En la Universidad Nacional de Córdoba, Juan Grabois se sienta en la misma mesa con Gustavo Grobocopatel, bromean entre ellos y proponen un desierto de soja, con oasis de agroecología. Entrevistamos a Guillermo Folguera para que nos dé su opinión al respecto.


Entrevista: Elizabeth Moretti para Borrador Definitivo

El hecho que originalmente dio excusa a esta charla, probablemente ya haya salido de la memoria de la mayoría de lectores. Hablamos de la charla que,  en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), dieron Juan Grabois, dirigente de la CTEP y la UTEP, y Gustavo Grobocopatel, apodado –y con razón- el Rey de la Soja- accionista principal de Los Grobo. Esta mesa poco difundida, por fuera de cierta comunidad científica y cierto activismo socio ambiental, nos parece que es una postal del modelo extractivismo promovido por el estado en su conjunto (Para leer más sobre este tema, podés visitar: Grabois–Grobocopatel. ¿Convivencia pacífica entre la agroecología y el agronegocio?)

Pero quizás estemos exagerando nuestra reacción. Por ello es que quisimos consultar sobre el particular a alguien con sobrada autoridad tanto en la militancia en defensa de la vida y el ambiente, como en el análisis del comportamiento de las instituciones y la comunidad científica. Guillermo Folguera es científico, miembro del Conicet, investigador en biología y en filosofía, autor del libro “La ciencia sin freno”, en entre otros.

Borrador Definitivo: Hola Guillermo, queremos saber, en principio, ¿qué sensación te genera que en una universidad pública se dé lugar a personas como Grobocopatel?

Guillermo Folguera: Se me ocurren dos respuestas, una corta y una un poquito más larga, voy a tratar de ensayar las dos. La primera es que por supuesto que me genera rechazo, sobre todo porque –además- se diluye la barrera acerca de qué es lo público y qué es lo privado en este tipo de encuentros. Aparece la UNC, una universidad muy querida, abriendo las puertas a personajes que además, de manera abierta e insistente, han marcado una y otra vez el uso del estado para su propio beneficio.

Pero también tengo una respuesta un poquito más larga que tiene que ver con que no me sorprende. Cuando tuve que intervenir hace poquito hablé de obscenidad en cuanto al evento. Y es un poco eso lo que siento, más que la sorpresa: la cuestión de lo que se espera pero que de alguna manera sucede de manera muy explícita. O dicho de otra manera, el modo en el cual las Universidades Nacionales (yo formo parte como trabajador de la UBA), se han puesto al servicio de ciertos intereses privados es una tarea realmente obscena. Hace poquito me topé con una categoría de un pensador portugués que se llama Joao Bernardo y él marca la necesidad de pensar hoy en términos de un estado amplio: es una amalgama indiferenciable de instituciones estatales y empresariales, que toman políticas con el objetivo únicamente de generar dinero. Y eso fue, si lo pensamos bien, este encuentro del otro día, en la UNC, con Grabois, con Grobocopatel. Fue la explicitación más obscena de este tipo de políticas en donde lo público y lo privado no se diferencia.

B.D.: En ese marco, Grabois aparece como representante de una supuesta agroecología familiar, dándole un barniz casi simpático al asunto, proponiendo una convivencia pacífica entre agronomía familiar, agronegocios y extractivismo.

GF: Exactamente, introduce un lugar muy penoso de organizaciones y movimientos sociales -las bases no necesariamente reproducen esas palabras- pero en donde los movimientos sociales, o una parte de ellos, parecen haber firmado la paz con los agronegocios, y la idea es pensar que otro tipo de producción agrícola y los agronegoios pueden convivir. Pero esto no empezó ahora. La idea de la convivencia entre sistemas de producción lo planteaba Lino Barañao (Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva entre 2007 y 2018, ferviente militante a favor del uso de los agrotóxicos) hace una década, y ya había signos de este norte por parte de muchos sectores hace 12 o 13 años. Sería ingenuo de nuestro lado mostrar sorpresa. Lino Barañao tiene una frase, creo que del 2013, en la cual dice “sueño con grandes terrenos de agroindustria y valles de agroecología”. Hay un sector grande que maneja América Latina y el país que planifica políticas, y Grobocopatel es una parte fundamental de ese engranaje. Y sería ingenuo de nuestro lado no asumir este lugar planificado de convivencia que le está haciendo tanto daño, no solo a un montón de pueblos fumigados, sino que les está haciendo daño a esas personas bien intencionadas que están levantando banderas de la agroecología con vistas a pensar en un modelo alternativo. El sistema tiene una gran capacidad de fagocitar  y esto fue una muestra más de esa capacidad de fagocitación.

B.D.: Para ser claros, digamos que no hay ninguna posibilidad de convivencia pacífica entre agroecología y agronegocio, porque el agronegocio implica  veneno, cáncer, muerte, todas cosas que deberían ser combatidas desde los sectores que peleamos por otro tipo de producción agrícola y de alimentación.

G.F.: Tal cual. Hace poquito estuvimos en una campaña intentado darles una mano a las comunidades fumigadas en Presidencia Roca y Pampa del Indio en el Chaco. Ellas están lindantes a otro gran mercader de este asunto que es Eduardo Eurnekian, otro de los grandes actores en todo esto. Y cuando empezó la denuncia que habían hecho a partir de fumigaciones que vienen perjudicando a las comunidades y a la naturaleza hace más de una década, y la última fumigación a finales del año pasado mandó a 700 personas al hospital, parte de la denuncia es que perdieron todas las huertas. Y la otra pregunta que haríamos a la gente de los movimientos sociales es: si vos tenés a tu hijo enfermo, si vos tenés el registro que tiene el Garraham de tanto pibe y tanta piba con leucemia, ¿de qué agroecología me estás hablando?

Pareciera que los movimientos sociales, o parte de ellos, estan firmando una especie de complicidad activa en torno este modelo. Estamos cumpliendo prácticamente 25 años de este modelo de transgénicos, de agronegocio activado,  de fumigaciones que se prometió que iban a mermar pero se multiplicaron; de contaminación de lo que comemos cotidianamente; de denuncias de la Sociedad Argentina de Apicultores de la pérdida de la mitad de colmenas y de apicultores; de desforestación record -Argentina esté entre los 10 países del mundo que más ha desforestado-; de casi el 95% de la población en grandes ciudades: de pérdida de pequeños agricultores. Con todo eso, los agronegocios nunca pueden ser parte de la solución en cuanto son  una parte activa del problema.

B.D.: Esto también abre el debate en torno a la ciencia. ¿Ciencia para qué, por quiénes, con qué políticas? Dos preguntas en relación a esto: ¿cuál está siendo la política oficial en torno a la ciencia y su relación con el extractivismo? ¿Y cuál crees que debe ser la actitud de les cientifiques en esta crisis civilizatoria que estamos atravesando?

G.F.: Por un lado recupero la categoría de Joao Bernardo y reconozco, como investigador del Conicet y profesor de la UBA, que soy parte de una estructura en donde las políticas activas de mercantilización por parte de este conglomerado estado-empresa, son cotidianas y son mayoritarias. Por supuesto que este conglomerado estado-empresa tiene excepciones; por supuesto que hay grupos, por supuesto que existió Andrés Carrasco y que hay un montón de académicos y académicas de todo el país que tratamos, dentro de lo posible, de ponerle el pecho a las circunstancias y salir al cruce a esta locura. Ahora, como política institucional, yo no tengo ninguna duda que hoy lo que prima es una política directamente dedicada a poner a las instituciones públicas al servicio del sector privado y no de las comunidades y la naturaleza. Y lo digo con dolor porque en muchos casos, los que están cumpliendo funciones son amigos y amigas. Yo tengo 44 años y he visto cómo una parte importante del sistema científico ha creído que éstas pueden ser también formas en las cuales reproducir una ciencia y una tecnología, la inversión de un sector privado que fue gestado durante el gobierno de Menem, pero armado ideológicamente durante la dictadura de la década del ‘70.

Ahora bien, con esa estructura, ¿cuál podría ser nuestro rol, como comunidad científica que nos rebelamos a esa circunstancia?: Bueno, por lo pronto rebelarse, el silencio acá es un lugar de comodidad y de complicidad absolutamente activa. En general mis intervenciones no tienen que ver con analizar las formas de resistencia de las comunidades, sí trato de dar una mano y por supuesto que me junto, pero  mi lugar central está en analizar a las estructuras de poder y a la forma en la cual las estructuras de poder se han fagocitado a una parte importante de la comunidad científica. ¿Cómo nos podemos rebelar frente a esto?:  Yo creo que hay varias claves. Una es puertas adentro de nuestras instituciones decir que no, empezar a multiplicar los espacios democratizantes que  en nuestras estructuras académicas y profesionales, prácticamente son inexistentes. Y después, establecer un vínculo diferente con las comunidades locales. Empezar a cuestionar la figura del experto, que es una figura muy dañina hacia las comunidades, empezar a concebir un académico, un profesional capaz de ponerse en un dialogo genuino con las comunidades, capaz de establecer una comprensión de lo que las comunidades perciben de su propio cuerpo, de su propio territorio y no actuar como traductores. Y también ponerse en diálogo con instituciones que también multiplican estas desigualdades y distancias. Un ejemplo clarísimo es la justicia: hoy si una comunidad quiere avanzar judicialmente como ésta que yo comentaba de Pampa del Indio y Presidencia Roca en el Chaco, tiene que tratar de demostrar que los agrotóxicos los tiene en sangre, que esos agrotóxicos le generaron una enfermedad, que esos agrotóxicos se observan en la naturaleza y que, científicamente, esta verificado esa circunstancia. Eso es una locura, es una inversión de la carga de prueba y una forma de distanciar a las comunidades del derecho básico de justicia y de cuidado de su salud y su naturaleza. Yo creo que lo que en el fondo estamos hablando de que tenemos que dar una discusión seria, profunda, estructural, en torno a qué significan, hoy por hoy, las políticas públicas en la Argentina.

B.D.: En este contexto, ¿en qué punto te parece que estemos parados actualmente?

G.F.: La verdad, creo que se está gestando una circunstancia muy dramática en el mundo y en el continente, pero en particular me refiero a nuestro país, muy dramática, que tiene un enorme problema. El otro día charlábamos con un colega, y él me decía que el riesgo que puede existir en este tipo de escenarios a construir un monstruo que nos paralice. Y es cierto: uno le habla a alguien de cambio climático, habla de Chevron-YPF, habla de off shore, habla de agronegocios, y claro, la persona se petrifica. Yo creo que en eso tenemos que tratar de ser inteligentes y comprender que ahí vamos a tener que lidiar con una circunstancia compleja y seria. Pero dicho eso, me parece que tenemos la posibilidad de dar una discusión estructural, como pocas veces hemos podido darla en la historia de nuestro país, teniendo en cuenta los números del desastre ambiental y del desastre social. Porque a todo esto el desarrollismo que se sigue haciendo en nombre del progreso ha traído que la mitad de la población en nuestro país ni siquiera come, está debajo de la línea de la pobreza. Después los otros, habrá que ver qué se llevan a la boca, pero la mitad de la población no tiene qué comer. Y eso se está sintiendo en los territorios.

Yo hace poquito estuve en Gualeguaychú, Larroque y Concepción de Uruguay, en Entre Ríos, y vi lo que había visto el año pasado en Mendoza, Tandil, Mar del Plata: comunidades crecientes que comprenden que no hay salud individual sin salud colectiva y no hay salud colectiva sin salud ambiental. Siempre con la pregunta que alguien puede decir: ¿es suficiente?, ¿están frenándolo? Bueno, ahí en todo caso tendremos que manejar nuestras expectativas y nuestras estrategias para que eso sea en mayor grado. Pero yo en lo personal estoy viendo un crecimiento muy marcado de grupos, de colectivos, de organizaciones, que ven cada vez de manera más creciente y más preocupada cómo hay un desastre socio ambiental y cómo, además, está todo conectado. Ese creo que es otro de los desafíos que tenemos: que se entienda que los agronegocios fueron una parte constitutiva de las villas miseria en nuestro país, y también de las desigualdades sociales. El modo en el cual se exportó este modelo en particular a Brasil, a Paraguay y Bolivia y generaron procesos de migración expulsivos, el modo en el cual en México –en donde estuve también hace poco- se intenta avanzar con modelos muy parecidos. El modo en el cual los agronegocios configuran también una matriz que se aplica para la extracción de litio, la extracción de hidrocarburos, la extracción de oro y plata, las plantaciones forestales, la extracción en el mar de hidrocarburos o las megafactorías de animales. Es una lógica general extractivista que se está poniendo en juego. Y que involucra, reitero, no solo la destrucción de la naturaleza que ya hemos descrito, sino desigualdades sociales muy importantes. Esto está directamente vinculado con este registro pavoroso de nuestro país en el cual la mitad de la población no tiene qué llevarse a la boca.

B.D.: Guillermo, te agradecemos mucho que hayas dado tu testimonio y te saludamos porque sabemos que el 10 de abril fue el día del investigador e investigadora científico en la argentina

G.F.: El agradecido soy yo porque, parte de lo que no hablamos y podríamos haber hablado es la barrera mediática, la barrera informacional es una de las claves en todo esto, y muchas gracias por la contribución que hacen en abrir estos temas y además sin apuros: poder repensar un poco, colectivamete.