Es difícil opinar en la Argentina a la velocidad que impone su agenda.
Apenas unos días después de la votación de una moratoria para que los que no alcanzan los treinta años de aporte puedan jubilarse, ya pasamos por el discurso de Alberto Fernández en la inauguración de las sesiones ordinarias de la legislatura y lo vimos ponderar la moderación y enseguida después gritar y ahí nomás nos empezamos a empachar con los análisis de los gestos que cada cual hizo, repetidos hasta el cansancio por la televisión.