Texto basado en la Editorial del programa Borrador Definitivo, del sábado 16 de abril de 2022

La vicepresidenta brindó un discurso en la apertura de la decimocuarta sesión plenaria de EuroLat 2022. Más allá de la referencia a la interna del oficialismo cuando aseveró que el hecho de “que te pongan una banda y que te den el bastón no significa que tengas el poder”, seguramente su frase más polémica, al menos para nosotros, fue cuando intentó una lectura de la realidad mundial, elogiando al capitalismo como el único sistema posible, pero abogando por una mayor intervención del Estado en la sociedad y la vida de las personas.


Cristina Fernández abrió la sesión del plenario con un discurso en el que resaltaron algunas definiciones. No fueron pocos los que creyeron encontrar en su intervención elementos de la crisis interna que cruza al frente oficialista, sin embargo no nos vamos a referir a esto; sí nos interesara detenernos en aquellos dichos donde ella sentencia y proclama que el capitalismo es “el sistema más eficiente”.

No pretendemos marcar ningún cambio en las concepciones políticas de la ex presidenta, en estas cuestiones Cristina siempre fue honesta, son muchos los discursos que podríamos citar donde ella giró siempre alrededor de este tema con la misma postura, defendiendo el sistema imperante. Por otra parte  es perfectamente normal que lo  considere así, porque cabe preguntarse en qué en otro tipo de organización social podría ella gozar de las riquezas y privilegios de que ha gozado como servidora leal y gerenta de la burguesía que fue, es y será.

Está claro entonces, que no perseguimos denunciar ninguna supuesta derechización del discurso de la vicepresidenta, ni acusarla  de traidora a ninguna causa donde ella nunca dijo estar, pero sí nos interesa reflexionar con aquellos que aún creen que el Kirchnerismo es un movimiento de izquierda progresista, y también con quienes, sin pertenecer a ese sector, puedan creer que las aseveraciones de la vice sobre la eficiencia del sistema son válidas.

En el relato de Cristina hay un “capitalismo malo”, el “neoliberal” y un “capitalismo bueno”, el estatal o de bienestar. No está de más recordar que el capitalismo no es algo que nos ocurre a nosotros, en tanto país, es un sistema mundial y, hoy por hoy, los Estados capitalistas -imperialistas en esta fase de su desarrollo- no tienen como objetivo fundamental desarrollar “el Estado de bienestar”, sino garantizar las ganancias de una burguesía que necesita recortar cada vez más los presupuestos estatales para jubilaciones, salarios, asistencia social, salud o educación públicas, para asegurar los sacrosantos márgenes de ganancia.

El relato de la eficiencia solo puede mantenerse sin un verdadero pensamiento crítico que lo confronte con la realidad concreta. Porque, ¿dónde está esta supuesta supremacía cuando el mundo viene, o está aún atravesando, una pandemia por el Covid 19 que, según muchos científicos, está muy ligada al desequilibrio que produce la explotación con criterios extractivitas de la naturaleza? Más aún, las únicas respuestas de estos estados, que no parecen haber sido muy eficientes, fueron la represión, el disciplinamiento social, el aislamiento -como hoy vemos nuevamente en la “comunista” Shanghái- y como única salida, una -en realidad varias- dudosas vacunas que vienen siendo aplicadas casi compulsivamente, sin el debido desarrollo y sin que se sepa a ciencia cierta sus efectos a mediano ni largo plazo; pero que significaron miles de millones de dólares de ganancias para los laboratorios. En síntesis el sistema ideal de Cristina, en la pandemia, actuó como lo hace siempre: recortó derechos, reprimió y garantizó que el 1% de la población se enriqueciera aún más. Según una estimación de la ONG Oxfam, durante el 2022 más de 260 millones de personas caerá a la pobreza extrema alrededor del mundo, mientras las fortunas de los 10 hombres más ricos del mundo se duplicaron en los últimos dos años, concentrando 1,5 billones de dólares.

Cuando la pandemia empezaba a hacer mutis por el foro y desaparecer de los grandes titulares, entraba en escena la invasión de la Rusia de Putin a Ucrania, guerra que ya cuenta con su previsible masacre, muertos que como siempre los están poniendo los trabajadores y sectores populares ucranianos, pero cuyas consecuencias sufriremos, además… sí, adivinó: los trabajadores y sectores populares de todo el mundo, como ya se está viendo con el aumento de los alimentos, materias primas y la energía en los mercados internacionales. Pero ojo que las guerras no son una novedad que ocurre desde febrero de este año, en lo que va de este siglo contabilizamos Irak, Siria, Palestina desde siempre, Afganistán, Yemen, etc., Casi no hay año en el que no encontremos algo para destacar en este sentido y los motivos son siempre, más o menos, los mismos: garantizar algún negocio capitalista sin importar los muertos. No suena muy eficiente, ¿no?

Pero otorguémosle a Cristina el beneficio de la duda, consideremos que, con una mirada sesgada, solo se refería a la eficiencia del capitalismo argentino. Si este fuera el ángulo de su análisis, lamentamos en este caso también ser portadores de malas noticias. En realidad el Indec lo es, porque este organismo acaba de informar que el crecimiento del índice de precios al consumidor (IPC) de marzo fue del 6,7%, siendo el mayor incremento mensual en 20 años, incluso superando al 6,5% de septiembre del 2018, cuando la inflación pegó un salto ante la fuerte devaluación del peso frente al dólar. En lo que va del año lleva acumulado 16,1% (algo inédito en 30 años). Por supuesto que estos datos tienen una consecuencia obvia: provocarán –ya están provocando, en realidad- una fuerte caída en la capacidad de consumo de los trabajadores y los sectores populares, lo que incrementará el número de quienes viven bajo la línea de pobreza de nuestro país, que a finales de 2021 alcanzaba la cifra de 17 millones de personas. La suba de los precios en estos niveles, licua los ingresos de la inmensa mayoría y favorece las ganancias de los grandes empresarios.

Podríamos señalar que en los días en que la ex presidenta daba este discurso, Buenos Aires se conmovía por el acampe de las organizaciones sociales, reclamando medidas efectivas contra el hambre. Este hecho, más allá de lo que opinemos de las direcciones piqueteras, dio cuenta de la magnitud del problema y se constituyó en una suerte de foto sin Photoshop de la realidad del país. Pero esta no fue la primera vez en los últimos años que “los Nadies” fueron noticia. En los mismos comienzos del gobierno de los Fernández, miles perdían sus trabajos y sus ingresos por obra del aislamiento impuesto, se les hacía imposible pagar el alquiler y quedaban literalmente en la calle. Como manotazos de ahogado, muchas personas salieron a ocupar tierras desocupadas, la toma de Guernica fue emblema de ese proceso y se constituyó en bandera de lucha nacional. ¿Cómo terminó Guernica y la mayoría de las tomas que surgieron por esos días? Desalojadas por orden del delfín de Cristina en la provincia (Kicillof), con la represión del hombre de confianza de toda la vida de los Kirchner (Berni). ¿Es éste el actuar de un sistema eficiente?

Podríamos escribir páginas y páginas sobre situaciones que muestran la verdadera cara del capitalismo, pero somos consciente de que aburriríamos. Hay una frase muy conocida y repetida que dice que, cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, es en esa brecha donde aparecen los monstruos. Este sistema capitalista, que ha alargado su sobrevida mucho más de lo que debería, produce monstruosidades como las que describimos más arriba a cada paso.

Pero que no se confunda: para la burguesía (clase social de la cual Cristina Fernández es parte y representante), el capitalismo es, efectivamente, el sistema más eficiente. Sólo resta pensar en para qué objetivos está puesta esa eficiencia, que no son, obviamente, los objetivos de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población. Pero hay que reconocer la eficiencia de un sistema capaz de sumir a una enorme mayoría de la población en la miseria, la pobreza, el sufrimiento, la enfermedad y el sacrificio. Capaz de extender la esclavitud asalariada a prácticamente todo el mundo. Un sistema que, además, está en crisis constantemente, pero con crisis inherentes a sí mismo, y que todavía no ha sufrido de una crisis que lo haga estallar. Un sistema que destruye para después reconstruir, que genera guerras para vender armas, que nos enferma para vendernos medicamentos. Es, evidentemente, un sistema muy eficiente.