Alevoso asesinato de un periodista titulaban los diarios de la época, refiriéndose al hecho acaecido el 3 de octubre de 1973, cuando dos hombres encapuchados ingresaron hasta la redacción del diario “El Norte” de la ciudad bonaerense de San Nicolás de los Arroyos y asesinaron al periodista José Domingo Colombo de un disparo en la cabeza. Los asesinos estaban vinculados a sindicatos importantes. El crimen se produjo durante el gobierno interino del peronista Raúl Latiri quien había reemplazado al renunciado Hector Cámpora, cuando se desató la represión a militantes de izquierda revolucionaria y de la “izquierda peronista”, periodistas, intelectuales, políticos ligados al movimiento obrero, intelectuales por parte de fuerzas “para policiales” y “para militares” amparadas por el Estado. El objetivo era sostener el “pacto social” propuesto por Perón para contener los reclamos obreros, también por las armas. La llamada “derecha peronista” fue participe central en la avanzada fascista del período, lo que dejaba en evidencia la responsabilidad del Peronismo en dicha escalada represiva, por la acción de estos elementos gremiales y porque administró la maquinaria estatal entre 1973 y 1976, allanando el camino a la más feroz dictadura de nuestra historia.

Por Alejandro Morales (artículo publicado en Revista Disonancia N° 8 año 2019)


Ese 3 de octubre de 1973, José colombo fue a trabajar como cualquier otro día. Seguramente no pasaba por su cabeza que su vida llegaría a su fin, y de una manera tan brutal. José Domingo ni siquiera se había percatado, según contaron los testigos, de que Juan Sanz y Ramón González lo esperaban en su oficina para ultimarlo. Tal vez, el periodista solo alcanzó observar a Sanz apretando el gatillo de la itaka que portaba en sus manos. La conmoción y la perplejidad de los que se encontraban en las instalaciones de calle Francia fueron inmensas e inexplicables.

Los asesinos escaparon en un auto pero fueron detenidos ese mismo día y dieron con sus huesos a la cárcel. En septiembre del 76 recibieron la condena de prisión perpetua de los jueces del proceso dictatorial. Tiempo después el autor material, el que jaló el gatillo, Sanz, falleció en el calabozo. En cambio, el “buchón” González, tras 19 años preso quedó en libertad, pero el destinó le jugó su propia ironía. En 1993, al ser detenido por la policía sufrió torturas que le provocaron la muerte.

Sin embargo, los autores “intelectuales” o los responsables políticos quedaron impunes. Esto se explicaba en función de la realidad que sufría el país y la ciudad por aquellos días. Porque sin integrar el crimen a la dinámica política que se vivía es imposible comprender las causas de los acontecimientos.

Ambos sicarios, se supo de inmediato, estaban vinculados a la burocracia sindical de la UOM y de la UOCRA. Pero, en la ciudad los rumores sobre los autores intelectuales se direccionaron hacia un grupo de ultraderecha llamado COR (comando de organización) y en la figura del gremialista Magaldi, aunque sin pruebas concretas.

La participación de elementos de las burocracias sindicales más recalcitrantes y alineadas con el peronismo fueron monedas corrientes en el periodo del tercer gobierno peronista entre mayo de 1973 y marzo de 1976, que contó con las presidencias de Héctor Cámpora, con el interinato de Latiri, con el gobierno de Perón y con el de Isabel.

Con este dato podemos llegar a ver las concretas responsabilidades del núcleo duro del peronismo, comenzando por el viejo líder militar, en la represión de los sectores obreros y de la juventud que se había rebelado contra el régimen dictatorial de la revolución Argentina desde mayo de 1969 en Córdoba y Rosario.

Para 1973, la rebelión de amplias capas de la clase obrera y de la juventud estaba en plena ebullición, incluso en las bases del movimiento peronista. Por este motivo central, el Gral. actuó en consecuencia, de fiel servidor del orden establecido, implementando “el pacto social” de junio del 73 que buscaba contener las demandas obreras, y encarando una línea represiva que quedó plasmada en el denominado “documento reservado” elaborado tras el ajusticimiento de su lugarteniente José Rucci el 25 de septiembre de 1973, símbolo del Peronismo conservador y reaccionario. Tal política de terrorismo de Estado se mostró en gran magnitud con la llamada “masacre de Ezeiza” de junio del mismo año cuando Perón regresó al país después de 18 años de exilio.

La situación del país y la escalada represiva de los gobiernos peronistas

Como se mostró, en octubre del 73, la situación política del país era tensa. El presidente interino Lastiri, quien había suplantado al renunciado Cámpora, estaba preparando el traspaso de la presidencia al Gral Perón que asumió el 12 de ese mes. Eran los inicios de un terrorismo de Estado desarrollado por un gobierno democrático.

San Nicolás, no escapaba a esa política. En nuestra ciudad y la región, la represión también se desplegó en todo su esplendor llegando a su punto máximo con el oprobioso operativo “serpiente roja del Paraná” que aplastó al “Villazo” en marzo de 1975. Pero, los obreros de Villa Constitución no fueron los únicos abatidos por fuerzas parapoliciales. En esa ofensiva estatal cualquiera que cuestionara el orden establecidos desde cualquier posición era un blanco, una molestia a eliminar. Y en los sistemas dictatoriales, los periodistas serios y jugados son un peligro para el poder.

José Domingo Colombo tenía 37 años y era oriundo de Pergamino; amante del ajedrez y de la cultura, se radicó en  San Nicolás para trabajar en el diario local. Por su desempeño profesional era tildado de “trosco” y “bolche” por la campaña marcartista desatada por el poder reaccionario local. Porque por ejemplo, se había negado a publicar una carta de la CGT local contra el interventor del partido justicialista. Cabe aclarar que no era un marxista ni un militante revolucionario pero ese desempeño profesional le valió su lugar como objetivo de la “depuración ideológica” planificada por las clases dominantes, y ejecutada por sus agentes estatales y del sistema político tradicional, especialmente, por los sectores sindicales del peronismo y por elementos de las FFAA y de la policía.

Lo que sucedía en la Argentina era reflejo de un panorama internacional caliente. Para 1973, la burguesía extranjera y nacional, ya habían comenzado a desplegar los mecanismos para desactivar y romper el ascenso revolucionario comenzado en cono sur americano con imposición de dictaduras militares bajo el paraguas del denominado “Plan Cóndor” ideado por EEUU. Unos días antes del asesinato de Colombo, el 11 de septiembre en Chile, el Gral Pinochet había derrocado mediante un golpe de Estado el gobierno de Allende e instauró una dictadura. El ajusticiamiento de José Rucci, el 25 de septiembre de 1973, marcó un punto de inflexión que volcó a Perón y a la estructura más recalcitrante a actuar contra su ala izquierda, los montoneros, sus vinculaciones y los militantes revolucionarios. De esa decisión salió el famoso “documento reservado” que explicitaba eliminar a los “izquierdistas”. Ese era el clima en esas semanas.

En la Argentina, desde Cordobazo de mayo de 1969, la clase obrera y la juventud no dejaba de rebelarse contra la dictadura militar bajo la forma de levantamientos insurreccionales en ciudad importantes, que pasaron a la historia como los “azos”: Rosariazo, Cordobazo, villazo, etc.

Con el objetivo de desviar y contener la presión de las masas, el poder recurrió a la figura del viejo general Perón que había sido expulsado del poder político con el golpe de 1955, y el régimen militar surgido de dicho evento, lo había proscripto de la participación de las elecciones, hasta que lo necesitó nuevamente.

Como buen servidor del orden, “el general” que tenía prestigio entre la clase trabajadora y la militancia política, la burguesía negoció con Perón su regreso a la vida política nacional, teniendo que dejar su retiro en la España fascista de Franco.

Por cuestiones legales institucionales de la dictadura y por táctica política, el candidato peronista que llegó a la casa rosada en primer lugar fue  Héctor Cámpora. Sin embargo, la ilusión del pueblo peronista duró poco, porque la denominada derecha actuó para aniquilar a ala izquierda del movimiento desde el día uno de la llegada de Perón al país. Con la masacre de Ezeiza de junio del 73 quedó plasmado el rol de verdugo que venía a cumplir el núcleo duro central del Peronismo. Desde ese momento, el avance represivo y fascista fue dirigido por el riñón del “justicialismo”.

Los asesinatos a dirigentes sindicales y estudiantiles, activistas obreros y políticos opositores de izquierda y del propio peronismo fueron cayendo bajo las balas y las armas paraestatales. En octubre de 1973 ya habían sido ultimados decenas. Eran días de un gobierno peronista que estaba en su apogeo, como las ocupaciones de fábricas y de lugares de trabajo, las huelgas, las movilizaciones también estaban en la cúspide de la lucha. Para desbaratarlas, las patotas entraron en funcionamiento atacando a los líderes de las diferentes acciones sindicales y de lucha. En la región, por el sur de Santa Fé, estos grupos ultimaron a dirigentes. José Colombo cayó dentro de esa “depuración ideológica” para destruir la rebelión de los oprimidos.

La ofensiva derechista del Peronismo se profundizó tras el asesinato de José Ignacio Rucci, llamando a “limpiar” a los marxistas. El “documento reservado” llamó a la guerra contra los marxistas y a todo aquello que cuestiones a los aparatos del movimiento. Un Macartismo (persecución) al máximo exponente. El documentos rezaba en el punto 10…Sanciones: La defección de esta lucha, la falta de colaboración para la misma, la participación de cualquier clase en actos  favorables al enemigo y aun la tolerancia con ellos, así como la falta de ejecución de estas directivas, se considerará falta gravísima, que dará lugar a la expulsión del Movimiento, con todas sus consecuencias (José Pablo Feiman, Peronismo, filosofía política de una obstinación argentina. documento II).

Eran los albores de la futura nefasta triple AAA instrumentada por el ministro del interior López Rega, y los altos oficiales de policía ascendidos por Perón, Rodolfo Almirón, Juan Ramón Morales, Alberto Villar, Luis Margaide u Osinde que bajo el paraguas del líder y del Estado atacaron a la vanguardia revolucionaria dejando alrededor de mil muertos según cifras que se manejan.

La política represiva de Perón, además se vio en el llamado “Navarrazo” de enero de 1974 cuando fue depuesto por una asonada militar, el gobernador de Córdoba Obregón Cano, etiquetado de “izquierdista” ante la mirada del presidente que no condenó el hecho. Estos fueron algunos atentados a la vida de los tantos perpetrados por estas “patotas” que siguieron actuando en todo el período hasta integrarse a la Triple A y luego, a la dictadura de Videla.

El análisis de los hechos, sumergiéndolos en ese proceso contrarrevolucionario desatado nos trazan un camino para encontrar las respuestas de los por qué en el asesinato del periodista, y también, las causas de que con el tiempo fuera cayendo en el olvido.

El olvido en la historia

La historia es un campo de batalla política, como varios otros. Lo que persiste en la memoria colectiva, mayormente, son las lecciones que las clases dominantes quieren que se reproduzcan de acuerdo a sus intereses. Y lo que interesa a la burguesía y a sus ejércitos de secuaces es que los hechos que la condenan queden en el olvido o se presenten de forma parcial. Esto es lo que sucede con un período histórico en particular de la historia argentina, el de 1973 a 1976, cuando gobernó el país, el peronismo.

El asesinato de Colombo y su posterior olvido tiene que ver con lo expresado más arriba. Es que el desplegar una historia completa de dicho periodo expone a los poderosos de ayer y de hoy. Desde la clase empresarial, pasando por los gobernantes hasta a la burocracia sindical.

Por tal motivo, es crucial la búsqueda de una historia desde la perspectiva de las clases oprimidas. José Domingo era un periodista que se resistía estar al servicio de las clases dominantes. Su estilo culto, amante del teatro, de la cultura y del ajedres es un retrato totalmente opuesto a sus ejecutores, dos matones que actuaron de autores materiales. Y si hubo quienes apretaron el gatillo, también existieron responsables políticos. Si bien, todavía no está claro quienes dieron la orden puntualmente, se sabe muy bien en donde encontrar las responsabilidades. Los silencios en la historia no son algo fortuito, son una política consciente del poder.