Casi 15 días han pasado de aquel jueves 6 de octubre en que los hinchas triperos -así se autodenominan y son reconocidos los simpatizantes de Gimnasia y Esgrima de La Plata- se acercaron a su estadio para vivir una fiesta. Familias enteras, jóvenes parejas con sus pequeños hijos de la mano o aun en brazos; todos esperaban un eventual triunfo de su equipo que los acercaría al tope de la tabla, habilitándolos a soñar con ese campeonato que les coqueteó en varias ocasiones pero que nunca pudieron consumar. Iban con la sensación de que si ellos ponían todo desde las tribunas, los jugadores en la cancha sentirían ese jugador extra y tal vez, esta vez sí, el milagro alumbrara. Iban armados solo con la pasión y las banderas, inocentes, a disfrutar de las pocas cosas en que los sectores populares pueden encontrar disfrute por estos días. Nadie esperaba la represión furiosa y artera que estaban a punto de sufrir.