El Estado terrorista y colonial de Israel está desarrollando en este momento una nueva ofensiva contra el pueblo palestino. Y decimos “nueva” porque no es la primera y, desgraciadamente, de seguro tampoco será la última.

Israel, primero de la mano de Gran Bretaña y actualmente bajo la protección de EE.UU., se ha constituido como un fuerte militar imperialista en medio de una región sumamente apreciada por estar atravesada por rutas comerciales (en especial las que conectan con los países productores de petróleo), con gobiernos que no siempre son totalmente serviles al imperio y pueblos que más de una vez se han rebelado ante las terribles condiciones de vida que sufren.

El objetivo final del Estado de Israel y de sus secuaces imperiales es apoderarse de la totalidad de las tierras palestinas, mientras utiliza a la población originaria como mano de obra súper explotada y precarizada, a la que oprime a punta de fusil.

Estamos hablando de una situación que no podría imaginarse peor: una población originaria que sobrevive en un territorio absolutamente ocupado militarmente, una población que no tiene estado, ni ejército, ni ningún tipo de organización institucional que la defienda; que sufre acoso constantemente por parte de uno de los ejércitos más poderosos del mundo, que no tiene empacho en detener y hasta a bombardear niños y civiles indefensos. Contra el poderío militar, económico y político, no sólo del poderosísimo Israel, sino también de la gran potencia del mundo hasta el momento, Estados Unidos. Es la vieja fábula de David contra Goliat, sólo que (como indica la lógica) desde hace más de 70 años viene ganando Goliat.

Ante esta realidad incuestionable, el sionismo en el poder se monta ideológicamente sobre la herencia del pueblo judío perseguido y víctima del Holocausto para acallar cualquier crítica. “Fuimos víctimas de una masacre, tenemos derecho a masacrar” parece ser su lema.

Qué fue y es el sionismo

El sionismo, ideología que propone una solución al “problema judío” mediante el retorno a la supuesta tierra prometida de Jerusalén y su asentamiento en ese lugar, surgió allá por finales del siglo XIX y fue con gusto apoyado por los poderes imperiales de entonces.

Ante la discriminación generalizada, la expulsión y la persecución que sufría la comunidad judía en la mayor parte de Europa, el sionismo se propuso como una vertiente de los nacionalismos surgidos por ese entonces en todos lados: un nacionalismo de la diáspora que proponía la colonización de un territorio (Palestina, en ese entonces bajo la dominación del Imperio Turco Otomano) y la fundación allí de una nación judía. Este objetivo se alcanza en 1948 con el nacimiento del estado de Israel.

Pero hay que decir que, en su momento, el sionismo no fue mayoritario entre la comunidad judía ni mucho menos. Debió pasar mucho tiempo, persecución y masacres para que una buena parte de los judíos del mundo se reconocieran como una nación en lugar de como una comunidad religiosa y cultural; y para y que aceptaran abandonar los lugares donde habían construido sus vidas para emigrar. Las primeras décadas del siglo XX, de hecho, encuentran una Europa convulsionada por un proletariado fuerte y consciente, organizado internacionalmente para la revolución. Y la comunidad judía tiene una presencia importantísima en este movimiento. Los obreros y dirigentes revolucionarios judíos de entonces no estaban de acuerdo con la necesidad de emigrar, sino que se dedicaban a luchar por sus reivindicaciones (tanto particulares en tanto que minoría religiosa como las generales como miembros de la clase trabajadora) en los países en los que vivían.

En un principio, fue entonces la burguesía judía la que financió las primeras corrientes migratorias, con el apoyo de los gobiernos europeos, que veían en esta ideología una salida elegante para una población a la que no querían en sus territorios. Recién después del impacto provocado por la persecución nazi y el Holocausto, el sionismo logró convertirse en una ideología mucho más extendida dentro de la comunidad judía europea; abonado esto por el nacimiento de Israel como estado nacional.

En la actualidad, el Estado de Israel se erige arbitrariamente como la expresión política de la voluntad de la comunidad judía en todo el mundo, y sobre este precepto, falso de toda falsedad (aún hay una fuerte oposición al sionismo y a la política oficial Israelita dentro de la comunidad judía, incluso expresada en grupos judíos ortodoxos que apoyan la lucha del pueblo palestino), reclama no sólo la soberanía territorial sobre toda Palestina, sino también el derecho a segregar, expulsar e incluso masacrar a la población originaria de dicho territorio.

La votación de la izquierda y sus significados

Así llegamos a lo que nos ocupa. En la actualidad, una reunión de más de 30 países, en su mayoría europeos, bajo el impulso de Israel, promueve una amalgama ideológica entre sionismo y judaísmo. Aún más, entre sionismo y semitismo (recordemos que semitas son todos aquellos pueblos cuyos idiomas provengan de la vieja lengua semita, entre los que está el árabe, al igual que el hebreo). De esta forma, oponerse a la política oficial del estado de Israel sería lo mismo que ser un antisemita, aún si los opositores fueran semitas o incluso miembros de la comunidad judía.

Este objetivo, en realidad, no es nuevo. Los líderes sionistas siempre quisieron lograr esta amalgama y declararse invulnerables a la crítica por presentarse como representantes de un pueblo que fue víctima de un holocausto.

La Argentina forma parte de esa comunidad internacional -denominada Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto- y el gobierno argentino ya adoptó esta definición de antisemitismo, la que, en la práctica, le permite procesar judicialmente a cualquiera que se solidarice con la lucha del pueblo palestino o critique la política proveniente del estado de Israel, la DAIA o cualquier otra institución israelita, como antisemita.

Pero para hacerlo oficial, el gobierno pretende hacerlo votar con fuerza de ley en distintas legislaturas del país, y así se hizo en la de la Ciudad de Buenos Aires. Esto no llamaría mayormente la atención si no fuera por la casi unanimidad con que este proyecto se votó, con la única y honrosa excepción de la legisladora de Autodeterminación y Libertad, Marta Martínez. Estuvieron incluidos en esta votación positiva dos legisladores del PTS, Miriam Bregman y Alejandrina Barry, como así también Gabriel Solano del PO.

Posteriormente, ambos partidos ensayaron una disculpa que es más bien una nueva condena, alegando que el “error” cometido se debió a que no tuvieron tiempo de revisar cada proyecto y que en la misma sesión se votaban proyectos sobre los temas más diversos.

El resto de los partidos y agrupaciones políticas que integran el FIT-U, por su parte, criticaron este voto pero sin por ello dejar de participar en la alianza electoral.

Cabe preguntarnos, entonces, ¿cuál es la función de un legislador obrero dentro de un parlamento burgués? ¿Es, acaso, votar afirmativamente proyectos presentados por la burguesía sin haberlos leído, con la confianza de que, de última, qué es lo peor que puede pasar? ¿Es la de confiar en que, si líderes burgueses presentan algo, no ha de ser tan malo a fin de cuentas? ¿O será la de denunciar el funcionamiento antidemocrático (como lo expresa el propio PTS en su comunicado) del parlamento y de toda la democracia burguesa en general?

Nos parece que el voto del FIT revela algo mucho más profundo que un simple error, como ellos quieren hacerlo parecer. Revela una adaptación muy profunda de estos partidos a la democracia burguesa. Revela la ausencia de esa sana desconfianza que debiera tener un dirigente obrero (si es que lo fueran) cuando está metido en un nido de víboras como es cualquier parlamento burgués. Y revela también, la falta de los reflejos de denunciar constantemente a la democracia burguesa en su conjunto y en su naturaleza asentada en la explotación de la clase trabajadora.

Es más. A lo largo de estos años, desde la fundación del FIT y con la obtención de algunas bancas, la premisa que se desprende de los discursos de esta izquierda institucional es la de poner a consideración del parlamento patronal proyectos de ley pretendidamente en beneficio de los trabajadores( la ley anti-despidos, la expropiación sin pago de las empresas que despidan o, ahora, el impuesto a las grandes fortunas), con la esperanzas de que estas leyes colaborarán en inclinar la balanza del capitalismo hacia el lado de los oprimidos. Esto, lejos de desnudar la naturaleza de clase de esta democracia, nos parece que obnubila aún más la conciencia de los trabajadores y jóvenes que se referencian en estos partidos, haciéndolos pensar que es posible cambiar las cosas desde dentro y que el socialismo podría conseguirse presentándolo en mesa de entrada del Congreso, si tan sólo se tuviera mayoría de bancadas.

En este marco se ubica, entonces, el voto positivo a la ley sionista. En el marco de una confianza tan extendida en la democracia que nos propone la burguesía, que termina siendo más importante ganarse las felicitaciones de sus pares de la legislatura que denunciar de manera constante y consecuente la mentira que significa el funcionamiento parlamentario y la división de poderes en su totalidad.

Somos conscientes de que éstos son tiempos difíciles para quienes seguimos convencidos de la necesidad de la revolución y del socialismo. Sabemos que transitamos -más allá de levantamientos y rebeliones, que se dan y siempre se darán de los oprimidos en distintas partes del mundo- momentos de derrota histórica y de un profundo retroceso en la conciencia de las clases oprimidas.

Sabemos que la caída de los llamados “socialismos reales”, aún con la distancia enorme que separaba a la burocracia estalinista de aquello por lo que lucharon las masas a inicios del siglo XX, significó la virtual desaparición de la perspectiva socialista del horizonte inmediato de decenas de millones de obreros y obreras en todo el mundo.

Pero justamente por todo ello, es que consideramos que son tiempos donde los principios deben sostenerse aún a riesgo de quedar en soledad. Tiempos en que debemos decir: “El socialismo ha muerto, ¡que viva el socialismo y la pelea por la revolución internacional!”, y combatir denodadamente contra todo intento de adaptación a la democracia burguesa o propuesta de quedarnos en el marco de lo posible.

Porque si hay algo que el tiempo presente ha demostrado, es que lo verdaderamente imposible es la vida dentro del capitalismo. Y que, si bien la revolución parece lejana, es hoy más necesaria que nunca.