremio. Ese viernes nadie se quería ir. Por más que él había amenazado con cerrar, nosotros nos quedamos adentro y no nos íbamos hasta tener una respuesta. Fue algo que no lo voy a olvidar. Ese viernes cumplí mi horario laboral (un decir), me retiré a mi casa, me bañé, vi a mis hijos y volví a acompañar a mis compañeros. Y así lo hice hasta el día en que nos dieron, como única respuesta, una orden desalojo. Orden que, además, nadie vio, solo el supuesto abogado que nos representaba en ese momento.

Una de las marchas frente al Frigorífico, al inicio del conflicto

Antes de retirarnos hay algo que Borrel nunca comentó, y es que a la empresa la cuidamos más que a nuestro hogar. Cuando nos desalojaron,  dejamos la empresa limpia, por lo menos los sectores a los que teníamos acceso, porque este señor había mandado a cerrar los sectores de producción con llave. Nosotros, entonces, estábamos en el patio y a los animales se le dio agua, comida y se los refrescó para que no sufrieran el calor, y eso nunca se dijo. Al contrario, se armó una campaña mediática diciendo que los trabajadores habíamos destruido el lugar.

Después de entregar la empresa  seguimos la lucha en la puerta, donde pasamos días. Una vez afuera me sumé a las mujeres que habían armado la olla popular; nos organizábamos para ir negocio por negocio, casa por casa, a buscar donaciones para la olla popular. Hasta ahí seguíamos firmes. Después se organizó una asamblea donde se decidió ir a pedirle respuestas a nuestro representante gremial, que era el responsable de nuestra situación. Un grupo de compañeros entró a la sede y ahí estuvieron varios días. Para entonces nos habíamos dividido las tareas en dos grupos: uno acampando en la puerta del frigorífico y el otro en el sindicato. Para ese entonces, además, teníamos otro abogado porque el anterior se había ido.

Personalmente, empecé a notar que si dábamos un paso, ellos ya estaban en alerta. Estuvimos así hasta el día que nos dijeron que debían desalojar el sindicato. Yo pedí al comisario de Pérez Millán y a este abogado nuevo -que supuestamente nos iba a representar- que nos mostraran la orden desalojo, y ambos me contestaron que si la quería ver estaba en la comisaría. Entonces me empezaron a entrar más dudas, ¿para qué contar? Después de la represión en el sindicato, este abogado también desapareció. Los días se tornaban una incertidumbre y la desconfianza crecía. Incluso se dio que, muchas veces, la empresa se enteraba al momento de lo que se resolvía en asamblea, o se intentaba sabotear las discusiones y las decisiones de la mayoría.

Para ese entonces, el frigorífico había vuelto a trabajar con menos personal, esa fue la famosa reapertura anunciada por el gremio. Un día se organizó una asamblea entre los que estábamos afuera, donde también los que estaban trabajando participarían, acercándose al portón en el horario del desayuno. Pero resulta que, ya a las 3.00 de la mañana cuando ingresaron los trabajadores, la empresa estaba anoticiada de la Asamblea y comenzó a amenazar a los compañeros y a cambiarlos de sector para impedir que participaran. No solo eso, sino que, desde ese horario ya estaba la escribana en la empresa. Evidentemente alguien había avisado a Borrell. ¿Cómo le llamaría a eso? Yo lo llamaría traición.

Ese día estábamos afuera, esperando a los compañer@s, se hizo la hora acordara y no venía nadie y no entendíamos nada, ¿qué estaba pasando? Hasta que se acerca un compañero y nos cuenta lo que estaba pasando: que la patronal ya sabía que nosotros íbamos ir a pedir respuesta y que ellos, de adentro, nos iban apoyar. Nos contó que los amenazaron (como ellos siempre manejan las cosas) y que a algunos compañer@s los cambiaron de sector. No solo eso sino que no los dejaban nunca solos en los sectores de trabajo ni en el patio y los vigilaban hasta cuando iban al vestuario. La desconfianza ya era mucha. Ese día, la escribana -que ya estaba desde temprano- nos entregó en la puerta las notificaciones de despido.

Carolina, junto con otra trabajadora del frigorífico.

Después apareció el Sr. Tapia (Miguel Ángel Tapia, Secretario de Asuntos Laborales de la Federación de la Carne) con sus mentiras, diciendo que iba ayudarnos y que entrábamos todos o no entraban nadie, no fue así. El 24 de marzo nos habían invitado a marchar a Buenos Aires, para contar nuestra situación, ya que acá no venía ningún canal de televisión nacional. Miguel Tapia no quiso que viajáramos porque, según él, complicaríamos más la situación. Ese día, de bronca, retomé la olla popular en un local de un compañero. Ahí preparábamos la comida para los compañer@s y sus familias, que venían a buscarla y se la llevaban a sus casas.

Después

En la actualidad, muchos de los compañer@s despedidos que no son de Pérez Millán (que habían venido de Entre Ríos, San Nicolás, Arrecifes, San Pedro, La Violeta, Ramallo, Santa Lucía) tuvieron que irse por no poder seguir pagando los alquileres. La olla popular se mantuvo hasta que el día hubo el gran brote de Covid en Pérez Millán y había compañer@s aislados. De ahí en más, tomamos la decisión de armar bolsones de mercadería y repartirlos a las familias de los despedidos que lo necesiten. Y así lo estamos haciendo actualmente, gracias a donaciones de alimentos, y de efectivo que nos depositan en una cuenta. Con ese efectivo se compra lo que hace falta para armar los bolsones. Hace un mes se organizó, con el apoyo del Grupo de Trabajadores de Zona Norte (del Gran Buenos Aires) un Festival Solidario y se recaudó bastante dinero. Pero hoy ya no hay casi nada para armar los bolsones y no sabemos hasta cuándo vamos podamos seguir ayudando a los compañer@s.

Algunos de los despedidos consiguen algunas changas, pero hasta ahora casi ninguno consiguió trabajo en blanco. Muchos mandaron currículum a frigoríficos de la zona y los rebotan. Les contestan que, si son de Pérez Millán no los pueden tomar a nosotros no solo nos echaron con causas inventadas, sino que nos pusieron en una lista negra para que nadie pueda tener otro trabajo en blanco. Hasta esa bajeza, hasta esa  impunidad tienen.

El pueblo pensó que después de la reapertura del Frigorífico se iba a volver a la normalidad, pero no fue así. En los comercios hay poco movimiento, los días pasan y cada día se nota el pueblo más triste. Hoy los compañero@s que están trabajando lo hacen bajo presión, con miedos y bronca. Tienen miedo de arriesgarse a que los echen, sabiendo la situación que estamos pasando. No es fácil vivir ya que no hay trabajo fijo y las cosas aumentan todos los días y no solo nosotros estamos viviendo una pesadilla, sino también el país. Siguen despidiendo a la clase trabajadora por los mismo reclamos por los que nos despidieron a nosotros: un sueldo digno o por el pase a planta permanente, ya que otras de las cosas que hacen las empresas  es tomar a trabajadores y tenerlos por años tercerizados, cuando la ley dice más de 6 meses no lo pueden tener a prueba. Ese es el manejo de las empresas y las patronales.