“La idea de que todas las mujeres, como sexo, tienen en común más de lo que tienen los miembros de una misma clase, es falsa. (…) Decenas de miles de mujeres participaron en la manifestación de Washington, en noviembre de 1969 y después en mayo de 1970. ¿Tenían más cosas en común con los hombres militantes que marchaban a su lado, o con la señora Nixon, sus hijas y la esposa del procurador general, señora Mitchell, que miraban con desagrado desde su ventana y veían en aquella masa una nueva revolución rusa?”.

Evelyn Reed

Por Elizabeth Moretti

La conmemoración de un nuevo 7 de marzo (día de la visibilidad lésbica) y 8 de marzo (día de la mujer trabajadora), nos pone, una vez más, ante una nueva discusión sobre la naturaleza de la lucha del movimiento de mujeres y disidencias sexuales.

Porque superada la discusión sobre que no es un día para saludar y regalar bombones; superado el cliché de la mujer asociada a la maternidad y las tareas de cuidado, aun así prevalecen terrenos de disputa, incluso entre quienes creemos que estos días son de organización, reivindicaciones y lucha.

El año 2021 verá, en la Argentina, el primer 8 de marzo con una ley de aborto legal (aunque con limitaciones). Y ello es un enorme triunfo del movimiento de mujeres de nuestros días.

Pero también es un año en que los sectores populares y oprimidos vienen sufriendo una ofensiva por parte del capital y el estado como pocas veces se había visto antes. Y sabemos que esto afecta a mujeres y hombres, pero a las mujeres particularmente. En pleno siglo xxi, la disparidad salarial sigue existiendo, y las cifras de desocupación y pobreza siempre son superiores para el sexo femenino. Y ello sin adentrarnos en la realidad de las mujeres trans, que sufren una discriminación laboral casi total, viéndose obligadas muchas veces a trabajos precarios y riesgosos como la prostitución, entre otros.

Saliendo del mundo laboral, aun después de que el presidente Fernández dijera haber puesto fin al patriarcado con la promulgación de la ley de aborto legal, la violencia machista, lejos de retroceder, persiste. Sólo durante enero y febrero de 2021 se cometieron 47 femicidios (uno cada 30 horas), de los cuales el 17% fue perpetrados por miembros o ex miembros de las fuerzas represivas estatales. Estas cifras nos ponen de cara a la responsabilidad estatal y gubernamental hacia las víctimas de violencia a quienes no se las escucha y mucho menos se las protege, dejándoselas libradas a su suerte.

Es que la dominación sobre el sexo femenino, y particularmente sobre las mujeres miembros de las clases laboriosas, es un hecho constitutivo de la sociedad de clases en que vivimos. Y si bien apoyamos las reivindicaciones puntuales, que permiten lograr reformas para ir mejorando comparativamente las condiciones de vida de mujeres y disidencias sexuales, debemos ser conscientes que, mientras persista la explotación capitalista, el patriarcado gozará de buena salud.

Como relata Evelin Reed, la autora de la frase que encabeza este artículo, en su texto “La mujer: ¿casta, clase o sexo oprimido?”, la opresión de hombres contra mujeres es la primera instancia de la construcción de una sociedad clasista, y ésta se intensifica aún más a partir del nacimiento del capitalismo industrial, con el despojo de la tierra a la comunidad campesina y la conformación la de familia monógama rígida y aislada del resto de la comunidad.

En América, hay testimonios de que los colonizadores europeos, de la mano de la ideología tanto católica como protestante, se esforzaron en destruir todo registro de la flexibilidad con que los originarios concebían a los géneros masculino y femenino y a las personas “de los dos espíritus”, para referirse a aquellos que no encajaban estrictamente en el esquema binario imperante en la actualidad (https://redaccion.lamula.pe/2016/07/14/antes-de-la-epoca-colonial-los-nativos-americanos-reconocian-5-generos/nayoaragon/).

Tanto la violencia ejercida contra las mujeres, como la heterosexualidad obligatoria y el binarismo sexual, entonces, son elementos constitutivos de nuestra sociedad de clases, y la superación de estos elementos deberá ir de la mano con la construcción de un nuevo mundo, sin explotación y con total libertad para vivir una sexualidad libre.

Es menester, entonces, que comprendamos que la verdadera división está planteada entre quienes sostienen y se benefician de la sociedad de clases y quienes la sufrimos en carne propia y debemos subsistir bajo el yugo de la explotación.

El feminismo, entonces, deberá ser sexualmente diverso, anticapitalista, antirracista, internacionalista y desde abajo. Deberá abrazar la causa de las trabajadoras, de las militantes ambientales, de las mujeres migrantes, de las mujeres de los pueblos originarios, de las jóvenes desplazadas de este sistema que cada vez exilia más gente.

En otras palabras, parafraseando el texto de la foto que encabeza este texto, podríamos decir: “El feminismo será revolucionario o no será”.