Por Juanjo Lázzari

Casi 15 días han pasado de aquel jueves 6 de octubre en que los hinchas triperos -así se autodenominan y son reconocidos los simpatizantes de Gimnasia y Esgrima de La Plata- se acercaron a su estadio para vivir una fiesta. Familias enteras, jóvenes parejas con sus pequeños hijos de la mano o aun en brazos; todos esperaban un eventual triunfo de su equipo que los acercaría al tope de la tabla, habilitándolos a soñar con ese campeonato que les coqueteó en varias ocasiones pero que nunca pudieron consumar. Iban con la sensación de que si ellos ponían todo desde las tribunas, los jugadores en la cancha sentirían ese jugador extra y tal vez, esta vez sí, el milagro alumbrara. Iban armados solo con la pasión y las banderas, inocentes, a disfrutar de las pocas cosas en que los sectores populares pueden encontrar disfrute por estos días. Nadie esperaba la represión furiosa y artera que estaban a punto de sufrir.

El partido comenzó, el rival era nada más ni nada menos que Boca Juniors. Adentro de la cancha todo parecía normal: partido nervioso, había mucho en juego. Pero en el minuto nueve todo se trastoca, el pánico invade una cancha nublada por los gases lacrimógenos. Se escuchan tiros desde la calle, los que están adentro no pueden respirar, buscan salir pero los portones están cerrados, muchos terminan por ganar la cancha en busca de aire. Afuera, la policía desata una represión feroz contra quienes no habían podido entrar, a pesar de tener entradas en mano, una verdadera casería. Hay gritos y corridas, y las transmisiones oficiales empiezan a informar sobre “incidentes” en las inmediaciones, hasta que los propios periodistas se verían imposibilitados de seguir hablando, cuando el gas llegara a la cabina de transmisión.

Aquella represión terminó con muchos hinchas internados, algunos de gravedad, y un muerto, Cesar “Lolo” Regueiro, que se suma a la larga lista de hinchas de fútbol muertos a manos de la policía, asesinados por el solo hecho de haberse acercado a la cancha a ver a su equipo.

A dos semanas vista de aquel aciago jueves platense está claro, recontra claro, que no fueron incidentes, que todo fue montado y orquestado, por quién sabe qué motivos por la policía bonaerense. Y hoy, los días y horas transcurridos son los suficientes como para que este cronista entienda que con lo ocurrido en el bosque no va a pasar nada. Era lo que el pensamiento racional dictaba, pero la ilusión no entiende de lógica y esperaba lo que casi nunca pasa.

Por supuesto que lo que esperábamos no eran cambios de fondo, radicales, solo parches, gestos. Por ejemplo, ver rodar la cabeza del ministro de seguridad, Sergio Berni. Su prontuario es de sobra conocido pero no está de más recordar que este personaje estuvo ligado a los levantamientos carapintadas y luego entró en la política con los Kirchner en Santa Cruz, cuando su primer tarea fue infiltrarse, cual infame buchón, en la lucha de los mineros de Rio Turbio. Al llegar al gobierno nacional de la mano de Cristina, fue el responsable de las apaleadas a los trabajadores de Lear, Gestamp y Cresta Roja en la Panamericana. Protagonizó también un payasesco desembarco en Rosario a lo Rambo, en un pretendido operativo antidroga, en el que solo incautaría un par de kilos de marihuana. Y más acá en el tiempo lo veíamos avalando el accionar de los policías que mataron a Facundo Castro y desalojando con palos y topadoras a las desesperadas familias de Guernica. Estas son solo algunas perlas de este Ministro de Seguridad que maneja a la policía provincial con un sesgo fascistoide. Su caída no hubiera significado ningún cambio de fondo pero está claro que, aun así, esto no va a pasar. El “marxista” Kiciloff lo defiende a capa y espada. El gobierno nacional, por su parte, no se acordó de decir palabra, quizás por estar comprometido con sus propias avanzadas represivas, como se vio en Villa Mascardi contra la comunidad mapuche, encabezada por Aníbal Fernández, responsable político de la masacre de la estación Avellaneda en los primeros años del nuevo siglo.

Otra cosa que se podía esperar era la “reprimenda” de Cristina. Ella que lucró políticamente con el relato de los Derechos Humanos y que, no hace muchos días, manifestó que el Peronismo no reprime trabajadores, tenía una oportunidad de desmarcarse de este increscendo represivo y salir a denunciar lo que pasó en la capital de la provincia. Esto hubiera sido muy pertinente y significativo por dos razones: su condición de platense y de confesa hincha de Gimnasia. Pero no, silencio de radio de parte de la vicepresidenta, todo en clave electoral: no se puede romper lazos con alguien tan útil y fiel como el ministro bonaerense, y menos chocar con el gobernador de la provincia más importante del país, que constituye la gran joya de la corona kirchnerista. La pregunta es qué pensaran los progresistas honestos, que todavía creen el relato Cristinista, ¿seguirán consumiendo toneladas de Uvasal para digerir los sapos que su jefa política les obliga tragar o será ésta, la gota que derrame el vaso? El tiempo lo dirá.

También se podía esperar que la AFA tomara cartas en el asunto y presionara suspendiendo el campeonato, ante la inacción judicial por esclarecer las responsabilidades de la represión, por ejemplo. Pero no, 24 horas después todo seguía igual, la pelota rodaba y el negocio no paraba, los muertos, muertos están. Y en realidad no era muy dable pensar que esta AFA mafiosa hiciera algo, si el mandamás anterior, dólares mediante, ayudó a vender el próximo mundial a Qatar, donde la sola mención de los Derechos Humanos puede llevarte a la cárcel, y donde las denuncias hablan de miles de trabajadores muertos en la construcción de los estadios, en un país donde el fútbol como deporte es algo exótico y solo se agenciaron este mundial como pantalla de negocios, ¿qué se puede esperar de sus herederos? (podés leer más sobre esto en QATAR 2022, EL MUNDIAL MALDITO).

Ya rebajando el nivel de expectativas, se podía suponer que, de una vez por todas, se termine el negocio de la venta de entradas a los “independientes”, con lo que los dirigentes y barras hacen buenas diferencias permitiendo ingresar a no socios que, muchas veces, son del equipo adversario. Esta práctica, en la total irregularidad y sin garantizar la seguridad debida a cada hinchada, expone a quienes se acercan a alentar a su equipo a situaciones como las que se vivieron en el Estadio Juan Carmelo Zerillo, en la ciudad de La Plata o, tan solo unos días después, en el Eva Perón de Junín. Pero no, ni siquiera eso. A estas alturas ya nos preguntamos cuántas bajas más harán falta para que algo cambie.

Está claro que desde que las empresas y los magnates del mundo vieron en el deporte, y fundamentalmente en el fútbol, un enorme negocio, todo se desvirtuó y poco queda de aquel hermoso juego que muchos amamos. El desarrollo de este negocio capitalista convirtió a la FIFA en una de las multinacionales más prósperas, y “nuestra” AFA no es más que una partícipe menor de la ecuación. Por supuesto que este desarrollo reconocerá daños colaterales, pero eso no entorpece el engranaje de los business, está en el presupuesto. Nada más claro para entender esto, que las declaraciones de Sebastián Verón, ex jugador y ex presidente de Estudiantes de La Plata, cuando manifestó que: «Debemos entender de una vez por todas que el fútbol es un negocio… El fútbol femenino debe tener su misma fuente de negocios para poder reinvertir, sino es muy difícil porque el club se carga de los costos. Sea el fútbol femenino o los demás deportes».

Gimnasia y Esgrima, saliendo al calentamiento en el partido siguiente a la represión en el parque.

Al final, lo mejor en toda esta historia fueron los jugadores de Gimnasia, que salieron con una camiseta que sintetizaba lo que había pasado en su cancha; y las distintas hinchadas que pasaron por arriba el pasivo minuto de silencio para gritar desafiante y al unísono: “El que no salta es un botón”. Porque en definitiva, son la hinchadas, los trabajadores y los luchadores sociales, quienes sufren a la policía, los perros rabiosos del estado burgués. Las fuerzas de seguridad imponen la violencia sobre los trabajadores, dejando en claro que, repentinamente, solo por querer gozar de la distracción que el espectáculo ofrece y te vende, podes ser golpeado, recibir un disparo de goma, terminar respirando gases lacrimógenos e incluso perdiendo la vida. Así es como el estado burgués busca imponer su dominación, disciplinando a los trabajadores donde las políticas no alcanzan.

https://youtu.be/QQxzF2DNjmM
https://youtu.be/27wPJOOPr_A