Artículo publicado en el blog Miguel Espinaco-Cosas para leer

Por Miguel Espinaco


Es difícil opinar en la Argentina a la velocidad que impone su agenda.

Apenas unos días después de la votación de una moratoria para que los que no alcanzan los treinta años de aporte puedan jubilarse, ya pasamos por el discurso de Alberto Fernández en la inauguración de las sesiones ordinarias de la legislatura y lo vimos ponderar la moderación y enseguida después gritar y ahí nomás nos empezamos a empachar con los análisis de los gestos que cada cual hizo, repetidos hasta el cansancio por la televisión.   

Acto seguido hubo un apagón que dejó sin luz a medio país y las noticias bailaron al ritmo de las críticas de los que hablaban de lo mal que estamos con este gobierno y de las respuestas oficialistas que recordaban el apagón del 2019 solo para que quede claro que el asunto es mal de muchos.  De paso, deslizaban acá y allá sospechas de atentados con fogatas debajo de los cables, organizadas con intencionalidad política. 

Y ahí nomás, los parientes de la Antonela, la esposa del Lío, se suman a las noticias cotidianas de Rosario y se arma otro revuelo que mama mía.

En este marco, antes de hablar de las jubilaciones y de su nueva moratoria voy a tener que recordarte que el prólogo de todo este asunto fue que el gobierno había llamado a sesiones extraordinarias, pero la oposición amarilla se empacó con que si seguían con lo del juicio a la corte no le daban quorum a nada, se llevaban la pelota y sanseacabó.

Se estaba terminando febrero y las tropas de Alberto no habían logrado juntar ni un día a los diputados para sesionar, así que presión de por medio con un tema sensible que tenía en vilo a mucha gente que esperaba jubilarse, el perro del gobierno logró al fin cazar una mosca y sacar esta ley.

Una discusión tramposa

Este tema de las moratorias no es nada nuevo.  Ocurre que la desocupación se convirtió en un problema masivo fundamentalmente a partir de los noventa.  Eso hizo que se haya convertido en excepción el caso de los trabajadores que trabajan treinta o treinta y cinco años, cumplen 60 o 65 años y se jubilan.  Lo “normal” hoy, es que muchos trabajen hoy y mañana no, o tengan changas por las que nadie aporta y entonces – si fuera por la ley vigente – muy pocos se jubilarían.

Sucesivos parches fueron legislándose para que este problema no estallara con millones de personas fuera del sistema previsional.  Este último – según dicen – impactaría en 552.000 mujeres y en 327.000 varones que hoy por hoy están en condiciones de “regularizar pasivos”. La contracara de esta cuestión la comentaba un diputado radical citado por el diario El Cronista, que explicaba que en los últimos 17 años se jubilaron 3.730.000 personas, mientras que el empleo registrado aumentó en 2.030.000 personas.

Más allá de las discusiones sobre privilegios jubilatorios varios – que no son un problema económico central pero que sí dan mucha bronca – y de los problemas de las desigualdades del sistema que está repleto de excepciones y de algunas ventajitas por acá y por allá, el debate versó sobre esta cuestión de que cada vez hay más jubilados y menos trabajadores registrados y sobre el impacto fiscal que esto provocaría.

En este pequeño reducto discursivo, en este corralito mental tramposo que piensa al sistema jubilatorio como si fuera una caja cerrada que no tiene que ver con el conjunto de la economía, cada cual se dedicó a atender su juego y a perfilarse electoralmente:  el Frente de Todos se pavoneó sensible al otorgar esta pequeña limosna a un sector postergado y la oposición macrista-radical se mostró seria al preocuparse por el déficit de un sistema que así no va a durar mucho tiempo. 

Entonces, al final, Máximo Kirchner pudo contar que estaba satisfecho reconociendo que esta ley no es suficiente pero conformándose con un vamos a estar mejor que ayer, mientras que María Eugenia Vidal explicaba que regalar jubilaciones no es gratis, que eso lo pagan después los laburantes con más impuestos y con menos trabajo.

¿Tenemos que ahorrar más?

Si uno ponía atención, en todos los discursos se asomaban puntitas de las cartas que se ocultaban.   No es nueva la cantinela de que hay que aumentar la edad jubilatoria porque eso equilibraría el sistema – casi siempre que se habla de “reforma integral” se habla de eso – ni son nuevos los sueños privatistas de muchos banqueros, ni es nueva la presión a la baja sobre las jubilaciones que representaban el 38% del gasto público en 2017 y ahora apenas el 33%, pero que para el gobierno del FMI y de estos “representantes del pueblo” sigue siendo mucho.

Sin embargo, fue Ricardo López Murphy quien mostró más claramente la esencia del plan de fondo que sobrevuela este debate sesgado: “si vamos a vivir más años tenemos que ahorrar más” dijo, y omitió ahí que los trabajadores argentinos – que producen TODO lo que se produce en Argentina – viven ahorrando para todos y todas.

Por ejemplo, de lo que trabajan y producen los trabajadores argentinos, comen más o menos – porque cuesta llegar a fin de mes – esos trabajadores y sus familias, sobreviven también bastante mal los jubilados y los trabajadores que no tienen trabajo, viven bárbaro los políticos y sus asesores, viven súper bien los accionistas de las grandes empresas, los de las cerealeras, los de las mineras, viven genial los dueños de los campos, los charlatanes de feria de la televisión, viven todos ellos de ese “ahorro” y todavía alcanza para fugar plata y para pagar deudas poco claras.  ¿Más hay que ahorrar todavía?

Este cambio de perspectiva, este punto de vista más global para ver el funcionamiento de la economía simplifica mucho la solución del problema de las jubilaciones.  El problema por el que los diputados no lo enfocan así, es que desnuda a quienes tendrían que ceder para que haya jubilaciones justas.

Miremos el asunto de un modo más simplificado todavía.  Argentina – o sea los trabajadores argentinos – generan bienes y servicios por unos 500 mil millones de dólares al año, que si se repartieran en partes iguales (PBI per cápita) daría unos 10.600 dólares para cada uno.  Para ser justos, habría que detraer de ese importe la formación de capital fijo, la construcción de nuevos caminos, puentes, máquinas, fábricas, cosas que ni se comen ni se gastan ahora, sino por varios años (habría que ver si está bueno que esas cosas se las queden los capitalistas, pero eso es tema para otra discusión).  Por estos días el gobierno festejaba que esa creación de capital anda por el 21 por ciento del PBI, por lo nos quedan para consumir per cápita, unos 8.400 dólares, o sea que una familia de cuatro – en un reparto equitativo – recibiría U$S 33.600 por año, o sea 2.800 dólares por mes. ¿Mucho, no?  Fíjate que esta nueva moratoria agregará jubilados que cobrarán la mínima, o sea unos 150 dólares por mes. ¡Con 700 dólares por mes los jubilados saltarían en una pata!

Estos números – no estoy proponiendo el reparto equitativo del PBI – sirven sí para poner en blanco sobre negro que lo que ahorran los trabajadores alcanza para mucho más de los que nos dicen, que pensar el sistema jubilatorio como si fuera la contabilidad de un kiosco que nos proponen tanto los oficialistas vestidos de sensibles como los opositores, vestidos de serios, es nada más que una trampa para seguir hundiendo las jubilaciones todavía más.