Toda América Latina, y la Argentina en particular, están surcadas por distintos niveles de extractivismo, que la recorren de un punto a otro. Desde Borrador Definitivo iremos reproduciendo (como lo venimos haciendo desde un inicio) distintas notas parciales, con la idea de demostrar lo extendido y la magnitud de estas políticas, como así también su estrecha relación con la llamada deuda externa, con la cual los poderes centrales dominan y penetran a países atrasados como el nuestro.

El extractivismo latinoamericano nace desde el momento mismo del proceso de conquista y dominio europeo del continente, la minería fue una actividad elemental en Latinoamérica desde entonces por su importancia en los procesos productivos y de acumulación de capital. Hoy, como entonces, el permanente interés que los capitalistas ejercen en la explotación intensiva de los bienes naturales está supeditado a la demanda de dichos bienes por medio de las naciones desarrolladas para el consumo de su industria.

Por otro lado, Latinoamérica no ha logrado un desarrollo económico notable desde la década de los noventa, momento en el que se facilitó la apertura a capitales extranjeros, pues el aumento de la Inversión Extranjera Directa (IED) en proyectos extractivos -principalmente mineros- ha crecido de manera paralela al incremento de la deuda externa que presenta el Continente.

Frente a esto no hay “grietas” los gobiernos caracterizados como de derecha lo avalan sin ningún resquemor, los llamados “progresistas” lo asumen con más culpa, con el relato de que no hay otra y supuestamente llaman a combatir el neoliberalismo con más neoliberalismo

El extractivismo y su presencia  en la historia

En este punto nos parece importante destacar lo que escribiera Horacio Machado Aràoz quien es integrante del Colectivo de Investigación de Ecología Sur (Citca)- Conicet Universidad Nacional de Catamarca para el medio Tierra Viva:

Buena parte de sectores progresistas o de izquierda ⎯de buena o mala fe⎯ si bien dicen estar a favor de ‘cuidar la naturaleza’, sostienen que les ‘importan más los pobres’. Frente a la urgencia del ‘hambre’, los problemas del extractivismo pueden ‘esperar’. Anteponiendo la ‘prioridad de lo social’, piensan que el extractivismo es un problema sólo ‘ambiental’.

Pero, más que una categoría ‘ambientalista’, el extractivismo es un concepto político: alude a un patrón oligárquico de apropiación y explotación de la Naturaleza. El concepto de extractivismo no se circunscribe a las economías primario-exportadoras; no tiene que ver (solo) con formas extremas de explotación de la naturaleza ni se trata de características pasajeras de ciertas sociedades nacionales. Es algo más estructural y global: tiene que ver con la forma originaria y fundacional a través de la cual el capitalismo ha concebido la Naturaleza y con el modo de relación que ha impuesto sobre la Tierra como condición para su desarrollo y expansión. 

Pensar la Naturaleza (la exterior a nuestros cuerpos y la propia naturaleza humana) como un mero objeto de explotación para el enriquecimiento de unos pocos, reducir el mundo a puros ‘recursos mercantilizables’, eso es el extractivismo. El crecimiento infinito (del capital, de la producción y el consumo de mercancías) a costa de la destrucción de las mismas fuentes de vida (el agua, el suelo, la biodiversidad, la atmósfera): eso es lo que alienta y sustenta el extractivismo.

Sus orígenes se remontan al ‘descubrimiento’ (invención/invasión) y guerra de conquista operada por los primeros estados guerreros en nuestro continente, llamado ‘América’ por error y prepotencia.

En términos históricos el extractivismo está en la base del colonialismo y del capitalismo. Este no pudo expandirse y mundializarse como sistema hegemónico sin la guerra de conquista colonial perpetua y el expolio extractivista de las economías colonizadas, proceso que continúa hasta nuestros días. La revolución mineral de los metales preciosos detonada en el Potosí (1545) desencadenó el surgimiento y la estructuración de toda una institucionalidad: la formas modernas de la guerra, la conformación del Estado territorial moderno, el sistema internacional de ‘naciones’, vale decir, la división racial y geográfica de territorios y poblaciones, el tráfico de mercancías y cuerpos”.

La deuda externa y el extractivismo como su emergente

América Latina ostenta dolorosamente el primer lugar en lo que hace a desigualdad social en el concierto mundial. Este solo dato sirve para entender la necesidad de los países de la región, con sus economías saqueadas, de peregrinar constantemente ante los organismos de crédito internacionales buscando algo de alivio a sus trajinadas finanzas. De esta manera la llamada deuda externa se convierte, no solamente en un eslabón más de la dependencia económica, sino en una fenomenal arma de dominación política. No es coincidencia entonces que el incremento en los proyectos de explotación ambiental en Latinoamérica esté vinculado al comportamiento de la deuda externa que presenta la región. Se percibe una tendencia creciente de las actividades extractivas en aquellos países con mayores compromisos financieros con el exterior. Pero en sentido inverso, como decíamos al comienzo de la nota, la mayor explotación de recursos naturales no ha significado una reducción de dichos compromisos. Para nosotros es de capital importancia pensar esta relación inversa.

Argentina, solo un eslabón más en la cadena

Si bien este proceso, con el paso de los años, ha ido cambiando y profundizándose para peor, está claro y no decimos nada muy novedoso al afirmar que nuestro país siempre observó e hizo cumplir las directrices de los poderosos del mundo. Con sus matices, con sus particularidades, de acuerdo a cada momento histórico por el que atravesamos, la Argentina nunca sacó los pies del plato y se mantuvo en el lugar que, en el reparto, los poderosos del mundo le habían asignado.

Primero fueron las vacas que inundaban la pampa húmeda para el exterior, luego el trigo y el maíz que nos confirió el dudoso estatus de “granero del mundo”. Luego llegó la soja transgénica, con el paquete tecnológico de semilla + agrotóxico (glifosato), que rápidamente fue desplazando los otros cultivos y extendiendo año a año sus fronteras, destruyendo tierras, contaminando aguas y cauces de ríos y desplazando poblaciones, en especial comunidades de pueblos originarios. Proceso en el que, valga decirlo, la Argentina fue la punta de lanza de las transnacionales agrarias para introducir esta forma de producir a toda Sudamérica.

Conforme la dependencia de nuestros países iba creciendo, aparecían nuevas vedettes en juego: la megamineria a cielo abierto se convirtió en el mascaron de proa de ese proceso que llegaba de la mano de los gobiernos nacionales, locales y los grupos mineros del gran capital. Con el paso del tiempo se los pudo ver de Norte a Sur, primero en todo el cordón cordillerano y luego pretendiendo extender sus tentáculos al llano y en todos lados con la misma promesa: “en poco tiempo esta zona (donde fuera la explotación) se convertirán en una nueva Dubái”, decían los CEOS y funcionarios.

Y aunque los gobiernos sigan acicateando falsas promesas para promover nuevos emprendimientos, la realidad es imposible de tapar con las manos, lo único que queda para las poblaciones es un daño ambiental terrible, ríos secos o contaminados, economías lugareñas destruidas, pueblos empobrecidos,  y una migración interna que va a alimentar los cinturones pobres y marginales de las grandes ciudades.

Pero en algún punto de este recorrido, y aunque hasta ahora no hayan generado más que daño ambiental y amenazas permanente sobre nuestros ríos y glaciares, los gobiernos no hacen más que insistir en sus supuestos beneficios, lo que como respuesta genera en los pueblos rabia, organización y lucha. Si bien estos procesos de resistencia no se han conformado todavía en una sola y a escala nacional, han mostrado, sin embargo, puntos muy altos de enfrentamiento y organización, como lo demuestran las poblaciones de Chubut, con la ciudad de Esquel como bandera, Mendoza y su defensa del agua, Andalgalá, etc.

Con el paso del tiempo el tema se fue complejizando y así apareció (en el gobierno de Cristina, sí, de Cristina)  Chevron y los acuerdos secretos con la recién nacionalizada YPF para explotar Vaca Muerta, con su petróleo y sus combustibles no convencionales. Los que, para ser extraídos, necesitan nada más y nada menos que la inyección de cientos de miles de metros cúbicos de agua con químicos y arenas, para quebrar las rocas del subsuelo y así liberar el gas y el petróleo que se encuentra allí, contaminando en su camino los acuíferos subterráneos y generando temblores periódicos en la superficie.

A riesgo de volvernos repetitivos señalaremos que, si bien la explotación de Vaca Muerta lleva varios años en marcha, las supuestas bondades que traería para las poblaciones cercanas siguen sin verse. Lo que sí se ve, y esto es una constante, es tierra fértil arrasada por la actividad petrolera cerca de zonas agrícolas, miles de hectáreas productivas perdidas, alteraciones climáticas y algo que le es particular a este tipo de emprendimientos: casas con paredes resquebrajadas debido a los temblores que produce el fracking. Con un agregado: para que todo esto cerrara convenientemente para Chevron, la burocracia sindical de petroleros aceptó liquidar el convenio del sector, firmando uno nuevo donde se sacrifican la mayor parte de los derechos y conquistas logradas por los trabajadores petroleros. No nos equivocaremos en mucho si señalamos que este nuevo convenio está en la base de los innumerables accidentes, con muertes incluidas, que han ocurrido en esa zona de Neuquén.

Pero por muy delirante que parezca, el extractivismo a mansalva aún no ha escrito su ultimo capitulo. Ahora, en la panacea de las ganancias capitalistas, se materializan tres nuevas joyas: el litio, el hidrogeno verde y el trigo transgénico HB4. El primero, el nuevo «oro blanco», con el que empresas de alta tecnología fabricarán, lejos de la puna jujeña, las baterías de celulares, notebook y los modernos autos eléctricos. Del llamado Hidrogeno verde aún no está muy claro su desarrollo y utilidades, pero a esta altura no sorprenderemos a nadie si decimos que, al igual que todo lo anterior, dejará pasivos ambientales, campesinos y comunidades originarias desplazadas, y el terreno allanado para que los próximos gobiernos soliciten alguna jugosa deuda para componer el desastre ambiental y económico que quedará. De todo esto el trigo transgénico quizás sea la muestra más clara de cómo la inversión en ciencia no redunda, necesariamente, en el mejoramiento de la calidad de vida de los pueblos: millones para desarrollar, desde el Conicet, una patente que solo traerá más contaminación, sufrimiento y muerte a nuestras mesas.

Progresistas, conservadores, liberales, neoliberales, hermanados en el extractivismo

Si este desarrollo, incompleto y muy por arriba, que hemos hecho intentando demostrar el avance imparable del modelo extractivista y su relación con los organismos económicos internacionales, lo hubiéramos periodizado teniendo en cuenta los distintos gobiernos que tuvo nuestro país, encontraríamos que desde la irrupción de la soja y que el glifosato se convirtieran en una presencia más en nuestros alimentos, hechos ocurridos desde las lejanas épocas del menemato, cada gobierno avaló lo anterior y profundizó el modelo.

El gobierno de los Fernández, no se movió ni tantito así de este camino. Quedó claramente expuesto cuando el mismo presidente, días después de asumir, se  pronunció abiertamente a favor de la Megamineria a cielo abierto, (lo que le significó un conflicto de magnitud en Mendoza durante su primer mes de mandato), mencionó sus planes para Vaca Muerta y habló maravillas de la explotación de Litio en el Norte. En definitiva, pueden intentar hacernos creer que tienen profundas diferencias entre ellos, que los separa un mundo, una grieta, como se dice actualmente, pero en estas cuestiones no hay ninguna diferencia.

Esa vieja costumbre de reprimir

Otro factor determinante en que los gobiernos mencionados están de acuerdo, es que las resistencias populares que se generen para detener la avanzada extractivista no pueden “escupir el asado” de la ganancia de las multinacionales. Y para ello están dispuestos a recurrir a los medios que sean necesarios.

Puede ser el poder judicial procesando a luchadores, como bien lo saben los compañeros y compañeras de Andalgalá que se enfrentan a la Minera Agua Rica, muchos de los cuales cargan sobre sus espaldas con causas judiciales. O las y los defensores del agua de Chubut, que sufren la misma persecución.

Pueden ser fuerzas represivas dispuestas a todo, ya sea de índole provincial o nacional. Agotador e incluso triste sería enumerar aquí eventos de este tipo, sólo recordemos la brutal represión en la puerta de la Legislatura neuquina, en ocasión de la aprobación del acuerdo YPF – Chevron. O la desaparición de Santiago Maldonado por parte de la Gendarmería, protegiendo las tierras apropiadas por el magnate Benetton. O los golpes recibidos y las detenciones sufridas por los defensores del agua en Mendoza, ante el intento de reemplazar la Ley 7722, proteccionista del agua, por una más amigable con la megaminería contaminante.

La represión puede ejercerse también de una forma más sutil. Simplemente con funcionarios estatales que no hacen su trabajo, como puede testimoniar cada habitante de un pueblo fumigado, cada docente o estudiante de una escuela rural, agotados de denunciar por todos los medios existentes las fumigaciones ilegales, sin obtener respuesta. O a través de medios de comunicación que promuevan masivamente el odio y el desprecio hacia quienes se atreven a defender el territorio y la salud de todos.

Pero hay algo que la gran burguesía aprendió bien, y es que este tipo de destrucción no pasa sin resistencia. Y contra esa resistencia, siempre estará esa vieja costumbre de reprimir.

Capitalismo e imperialismo: un sistema de saqueo y destrucción del medio ambiente

¿Por qué gobiernos de signos que aparentan ser tan distintos, en esto no muestran disidencias? La respuesta es compleja pero simple a la vez: es el capitalismo y su formato imperialista con el que saquea nuestra región. Es ese intrincado y perverso sistema mundial que en su configuración otorga a cada zona del mundo un rol determinado. Las actividades económicas más rentables quedan en manos de las potencias; las que generan pasivos ambientales, destrucción del medio ambiente, y empobrecimiento, se dejan para el tercer mundo. Si alguien no quiere subordinarse, siempre está el mecanismo de la deuda externa y eterna para presionar, y si aun con eso no es suficiente, queda el recurso militar.

Pero no es sólo eso, además el Capitalismo requiere del consumo cada vez más intenso de materias primas, y de una forma de extraerlas que les resulte cada vez más rápida y rentable para satisfacer un consumismo artificial generado por los propios capitalistas. Es por eso que dicha extracción se lleva adelante de manera descontrolada, sin cuidados y atentando diariamente contra el medio ambiente. No otra cosa que la metodología indispensable para esta política.

A ese pasivo ambiental alguien debe pagarlo y de momento lo pagamos quienes habitamos la periferia. Por supuesto que este proceso puede ser detenido y, aun, revertido. Es más, existen ejemplos de frenos parciales a estos proyectos. Pero aun así, siguen siendo insuficientes. Se necesitará que estos ejemplos se articulen, se nacionalicen. Que el movimiento obrero y amplios sectores populares lo tomen en sus manos. Y que se profundicen los organismos independientes, autos gestionados, que surgen en muchos territorios. Y que se extiendan y consoliden, incluso en su lucha por no ser absorbidos por los partidos políticos burgueses y las podridas y traidoras burocracias sindicales.


Inauguramos aquí una serie de notas que, siguiendo la línea de las ya editadas, intentarán desarrollar en forma más profunda y en la voz de quienes luchan en primera línea, algo parecido a un mapa del modelo extractivita, sus consecuencias en cada región y la resistencia popular que va encontrando en cada lugar.