Artículo publicado en Kalewche.

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La polémica sobre la epidemiología de la covid-19 y la gestión de la pandemia provocada por esa enfermedad se ha teñido de color político. La izquierda, salvo una parte muy minoritaria, se ha situado en una posición de respaldo a la respuesta autoritaria de los gobiernos. Por el contrario, corrientes de la derecha libertariana participaron en la crítica a la gestión dominante de la pandemia. En la fase de confinamiento, eran personas y grupos ligados a la derecha cultural y económica los que con mayor probabilidad enfatizaban el daño social, económico y psicológico resultante de los confinamientos; posteriormente, se opusieron a las coacciones durante las campañas de vacunación y han reclamado durante más de dos años transparencia y libertad de información.

La postura de dos figuras tan reaccionarias como peculiares, Trump y Bolsonaro, sirvió de coartada para que muchas fuerzas de izquierda o progresistas convalidaran (algunas incluso con entusiasmo) un paquete de medidas en la que la ciudadanía fue objeto de todo tipo de prohibiciones, obligaciones, censura y sanciones. Con el agravante de que esas medidas eran entre ineficaces y contraproducentes para alcanzar las finalidades sanitarias invocadas, y no pocas de ellas lisa y llanamente absurdas, con lo que aceptarlas y defenderlas implicaba ni más ni menos que abdicar de toda criticidad: ejemplos claros son el uso de mascarillas al aire libre, los toques de queda (como si el virus no circulara en determinados horarios), el rociado de vehículos con no se sabe qué productos, etc. La displicencia mostrada por Trump y Bolsonaro ante el problema sanitario permitió identificar a los opositores de las restricciones indiscriminadas con ellos. La izquierda adoptó una suerte de campismo salubrista, considerando que había una opción «pro vida» que defendía la salud colectiva y se basaba en la responsabilidad, y otra que anteponía los beneficios del capital y se fundaba en un individualismo egoísta y en el darwinismo social. Es así como todo crítico de los confinamientos primero, y de la vacunación indiscriminada después, fue calificado (en realidad descalificado) como darwinista y negacionista. La oposición a confinamientos y restricciones fue presentada como una postura inequívocamente derechista e individualista, que priorizaba los beneficios económicos en detrimento de la vida de las personas. Eso suponía pensar que Macrón o Johnson eran defensores de la salud de la población a costa de las ganancias empresariales, y que los gobiernos de centroizquierda de México y de Suecia se habían pasado de la noche a la mañana a la extrema derecha. Para la izquierda, las diferencias de clase se diluyeron, a pesar de que el confinamiento y las restricciones (como el cierre de las escuelas) afectaban de manera mucho más negativa a la clase trabajadora que a la clase media y a la clase alta. ¿Era una medida sensata y progresista el confinamiento en viviendas pequeñas y con población hacinada? ¿Era siquiera sensato prohibir la vida al aire libre cuando la transmisión viral es mayor y con mayor carga viral en espacios cerrados? ¿Cuál era el contenido progresista de dejar a los niños y adolescentes sin clases, cuando ellos casi no se veían afectados por la covid-19? ¿Cuál era el contenido igualitario entre los «trabajadores esenciales» y quienes debían quedarse encerrados? ¿Cómo encaja la mitología de medidas tomadas, supuestamente, para proteger la vida dejando en suspenso los intereses del capital, con el resultado de la mayor transferencia de ingresos hacia los ricos en tiempo de paz, la duplicación de las fortunas del 1% más rico de la población (datos de OXFAM) y el aumento exponencial de la pobreza y la extrema pobreza? ¿Mala suerte, consecuencias imprevistas, efectos colaterales?

La realidad es que los trabajadores más desfavorecidos tenían que trabajar en pésimas condiciones, en contraste con la élite de los Apple y las clases medias, que podían refugiarse en el Zoom mientras sus hijos jugaban en el jardín del adosado. Eso sin contar las brutales consecuencias que la estrategia de gestión adoptada ha tenido en las poblaciones desfavorecidas del «gran sur».

Las posturas durante las campañas de vacunación reprodujeron el panorama previo. La derecha libertariana llevó la iniciativa contra la imposición de la vacuna, la defensa del derecho al consentimiento informado frente a intervenciones médicas, y en la oposición a la vulneración de derechos fundamentales (con medidas como los «pasaportes sanitarios»). Ante la vacuna, por lo demás, tanto Trump como Bolsonaro fueron decididos impulsores de su aplicación, lo cual pudo haber encendido ciertas alertas o sospechas en la franja progresista o en la izquierda, lo cual no sucedió. Si Trump y Bosonaro eran reacios a los confinamientos, para muchos ello fue razón suficiente para considerar que las restricciones (lejos de ser lo que manifiestamente eran: políticas autoritarias) tenían un carácter progresista; pero no se aplicó el mismo criterio ante la promoción de las vacunas experimentales por parte de estos políticos de derecha: ¿no se debería al menos haber sospechado? Lejos de toda sospecha, la izquierda ha sido especialmente beligerante contra la oposición y la crítica a las políticas de los gobiernos. Todo se lo ha aceptado con sumo entusiasmo o con silenciosa resignación: mascarillas, confinamiento, cierre de escuelas, cercos perimetrales, vacunación obligatoria (o casi), pases sanitarios. Y esto ha ido de la mano, desde luego, implícita o explícitamente, con la negación del debate político y científico, y con el silenciamiento y el linchamiento moral de cualquier oposición. Se ha acusado de irracionalismo anticientífico a figuras de la salud pública de talla mundial, y se ha participado o se ha inhibido frente al linchamiento mediático de los discrepantes, sometidos a campañas infames con tácticas perfectamente planificadas.2 

La izquierda no asumió la defensa de los derechos sociales e individuales frente a los confinamientos, y se solidarizó con la medidas que han conducido a una auténtica catástrofe, parte de la cual se está expresando en el exceso de mortalidad que vivimos actualmente, y que es mayor en Europa en 2022, que en 2021 y 2020, aunque parezca mentira o macabra broma. Pero alcanza con ver los datos de Euromomo para que toda la retórica de la «ortodoxia covid» se desmorone.1 En medio del silencio generalizado, el exceso de mortalidad es este año considerablemente mayor que en 2020, cuando la histeria y la vocinglería nos hizo sentir que vivíamos un apocalipsis. La izquierda en sentido amplio, tanto la reformista como la revolucionaria, no ha sido activa ni siquiera en el reclamo de transparencia ante el fenómeno –ya inocultable– de que el exceso de mortalidad por causas ajenas al covid-19 supere las muertes adjudicadas al virus en este año; en el que, por lo demás, como acabamos de decir, pero conviene reiterar, dado lo inverosímil que la información resultará a la mayoría de las personas, el exceso de mortalidad es mayor que en 2020 y 2021.3 A lo que hay que sumar que las muertes por covid (aquellas que debería evitar la vacunación masiva), se hallan aún muy lejos de ser despreciables. En España, por ejemplo, desde mayo a septiembre de 2022, el número de muertes por covid ha sido superior al de los dos años anteriores en la misma franja temporal. Sin embargo, no se ha solicitado una investigación pública, como tampoco se lo ha hecho en el caso de las sospechas de corrupción en los contratos entre la Unión Europea (UE), gobiernos y corporaciones farmacéuticas. En el escándalo de la presidenta de la UE, Ursula Von Leyen, y sus mensajes con el CEO de Pfizer, solo hemos podido oír a parlamentarios aislados, y casi ninguno de grupos de la izquierda. Ya antes se guardó un prudente silencio frente a denuncias de la manipulación de los ensayos clínicos pivotales (los primeros ensayos en fase 3 de cualquier medicamento) de las vacunas.

En el recuento de las claudicaciones de la gran mayoría de la izquierda no podemos omitir su actitud acrítica ante las campañas «desinformativas» de los gobiernos, que han recurrido a técnicas de psicología social y de «comunicación persuasiva» en lo que ha sido, bajo todo punto de vista, una gigantesca campaña de manipulación, engaño e intimidación: aunque ahora digan que nunca lo dijeron, basta una rápida consulta para corroborar que efectivamente afirmaron (mintiendo adrede, con buenas o con malas intenciones) que la vacunación cortaría la transmisión porque los vacunados no contagiaban, que los efectos adversos eran desdeñables, que la eficacia de las vacunas superaba el 90 %, etc., etc. Se emplearon estrategias manipulativas basadas en la movilización espuria de emociones (y no en el conocimiento) en diversas fases de la pandemia, incluyendo las campañas de vacunación.4 Esto nos habla de una preocupante falta de sensibilidad ética. ¿Es lícito utilizar los métodos de la publicidad en cuestiones que tienen que ver con la salud de las personas? ¿Se puede utilizar comunicación emocional que apela a motivaciones no relacionadas con la propia salud, que intenta burlar la racionalidad, y arroja a la basura la toma de decisiones conscientes e informadas? ¿Está justificado usar un medio alienante y manipulativo para lo que sería, en teoría, un buen fin? (Otra discusión sería si lo es o no). ¿Es aceptable una publicidad para «vender» las vacunas basadas en los mismos criterios que se utilizan para vender productos de consumo?

Triste y desgraciadamente, el grueso de las fuerzas progresistas y de izquierda han dejado en manos de la derecha la defensa de los derechos individuales, contraponiéndolos desfavorablemente a una concepción ingenua, acrítica, muy despistada (y en buen medida totalitaria) del «bien común». Una apuesta muy peligrosa. Para completar la pérdida de brújula política, han dejado de lado la defensa de la libertad de expresión y el debate político y científico, adoptando una visión teológica de la ciencia, respaldando el tecnocratismo cientifista y el gobierno de los «expertos». Las mismas fuerzas que rechazan con firmeza el tecnocratismo en el caso de la economía, lo aceptaron casi sin críticas cuando se presentó en el campo de salud: como si ese campo fuera ajeno al capitalismo y careciera de contenido político o ideológico.

Hay que preguntarse por qué la izquierda cayó en esa tentación y se alineó con la práctica totalidad de los gobiernos, incluyendo el de Trump (vacunado y revacunado) y el de Bolsonaro, que en la práctica, a pesar de algunas declaraciones provocadoras, adoptaron todas las medidas restrictivas. En el caso de la izquierda institucionalista la defensa de la actuación de los gobiernos se situaba en la idea de la progresividad que supondría reafirmar el papel del estado, frente a una supuesta idea de que el neoliberalismo implica el «estado mínimo», como sus defensores intentan hacer creer. En realidad, el neoliberalismo significa reforzar el estado reorientando su intervención para apoyar más directamente la reproducción del capital.5 La divisa de esa izquierda es volver al estado benefactor de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, algo insensato y trans-histórico, además de un objetivo insuficiente para las necesidades actuales.

Pero la izquierda que todavía sigue creyendo en la transformación social y en la ruptura política (en la revolución socialista, en suma) tampoco fue capaz, salvo contadas excepciones, de evadirse de la influencia de la «ortodoxia Covid», ni de poner en cuestión el relato único defendido con un control casi absoluto de la información. Hay que preguntarse cómo y por qué fue tan ciega ante las contradicciones flagrantes de las políticas adoptadas, y ante la aparición de síntomas evidentes de su fracaso sanitario. La adopción de discursos simplificadores (como contraponer los efectos económicos y la salud) y biologicistas es especialmente sorprendente en la cultura de izquierdas: la perspectiva de la salud como dependiente de factores económicos y sociales ha estado siempre ligada a las concepciones de la izquierda en materia sanitaria. Incluso se cayó en ensueños consoladores, como que la pandemia iba a dar lugar a un espíritu de solidaridad colectiva: otra incomprensión meridiana de la naturaleza del sistema socioeconómico dominante.6 La consecuencia ha sido una sociedad más dividida, fracturada y desarticulada, con una pérdida enorme de relaciones sociales y un cambio regresivo ante el contacto humano. Una sociedad más desigual, con ricos más ricos y pobres más pobres. Y un avance impactante de la censura abierta y descarada: ¿se hubiera podido prohibir en la Unión Europea a todos los medios rusos (contradiciendo todos los principios de libertad de expresión y de información) sin el precedente del discurso único covidiano? Posiblemente sí, pero casi con seguridad que hubiera habido mayores protestas.

La izquierda, en general, está construida sobre una tradición racionalista heredera de la ilustración y defensora de la ciencia: una tradición a la que no debemos renunciar. Quizá, sin embargo, no ha sabido adaptarse a las ciencias de la complejidad. No se ha acostumbrado a convivir con una incertidumbre que no se puede disipar del todo, ni ha tenido suficientemente en cuenta que la ciencia es el escepticismo organizado, y que su desarrollo plantea algunas respuestas y muchas preguntas. No se puede ignorar que buena parte de la izquierda padece además de cierta tendencia al dogmatismo, que deriva de su necesario e imprescindible acervo ideológico. Cierto grado de «dogmatismo» es comprensible y hasta saludable en los movimientos políticos (ciertas certezas éticas y políticas), pero también tiene sus límites. La falta de familiaridad con la ciencia actual hizo que durante la pandemia existiera un alineamiento con los dictámenes de los expertos, a pesar de que los expertos del sistema y del poder ejercen un papel constante en su defensa. Quizás se asumió que, en el terreno de la salud y la medicina, esos expertos eran independientes y neutrales. Pero si así se lo hizo, se trata de una asunción ingenua. Se olvidaron repentinamente los vínculos entre esos expertos con los gobiernos y, sobre todo, con las grandes corporaciones farmacéuticas y –por lo tanto– con los grandes fondos financieros. La pandemia actuó intensificando las tendencias previas a la captura de las instituciones científicas y a su prostitución sistemática. La izquierda no quiso verlo y asistió como convidada de piedra a su falseamiento. Como dice Ioannidis: la pandemia ha visto una batalla entre la política y la ciencia, y la ciencia perdió.7 Y todo ello sucedió con la complicidad o displicencia de la izquierda.

Tampoco hubo sensibilidad ante las implicaciones de la sumisión colectiva que la gestión de la pandemia significó. El autoritarismo de los gobiernos no encontró respuesta crítica frontal y decidida por parte de la izquierda, nuestra perspectiva política. La izquierda no fue consciente de que se promovía una cultura de aceptación de las decisiones de la autoridad «fuerte», de su «necesidad» ante crisis graves. El hecho de que la dimensión del impacto de la pandemia pudiera ser exagerada a voluntad, y la masividad con que se pudo hacer creer a la población en la eficacia de medidas que, a decir verdad, no solamente resultaron ineficaces sino en buena medida contraproducentes, ofrece a las élites dominantes un modelo para futuras crisis. Nos enfrentamos ante la paradoja de que una izquierda que propagaba una y otra vez la pertinencia de la “doctrina del shock” de Naomi Klein, no se percató de la aplicación paradigmática de esa estrategia. No fue consciente de la utilización del miedo como instrumento de dominación política, con una intensidad sin precedentes. Esto tampoco debería extrañar: la mayor parte de la izquierda radical es presa de un objetivismo que subvalora la dimensión cultural y antropológica, dejando de lado las bases de la psicología colectiva que no son indiferentes en la construcción de sujetos políticos.

La debilidad ante la tentación autoritaria es un rasgo histórico de gran parte de las organizaciones marxistas, que en esta crisis jugó sin dudas su papel, e influyó en una parcial pero significativa diferencia con el grueso del anarquismo, cuyos colectivos y organizaciones se mostraron, en promedio, más críticos frente a la «ortodoxia covid» y sus medidas. Por otro lado, la izquierda ha tenido siempre una vena moralista, de defensa de códigos de conducta que, además, ha ganado peso en su acción política bajo el clima emotivizado de la cultura y la política actuales. Buena parte de ella ha respirado durante la crisis un aire puritano frente a cualquier apariencia de hedonismo. La gestión pandémica ha implicado imponer sacrificios y renuncias al placer de vivir. Eso es algo que sintoniza con gran parte de la cultura de la izquierda «consecuente» actual, e incluso, si pasamos al resbaladizo terreno personal, podemos decir que buena parte de sus dirigentes se dividen entre los que tienen el poder como centro de gravedad y aquellos para los que la culpabilidad es su emoción básica. Estos últimos tienen poderosas inclinaciones hacia la sumisión, y sus tendencias más rebeldes las subliman al plano ideológico-político. La pandemia les proporcionó la excusa perfecta para actuar sus deseos de ser «buenos hijos».

Como vemos, hay algunos elementos que permiten explicar la claudicación de la izquierda frente al autoritarismo, su renuncia a convertirse en alternativa, plegándose a la derecha dominante y a los intereses de los poderes económicos más dinámicos del capitalismo actual: las grandes empresas tecnológicas, los fondos de inversión y la industria farmacéutica. Pero esos elementos no eliminan la sensación de que estamos ante una reacción en gran medida inexplicable: la extraña docilidad de las organizaciones que deberían levantar la bandera de otro mundo posible. Todo lo dicho no quiere decir que no haya habido disidentes, entre quienes nos situamos los que escribimos estas líneas. Su número es incluso mucho mayor que lo que podría hacer pensar el eco conseguido. Pero es que los disidentes de izquierda, durante la pandemia, hemos sido doblemente marginados: por ser de izquierda y por no aceptar el relato fraudulento dominante. No por ello vamos a abandonar nuestra lucha. Seguiremos intentando no dejarnos silenciar.

Quedan otras preguntas, más concretas: ¿cómo se pudo dar credibilidad a unas vacunas desarrolladas de forma acelerada por empresas acostumbradas a falsear datos y manipular investigaciones? ¿Por qué los parlamentarios de izquierda, en casi todos los países, no alzaron la voz para pedir que se investigaran las denuncias sobre los ensayos clínicos en las que se basó su autorización? ¿Por qué ni siquiera exigieron la publicación de los contratos de los estados con las corporaciones farmacéuticas (una elemental medida democrática)? Hay una larga lista de preguntas adicionales, pero lo importante es intentar entender las razones que llevaron a la adopción de una actitud tan poco crítica y, de hecho, acomodaticia al discurso oficial. Quizás solo sea un reflejo del ocaso histórico de una izquierda incapaz de articular e impulsar alternativas al “capitalismo del desastre” –en palabras de Naomi Klein– y al “estado de excepción permanente” sobre el que nos advirtiera Giorgio Agamben, quien también ha sido colocado en el pabellón de los apestados. Pero entender sin velos lo sucedido, así como prepararnos para la defensa del pensamiento crítico ante las crisis multifactoriales por venir, es una tarea irrenunciable. Lo actuado ante la pandemia ofrece a la clase dominante un modelo para crisis futuras, asociadas al descenso energético y la crisis climática. Comprender lo sucedido y asumir los errores cuando sea el caso, es indispensable para afrontar con mejores posibilidades los desafíos futuros.

José R. Loayssa y Ariel Petruccelli


NOTAS

https://trusttheevidence.substack.com/p/excess-deaths-yet-again?utm_source=substack&utm_medium=email
https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/eci.13839estrategias
3 Quien quiera, puede consultar los datos oficiales europeos en https://www.euromomo.eu/graphs-and-maps
https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/34774363/
https://unherd.com/2021/11/the-lefts-covid-failure/
https://www.scotsman.com/news/opinion/columnists/covid-has-taught-humanity-how-cope-great-crises-reject-cynicism-and-embrace-ingenuity-collective-spirit-and-love-joyce-mcmillan-3056989
https://www.tabletmag.com/sections/science/articles/pandemic-science