Texto publicado en Contrahegemonía web. Traducción de Andrea Arrigoni y Diego Ferrari

Ricardo Antunes es Profesor Titular de Sociología del Trabajo en el Instituto Federal de Ciencias Humanas en la Universidad de Campinas (IFCH/UNICAMP, São Paulo), miembro del Consejo Editorial de Herramienta. Autor de Los Sentidos del trabajo y ¿Adiós al Trabajo? (ambos por Herramienta); de Coronavírus: O trabalho sob fogo cruzado (Boitempo, Ebook, 2020); O Privilégio da Servidão (Boitempo, 2020); organizador de Uberização, Trabalho Digital e Indústria 4.0 (Boitempo, 2020), entre otros libros. Este texto retoma ideas presentes en el e-book Coronavírus: o Trabalho sob Fogo Cruzado (e-book, Boitempo, 2020) y tuvo publicaciones, con cambios en otros sitios de Brasil.

Por Ricardo Antunes

I- La aparente paradoja              

¿Qué puede explicar que en pleno siglo XXI asistamos, por un lado, a una explosión ininterrumpida de algoritmos, inteligencia artificial, big data, 5G, Internet de las cosas (IdC), Industria 4.0, etc. y por otro, al aumento sistemático de una masa creciente de trabajadores y trabajadoras que laboran 12, 14 ó 16 horas diarias, 6 ó 7 días a la semana, sin descanso, sin vacaciones, con salarios degradados e incluso degradantes, y sin seguridad social y previsional?

Para comprender mejor esa realidad es necesario remontarse a los años 70, cuando estalló una profunda crisis estructural que llevó a la reestructuración global de todo el sistema productivo. El incremento técnico-informático-digital encontró entonces un espacio fértil para su expansión, en función de aumentar la productividad.

Y este movimiento se produjo al mismo tiempo que el desempleo aumentó enormemente, generando una fuerza de trabajo (o ejército de reserva) disponible para realizar cualquier trabajo, en cualquier condición.

Con la agudización de la crisis en 2008/9, las grandes corporaciones globales, bajo el mando financiero, intensificaron sus acciones de “flexibilización” del trabajo, eufemismo utilizado para devastar y precarizar todavía más a la clase trabajadora.

Y si esta tendencia se ha producido en el Norte, su intensidad es aún mayor en el Sur. De China a la India, pasando por México, Colombia, Brasil, Sudáfrica, por citar algunos ejemplos, los niveles de explotación laboral son todavía más exacerbados. Así es como el desmantelamiento y la corrosión de la legislación de protección laboral se convirtió en un imperativo empresarial.

Fue en este contexto que las plataformas digitales despegaron. Animadas en el trato con el mundo digital, dotadas de una levedad (insoportable), desbancaron a las corporaciones tradicionales y se sitúan hoy en la cumbre de la tabla de posiciones del capital. Lograron esta hazaña combinando alta tecnología digital y absorción ampliada de fuerza de trabajo excedente.

Pero también fue necesario, en esta alquimia empresarial, que el empleo asalariado adquiriera una apariencia inversa, con el fin de “evitar” la legislación social del trabajo. Fueron gastados muchos millones en bufetes de abogados corporativos para encontrar la ruta del éxito. Después de todo, vale todo por dinero. Era necesario doblegar los derechos laborales, a cualquier precio.

Y más: era necesario revitalizar el nuevo léxico empresarial, para que el escenario se pareciera a algo diferente: además de colaborador, socio, resiliencia, sinergia, etc., las plataformas han dado un nuevo impulso al emprendedorismo, un personaje que sueña con la autonomía, pero que se enfrenta a diario, como se ve en las reivindicaciones del paro de los entregadores que trabajan por aplicaciones en Brasil, el 1 de junio de 2020[1], con enfermedades sin seguro médico y sin seguridad social, bajos salarios, falta de derechos, rasgos que se acentuaron aún más durante la pandemia.

Y así es como ha proliferado lo que ahora se llama trabajo uberizado o plataformizado. Transfigurados y convertidos en “emprendedores”, repartidores y repartidoras (siempre teniendo en cuenta la desigual división socio-sexual del trabajo) además asumen los costos de los instrumentos de trabajo (coches, motos, bicicletas, mochilas, teléfonos celulares, etc.).

Su condición de “autónomo”, por tanto, es un tanto curiosa: ¿quién define la admisión? ¿Quién determina la actividad, el precio y el tiempo de las entregas? ¿Quién presiona, mediante incentivos, para que se amplíe el tiempo de trabajo? ¿Quién puede bloquear y despedir sumariamente, sin ninguna explicación? Desde luego, no los “autónomos”.

Vemos, entonces, que esta condición se desvanece, revelando la realidad de la subordinación y el trabajo asalariado. Y la exigencia de derechos es el principio básico de la mínima dignidad del trabajo.

Las plataformas dirán: pero son los repartidores los que vienen libremente a inscribirse en ellas. Es cierto, pero sería bueno añadir que esta es la única alternativa que existe hoy en día contra el desempleo. Aquí radica la base del regodeo de las plataformas. Sólo puede desarrollarse allí donde un gran excedente de fuerza de trabajo  que carece de cualquier empleo que le dé el mínimo para sobrevivir.

¿Será entonces que los algoritmos son los culpables de todo este vilipendio?

II- La nueva pandemia: la uberización del trabajo

Este escenario social, de por sí nefasto, se agravó intensamente en Brasil cuando se produjo una trágica coincidencia entre la crisis económica, la crisis social y la crisis política.

Esto se debe a que ya vivíamos una economía en recesión que se dirigía (como venimos viendo desde hace unos años) hacia una profunda depresión, lo que ha ido ampliando aún más el proceso de miserabilidad de grandes porciones de la clase trabajadora.

En este contexto, la pandemia amplificó la propagación de las plataformas digitales y las apps, con una masa creciente que no deja de expandirse y que experimenta las condiciones que tipifican el trabajo uberizado.

Sin otra posibilidad de encontrar un trabajo inmediato, los trabajadores/as buscan “empleo” en Uber, Uber Eats, 99, Cabify, Rappi, Ifood, Amazon (y Amazon Mechanical Turkey), etc., tratando de escapar de un flagelo mayor, que es el desempleo.

Migran del desempleo a la uberización, esta nueva modalidad de servidumbre. Como el desempleo es una expresión del flagelo completo, la uberización pareció entonces, en sus inicios, mostrarse como una alternativa casi “virtuosa”. Lo que rápidamente se demostró que era un puro engaño.

Por ello, esta tendencia se ha agravado en el contexto del coronavirus.

Por cierto, no fue la pandemia la que la creó, porque este proceso se venía desarrollando desde antes de la aparición de Covid-19.

Lo que podemos decir, sin embargo, es que la pandemia es el empaquetamiento de un sistema que es letal con relación al trabajo, a la naturaleza, a la libertad sustantiva entre géneros, razas, etnias, a la plena libertad sexual, entre muchas otras dimensiones del ser en busca de la autoemancipación humana y social.

Por eso he sugerido recientemente la hipótesis de que el capitalismo de plataforma, el impulsado y comandado por las grandes corporaciones globales, tiene algo que se parece a la proto-forma del capitalismo.

En pleno siglo XXI, con los algoritmos, la inteligencia artificial, el internet de las cosas (IdC), el big data, la Industria 4.0, el 5G y todo lo que tenemos de este arsenal informativo; están en marcha verdaderos laboratorios de experimentación laboral, con una alta dosis de explotación, expropiación y expoliación del trabajo, que se agrava aún más con la extensión del trabajo uberizado a las más diversas actividades, de las que son ejemplos  la expansión del home office, el teletrabajo y, en el universo educativo EAD, la educación a distancia, por citar algunos ejemplos (Desarrollo esa tesis en Coronavirus, o trabalho sob fogo cruzado, Ebook, Boitempo, 2020 y en Antunes, Org, Uberização, Trabalho Digital e Indústria 4.0, cap. 1, Boitempo, 2020).

Desde el punto de vista empresarial, las ventajas son evidentes: mayor individualización; menor relación solidaria y colectiva en el espacio de trabajo (donde florece la conciencia de sus condiciones reales); alejamiento de la organización sindical; tendencia creciente a la eliminación de derechos (como ya conocemos en los precarizados, como el pequeño emprendedorismo).

Eso sin hablar del fin de la separación entre tiempo de trabajo y tiempo de vida (visto que las nefastas metas se encuentran internalizadas en las subjetividades de los que trabajan). Y lo que también es de gran importancia, tendremos más duplicidad y yuxtaposición entre el trabajo productivo y el reproductivo, con una clara incidencia en la intensificación del trabajo de las mujeres, lo que puede aumentar aún más la desigual división socio-sexual y racial del trabajo.

Si esta realidad laboral se expande como una plaga en los periodos de “normalidad”, es evidente que en este periodo viral el capital ha estado llevando a cabo diversos experimentos destinados a expandir,  post-pandemia, los mecanismos de explotación laboral intensificada y potenciada en los más diversos sectores de la economía.

De este modo, las corporaciones globales presentan su conjunto de recetas para salir de la crisis: más flexibilización, más informalidad, más intermitencia, más tercerización, más home office, más teletrabajo, más aprendizaje a distancia, más algoritmos “comandando” las actividades humanas, apuntando a convertir el trabajo en un nuevo apéndice autómata de una nueva máquina digital que, si parece neutral, en realidad sirve a los inconfesables designios de la autocracia del capital.

No es difícil concluir que, si se mantiene e intensifica esta lógica destructiva, tendremos más desempleo y más desigualdad social, y los que “tengan la suerte” de seguir trabajando vivirán un binomio nefasto: más explotación y más expoliación. Es eso, o el desempleo.

III – Una nota final

Estamos en un momento excepcional de la historia, uno de esos raros momentos en los que “todo lo que parece sólido puede desvanecer”.

¿Quién imaginaba que el mundo entraría en una pandemia global a principios de la década de 2020?

¿Quién podía imaginar una paralización casi total de muchas actividades, contactos, intercambios, viajes, etc., en los períodos más críticos de la contaminación, que ha alcanzado a un enorme bloque de países?

Es en este universo trágico donde urge reinventar una nueva forma de vida.

Estamos obligados a diseñar una nueva forma de vida, empezando por el trabajo, que debe concebirse como una actividad vital, libre y autodeterminada, basada en el tiempo disponible, frente al trabajo asalariado alienado que tipifica la sociedad actual, incluso (y de forma más intensa y sutil) en la fase informacional-digital.

Y tan vital como el trabajo, es imprescindible afrontar la cuestión medioambiental, dada la imperiosa necesidad de preservar (y recuperar) la naturaleza, impidiendo por todos los medios la escalada incontrolada de su destrucción.

El calentamiento global, la contaminación de ríos y mares, la energía fósil, los agrotóxicos, los transgénicos, la extracción de minerales, la quema, la industria destructiva, el agronegocio depredador, expresiones del capitalismo viral y pandémico que no puede continuar su metabolismo antisocial sin intensificar la destrucción de la naturaleza (humana, orgánica e inorgánica) en todas sus dimensiones.

Por último, de forma similar a lo que ocurre con el trabajo y la naturaleza, se plantea otro reto vital: la lucha por la “igualdad sustantiva” entre géneros, razas y etnias, capaz de eliminar la homofobia, el sexismo, el racismo, la xenofobia, entre tantas otras opresiones que asolan el actual capitalismo pandémico.

Este es el imperativo crucial de nuestros días: es urgente reinventar una nueva forma de vida. Por la humanidad que trabaja y contra el capital.


[1] El autor se refiere a una de las expresiones de lucha de clase más nítidas que apareciera de manera espasmódica en los últimos años. Una huelga de trabajadores/as motoqueros/as, entregadores precarizados/as. Ver “Breque das apps” https://www.uol.com.br/tilt/noticias/redacao/2020/07/01/e-greve-entregadores-param-hoje-e-fazem-desafio-a-economia-dos-aplicativos.htm