En marzo de 1975 se desató en Villa constitución una salvaje represión contra uno de los sectores más combativos de la vanguardia obrera argentina, contra los trabajadores metalúrgicos de dicha ciudad. Ésta, un año atrás, había derrotado a la burocracia sindical de la UOM en una magnifica movilización que pasó a la historia como el “Villazo”. La burguesía, asumió rápidamente el peligro que significa para su poder que esa experiencia se repitiera en el resto del país. Por eso, utilizando al Estado y a todos sus agentes organizó un operativo represivo llevado adelante por el gobierno peronista de Isabelita. El operativo “serpiente roja del Paraná”, se transformó en un laboratorio de la posterior dictadura.

El operativo “serpiente roja del Paraná”

El 20 de marzo de 1975, el gobierno peronista de Isabel desencadenó un enorme operativo represivo sobre la ciudad obrera de Villa Constitución. Según cuen tan las crónicas, ese día miles de efectivos policiales, de la gendarmería y de la banda de ultra derecha triple A coparon la población, armados hasta los dientes. Las acciones fueron parte del denominado por el ministro interior Alberto Rocamora “operativo serpiente roja del Paraná”, que tomó como base de operaciones a instalaciones de la mencionada fábrica ACINDAR, propiedad de la familia Acevedo y que tenía de presidente al siniestro Martínez de Hoz. Desde allí, comenzaron a imponer el terror sobre las barriadas obreras, mediante la violencia, el secuestro y el asesinato. Toda la primera plana del sindicato de la UOM cayó detenida junto a delegados, obreros y jóvenes estudiantes, dejando un saldo de alrededor de 300 encarcelados en esa zona del cordón industrial. Aunque los hechos más aberrantes fueron los asesinatos del obrero Rodolfo Mancini y del chofer de colectivo Jorge Ramón Chaparro; más los asesinatos de dos personas en un bar y luego del secuestro y fusilamiento del delegado metalúrgico Palacios, la doctora  De Grandi y el pastor Carlos Ruesca (Pagina 12).  

El objetivo era claro, descabezar el proceso de rebelión iniciado un año antes, cuando la lista marrón apoyándose en la clase obrera de las fábricas y en el pueblo, había recuperado de la mano de la burocracia la seccional de la UOM villa. Todo el peso del Estado y de sus agentes se aunaron para aplastar semejante cuestionamiento al poder sindical, el de la burocracia sindical, y del poder empresarial, representado en la toda poderosa ACINDAR.

La reacción de los trabajadores fue ocupar la fábrica, la realización de asambleas y la organización de un comité de huelga. Los trabajadores, militantes, estudiantes, comerciantes y, especialmente, las mujeres tomaron la decisión valiente de resistir la embestida. Luego de ser desalojados de la planta, el 27 de marzo, la resistencia pasó a los barrios, organizando la defensa, la seguridad, la alimentación y la impresión un boletín. Los comités de lucha, dirigidos por obreros de las fábricas Acindar, Marathón y Métcom, pudieron, incluso, organizar una masiva marcha hacia el centro de la ciudad, el 22 de abril, que fue reprimida brutalmente con el saldo de un obrero de Acindar muerto por las balas policiales .

Durante dos meses trataron de mantenerse férreamente ante la violencia policial y de las bandas paramilitares. Este factor, junto a otros, pero, especialmente, el aislamiento que tuvieron que soportar, los llevó a tener que levantar la huelga. La ofensiva fascista había tenido éxito.

Ensayo y preparativos del terrorismo de Estado. El rol del Peronismo

El salvajismo y la violencia de las fuerzas represiva se explicaban, porque la gran burguesía asentada en el país era consciente del peligro que implicaba para la continuidad de su dominio como clase dominante. El capital financiero y sus representantes políticos estaban al tanto de que el villazo era parte de un proceso de ascenso revolucionario obrero y de la juventud, que no solo transcurría en la Argentina desde el Cordobazo de mayo de 1969, sino que era una tendencia a nivel internacional motorizada por el mayo francés de 1968.

El Estado comenzó a preparar el exterminio de ese proceso revolucionario utilizando todos los recursos; el Estado y los gobiernos peronistas, especialmente los del propio Perón y de María Estela Martínez de Perón (1973/1976) asumieron la tarea represiva. Lo hicieron apelando, también, a las herramientas legales. En septiembre de 1974 se sancionó la 20.840 “antisubversiva” que impedía la libertad de impresión y aplicar el derecho a huelga. Este decreto y otras leyes represivas fueron implementadas por el gobierno y por el congreso para cubrir la escalada contra las libertades, contra los derechos y la vida del pueblo trabajador; finalmente el andamiaje legal dio paso a la entrega de las acciones represivas a las fuerzas armadas con los decretos 2770/71/72 de octubre de 1975, que ya venían actuando con “el operativo independencia” de 1975 en Tucumán.

Las “fuerzas del orden” burgués tenían la vía libre para las detenciones, asesinatos, secuestros y torturas en nombre de la lucha antisubversiva. Cuando fue necesario, se apeló a la implementación del estado de sitio y a toda la violencia necesaria. La represión a la gesta del Villazo fue un ensayo específico para un terrorismo de Estado que un año después se generalizó a todo el territorio nacional.

En esa mecánica reaccionaria contada muy brevemente, el peronismo jugó un rol fundamental, cumpliendo con su carácter de movimiento político burgués. Desde tal perspectiva, podemos entender su decisión de salvar el sistema y de aplastar a la clase obrera, que en su mayoría era su base social y confiaba en él. El mismo Perón en su regreso, y desde el gobierno trabajó en exterminar con los sectores de izquierda de su movimiento, como se demostró con la masacre de Ezeiza de 1973, y de las organizaciones revolucionarias de izquierda y guerrilleras.  Las propias palabras del anciano líder ratificaban el rumbo. El 23 de enero de 1974 declaró al diario La Nación “Nosotros vamos a proceder de acuerdo a la necesidad, cualquiera sean los medios. Si no hay ley, fuera de la ley, también lo vamos a hacer y lo vamos a hacer violentamente. Porque a la violencia no se le puede oponer otra cosa que la propia violencia. Eso es una cosa que la gente debe tener en claro, pero lo vamos a hacer, no tenga la menor duda” (El Villazo, triunfo de la clase obrera, y el operativo “Serpiente Roja”, Leónidas Cerruti) .

Las burocracias sindicales de la CGT y de la UOM, con el dirigente Lorenzo Miguel a la cabeza, tuvieron una actividad central en la tarea represiva, nutriendo a las bandas paramilitares de la triple A. Con el “Villazo”, este sector entreguista ajeno a los trabajadores fue desalojado, quedando en evidencia su naturaleza antiobrera. La avanzada dictatorial contaba con el apoyo de todo el arco político; conocidas fueron las declaraciones del dirigente radical Balbín sobre la necesidad de aniquilar “la guerrilla industrial”. También, estaba el siempre fiel apoyo de la cúpula de la iglesia católica, con el sacerdote Samuel Martino de símbolo en Villa Constitución.

Para 1975, las condiciones internacionales (golpe de Estado de Pinochet en Chile y la imposición de dictaduras en otros países de la región) y nacionales estaban dadas para iniciar el aplastamiento de los obreros de Villa que osaron cuestionar a uno de los puntales del poder burgués, y a los explotados de todo el país. Solo se necesitaba una excusa o inventarla. Lo que se inventó fue la existencia de un supuesto complot subversivo con epicentro en Villa Constitución.

La represión para exterminar el villazo, era parte de un plan nacional y continental para imponer a sangre y fuego modelos económicos acordes a los intereses del gran capital norteamericano y de sus socios capitalistas de cada país latinoamericano. Las clases dominantes tenían consenso para para aplastar a la vanguardia obrera y revolucionaria.

Para la actualidad, ante una situación complicada para la clase obrera y los oprimidos en la que perdemos derechos día tras día, el mantener viva la memoria los crímenes de las clases dominantes y sobre las heroicas luchas de nuestra clase nos pone ante la posibilidad, al mismo tiempo, de sacar lecciones del pasado para nutrir la construcción de una estrategia que necesitamos para enfrentar la ofensiva de la burguesía y de su Estado, el que siempre actúa como herramienta del poder opresivo.

Alejandro Morales